Karina Sainz Borgo (Caracas, 1982) lee y escribe como el que inspira y expira. Tras huir de la Venezuela chavista, descubrió que no hay hogar más fuerte que el que se edifica sobre columnas de papel. Es periodista cultural, firma habitual en ABC, y autora de novelas como 'La hija de la española', 'El tercer país' o 'La isla del doctor Schubert', todas acogidas por público y crítica con una pasión refrescante. El próximo miércoles 26 participa en el Aula de Cultura de IDEAL, patrocinada por la Fundación Unicaja, a las 19.30 horas en la Biblioteca de Andalucía (calle Profesor Sainz Cantero). En su estado de whatsapp pone «audios no, por favor».
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–Lo de los audios, cuente conmigo. Los odio.
–(ríe) Estamos delegando en la oralidad todo el poder de la palabra escrita: la concisión, la síntesis, la pausa... Los audios son un acto de pereza. Le endiñamos al otro la responsabilidad de prestar atención. Es un gran acto de yoísmo. A ver, yo escucho los audios de mi jefe y de mis mejores amigos, pero si no me conoces, no puedes tomarte la libertad de exigir que preste atención.
–¿Qué le une con Granada?
–¡Todo! Últimamente estoy muy vinculado a Granada. He atravesado un periodo de sequía literaria y he encontrado en Federico García Lorca la fuerza que necesito ahora, un universo lingüístico que me viene muy bien para lo que estoy escribiendo. Estoy muy volcada con el imaginario de Granada, incluso me está sentando bien anímicamente. Por eso me alegra tanto participar en el Aula de Cultura de IDEAL, porque además quiero aprovechar para escribir algún reportaje por allí. Así que sí, mi vinculación con Granada en este momento es muy particular. ¿Cómo no querer estar en una ciudad tan profundamente literaria? Granada es todo poesía, aunque me gustaría conocerla mejor. Y tiene librerías fantásticas, como El tiempo perdido. Y el Festival de Música, la UGR, ¡la Alhambra!… Granada tiene todas las cosas.
–Precisamente tenía apuntado preguntarle por 'Nazarena', la novela que escribe ahora sobre una casa repleta de mujeres, y lo que me recordaba a 'La casa de Bernarda Alba'.
–Me lo han comentado mucho, pero ha sido una relación involuntaria. En todo pueblo o ciudad pequeña siempre hay una locura doméstica, y si es un matriarcado todavía más. Ahora tengo muy presente a Bernarda, aunque llegué a ella de manera intuitiva, sin ser consciente. Lorca es una manta buena para guarecerse mientras se escribe una historia. Me apasiona ese ambiente que crea tan asfixiante, pero también poético, exuberante y surrealista.
–La vemos siempre rodeada de libros, ¿es así?
–Siempre, siempre. En mi casa hay una situación de crisis, los libros han sobrepasado el espacio doméstico. No tanto como Luis Alberto de Cuenca, que tiene libros en la nevera, pero casi (ríe). En al redacción también estoy rodeada, son parte de mi vida. Mucha gente me pregunta por qué conservo los libros que ya he leído, pero para mí son una herramienta de trabajo. Si quiero recodar un pasaje de Thomas Mann, voy y lo busco. Si estoy escribiendo de jardines, voy a Borges porque sé que me puede ayudar. Siempre uso la biblioteca de referencia. Un escritor que no lee está abocado a morirse. Bueno, el ser humano que no lee, en general. Pero si trabajas con palabras y no usas los libros como abrevadero, lo tienes muy difícil.
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–¿Qué lee ahora?
–Justamente ahora estoy con la poesía de Juan Ramón Jiménez. Me fascina.
–Últimamente parece que hay más escritores que lectores.
–Normalmente, un muy buen lector suele tender a necesitar contar sus propias historias. Pero solamente el tiempo y el oficio determinan que alguien desarrolle una voz de autor. Lo que no puede existir es un autor que no lea. Y esos son los que proliferan: libros previsibles, acartonados, con poco oficio literario.
–¿Cómo lleva lo de combinar periodismo y ficción?
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–Admito que al principio lo llevaba mejor. Para mí escribir es como la risa o el hambre, no se puede aguantar. Me gustan las dos. No podría hacer ficción sin el gimnasio del periodismo. El ritmo de la actualidad puede ser extenuante, por eso me gusta tanto Calero (jefe de Cultura de ABC), porque tiene la capacidad de hacerme mirar mejor las historias. Sin Calero hubiese claudicado ya. Cada libro es una demolición, igual que una columna. Cada texto parte de la demolición del otro, hay que volar las cosas en pedazos porque si no haces lo mismo una y otra vez. Por eso insisto en que llegar a ABC fue importante, porque no tenía a nadie que me ayudara a demoler las cosas. Y ahora no puedo concebir literatura sin periodismo.
–Sus primeras frases siempre son ambiciosas.
–Necesito un enunciado para partir. Empecé pronto como lectora de poesía y los poemas aportan fogonazos. Ese fogonazo es lo que necesito para empezar. No puedo avanzar en el texto si no tengo resulta esa primera frase.
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–Además de escribir y leer, ¿qué le define?
–Me gusta el mar. Ver el mar, escuchar el mar, dormir con el mar... No es un hobby, pero creo que me define.
–'La isla del doctor Schubert' tiene mucho de mar.
–Sí, lo que poca gente sabe es que es un libro de desamor. El doctor fue real y vive en Mallorca. Es un libro muy extraño, muy loco. Una colección de cosas absurdas que me permitía contrabandear el tema del amor. Y me sirvió como laboratorio para 'Nazarena'.
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–Es, además, un homenaje a Javier Marías.
–Un homenaje gigantesco. Marías será irrepetible. En 200 años seguiremos leyéndole. Es el autor completo, tiene todas las facetas del escritor. Empezando por el hecho de ser traductor, que es lo que hace grandes a los escritores.
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–'La hija de la española' y 'El Tercer País' siguen siendo fenómenos muy vivos.
–Me da una alegría gigante. Intento hacer historias con temas simbólicos, lo que ha permitido que las novelas viviesen. Además, al estar traducidas, cada traducción genera su propia dinámica.
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