Por tercera vez Emilio Goyanes ajusta cuentas con la pérfida y nefanda posguerra española. Y lo hace con el instrumento que mejor maneja: el cabaret, evocado a través del humo, los leds y las canciones. Rancho & Porlier es un nuevo pretexto para que Laví e ... Bel se nos muestre como la gran compañía de teatro musical de Granada. Y yo creo que de gran parte del Sur de España. Ciertamente su larga trayectoria, que he seguido al punto, es una Sierra Nevada completa, con sus barrancos escasos de resol y sus veredas hacia las más emotivas alturas. Este es el caso. Porque sus apogeos y cúlmenes los encontró hace tiempo en la nostalgia del cabaret subterráneo de bombas y hambrunas.
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Economía obliga. Antaño eran decenas de actores en escena. Ahora nueve hacen una novena. Cuatro allá al fondo poniendo más ritmo que melodía a la acción. Cinco acá adelante deshaciéndose en mil personajes que parlan y bailan con denuedo y sin retardo. Los nueve sinceros en su actuar y, por momentos, perfectos en su caracterización. Caras nuevas en la compañía junto algún veterano de las tablas granadinas y la fidelidad argentina hecha mujer. Las tres chicas entregadas y casi siempre tirando del carro escénico. Todos machihembrados en coreografías de centelleante calidad, la mejor baza del espectáculo, sin apagarse un ardite en estas dos horas de intrepidez. Por supuesto siempre amparados por los dos Fender, los teclados en manos femeninas y la batería, a veces demasiado conspicua.
El argumento reitera el de los otros dos espectáculos de la compañía, hermanos de trilogía. Una historia de España derramada desde «aquellos ojos míos de 1910» hasta la República y luego la farsa judicial franquista, los paredones como último paisaje y la amistad del cabaret como permanente esperanza. Al mostrársenos fragmentado, siguiendo cierta literatura al uso, los actores tienen que entrar y salir de cada escena con la rémora del baile anterior y eso ondula mucho el interés de la acción. Hay partes de mero sainete que un purista calificaría de prescindibles y otras verdaderamente geniales, como el rap del general y el capitán, que valen por toda la obra. Salpicadas aquí y allá alguna frase con ansias de epigrama de esas que le gustan a Emilio.
Rancho & Porlier es otro espejo roto. Un brillante azogue que hizo añicos aquel julio del treinta y seis. Y Laví e Bel reconstruye en escena cada uno de esos pedazos. Hace volar la cortante esquirla mediante una atinada coreografía que no cesa pero tampoco atosiga. Refleja una astilla de aquel bosque inicuamente talado llamado España, en el que mandaba la aulaga sobre la rosa. Y consigue, mediante doce leds prisioneros del círculo y otros muchos recursos luminosos, momentos en los que el teatro se llama emoción.
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