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José Antonio Muñoz
Granada
Martes, 4 de mayo 2021, 00:43
Cuando el artista plástico Julio Juste fue hallado muerto por sus amigos en su casa de Belicena en la víspera de la inauguración de una gran exposición suya en Condes de Gabia, se abrió para él una segunda vida en el recuerdo y el homenaje ... de quienes le trataron y quisieron. También quedaron ocultas al público una serie de obras que nunca llegaron a verse cuando su corazón latía. Después de la magna exposición que el Instituto de América de Santa Fe inauguró el pasado 28 de agosto y que permanecerá abierta hasta el 16 de este mes, quedaba aún espacio para mostrar, en un rincón recoleto como es la Galería Ruiz Linares, una parte de la obra menos conocida del artista, la que este guardaba en su estudio.
Ahora, hasta el día 8, los granadinos pueden disfrutar con ese Juste más íntimo, ese maravilloso creador compulsivo que siempre tenía algo rondándole la cabeza. Algo más de 20 obras integran este recorrido de envergadura engañosa, pues a pesar de su humildad, revela multitud de detalles sobre el artista. Según Fernando Carnicero, de la Galería Ruiz Linares, «estamos ante una muestra de arte gráfica, obras sobre papel y cartón. No hay óleos. El arco temporal se abre entre los años 80 y 90, un periodo en el que sentó las bases de su carrera de forma sólida. Lo más interesante es que son piezas que no se han visto desde que se pintaron. Algunas sí que formaron parte de exposiciones que organizó el propio Julio, pero no todas, así que muchas de ellas han estado 40 años sin ser mostradas».
La temática es muy amplia: hay una pequeña muestra de sus series más importantes, como las de bodegones –una de las piezas fue presentada en Nueva York–; la serie 'matissiana' de ventanas está representada por dos piezas; hay una pieza perteneciente a la memorable muestra 'Castillo interior' en torno a la Alhambra, y que representa la Torre de Comares; la plaza de toros perteneciente a su serie sobre estos espacios de divertimento para algunos... Esta última fue, además, escogida para hacer una serigrafía muy alabada, y pertenece a una época de plenitud creativa del artista. «Es un lujo tenerla», afirma Carnicero.
También hay espacio para sus ensoñaciones caribeñas, y para su obra temprana, creada a finales de los años 70, y que ya le muestran como un pintor 'tocado' por ese nuevo lenguaje de la abstracción lírica, basada en el gesto, los matices controlados y un uso muy refinado del color. Piezas que se vieron en su primigenia exposición de la galería Laguada y que desde entonces habían sido preservadas de la luz en su estudio, sin haber sido contempladas.
Los propietarios de las piezas expuestas son sus familiares, ya que, como se ha comentado, la mayoría de las obras expuestas estaban en el estudio del incansable artista. «Los pintores son los grandes coleccionistas de su propia obra», tercia Carnicero. Además, el hecho de que el artistas conservara con primor su obra hace subir sus enteros para quien la contempla. «No es esta una obra en absoluto menor;simplemente, son medios distintos a los habituales. Para él, un dibujo, un esbozo, tenía la misma importancia que un óleo de gran formato. Él decía que su trabajo, más allá de la experimentación formal o técnica, era el resultado de su propio periplo vital», asegura el galerista. El entorno en que se muestran sus piezas , con mesas Carlos IV o cómodas italianas del siglo XIX, contribuyen a crear un ambiente que, sin duda, habría sido del agrado del artista.
Esta exposición tiene su complemento ineludible en el espectacular catálogo editado por el Instituto de América con la colaboración del Ayuntamiento de Santa Fe y la Diputación. El director del Instituto, Juan Antonio Jiménez Villafranca, formó parte, como José Antonio Ortega, del círculo más íntimo de Juste. «Julio vivió siempre hacia adelante, en vanguardia. Sus saltos al vacío fueron continuos. Yvivió sus últimos tiempos con una cierta penuria, a pesar de haber podido vender su obra a precios muy elevados, porque su concepto artístico se basaba en la experimentación y en la acomercialidad», afirma Jiménez Villafranca.
El catálogo no es un libro al uso. En sus más de 240 páginas editadas con un lujo asiático, se descubre un artista de primera categoría internacional, un intelectual importantísimo, que siempre tuvo, como señala el director del Instituto de América, «la deferencia de pensar en Santa Fe como un lugar de creación. El Ayuntamiento le encargó muchas obras, y él respondió a esa confianza colocando el nombre de la ciudad en numerosos lugares».
La obra impresa va más allá de la magna exposición 'Armonía difusa', y desde una 'cata' del archivo documental del artista, verdadero testimonio de sus inquietudes, realiza un resumen que tiene el objetivo de difundir la obra del artista entre aficionados, coleccionistas, investigadores y estudiantes universitarios, que pueden encontrar en su figura un ejemplo homologable de sus propios retos vitales. «Juste fue el responsable de los catálogos más importantes de nuestro país durante años. Sin embargo, más que catálogos al uso, estos eran obras experimentales de difícil conservación, papeles maravillosos que no trascendían al libro de arte. Por ello, no sabemos si le gustaría este libro, pero era un esfuerzo necesario para todos nosotros», finaliza Jiménez.
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