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Prepárense para leer una historia apasionante. Otoño de 2022. Carlos Ballesta, cirujano granadino y coleccionista de arte, recibe la llamada de un amigo que paseaba por el Retiro. «Carlos, tienes que ver esto». Y eso hizo Carlos, ir a ver eso. En uno de los puestos de antigüedades del mercadillo había un libro, en un estado de conservación muy deficiente, en cuya primera página se podía leer: «A los descubrimientos de Torre Turpiana y en el valle de Valparaíso de la ciudad de Granada por el licenciado Ignacio de las Casas de la compañía de Jesús, que hace relación de todo lo acaecido en sus hallazgos y su aparición hasta el año 1604». Carlos Ballesta no lo dudó un segundo. Lo adquirió sobre la marcha.
¿Qué contaba aquel documento de 227 páginas firmado por Ignacio de las Casas? Pues básicamente que los famosos Plomos del Sacromonte, desenterrados en el Valle de Valparaíso en 1595, eran un timo en toda regla. Que las 223 planchas circulares de plomo, organizadas en veintiún tomos e interpretadas como el quinto evangelio revelado en árabe por la Virgen María, eran una patraña perpetrada por unos tales Alonso del Castillo y Miguel de Luna para convertir Granada en una ciudad de peregrinación, con todos los beneficios que ello reportaría.
Según explica Carlos Ballesta, Ignacio del Castillo, morisco, arabista, teólogo y un estudioso muy influyente en Roma, realizó esta investigación a instancias del que en aquel momento era el obispo de Granada, Pedro de Castro Vaca y Quiñones. El prelado, que ordenó la construcción de lo que hoy día es la Abadía del Sacromonte en el siglo XVII, quería saber si lo encontrado en Valparaíso era realmente cierto. Encargó el informe a Ignacio del Castillo, quien determinó que no, que aquello era un 'fake'. «Demostró que estaba escrito con letras que no eran reales», comenta Carlos Ballesta mientras abre el legajo y muestra un folio donde Ignacio del Castillo corrobora que Alonso del Castillo y Miguel Luna se inventaron la caligrafía.
Pues bien, ese es el manuscrito que se mercadeaba en el Rastro y que la Fundación Carlos Ballesta ha recuperado con la intención de que, a partir de ahora, pueda ser estudiado en profundidad. «Estoy seguro de que aquí –añade– van a salir cosas sorprendentes que arrojarán mucha luz respecto al arca de Torre Turpiana y todo lo que se sacó en Valparaíso (además de los Plomos del Sacromonte se localizaron múltiples reliquias supuestamente de santos)».
Antes de continuar conviene recordar qué es esto del 'arca de Torre Turpiana'. Esta torre era el alminar de la antigua mezquita de Granada, donde hoy se halla la Capilla Real. El 18 de marzo de 1588 apareció entre sus ruinas una caja con un pergamino con una profecía de San Juan sobre el fin del mundo que anticipaba lo que afloraría en Valparaíso siete años después.
Pero volvamos a lo de Ignacio del Castillo. Tras cerrarse la transacción, el primer paso que dio Carlos Ballesta fue ponerse en contacto con dos reputados restauradores documentales de Granada, Romina Domínguez y Rafael Lorente, para que llevaran a cabo una rehabilitación integral del fondo. Y eso es exactamente lo que hicieron. «Ha sido –reconoce Rafael– posiblemente el encargo más complicado que ha llegado hasta nuestro taller, Hueco Conservación».
«Se encontraba muy deteriorado», asegura Romina. Entre las principales patologías, se observaba fragilidad en el soporte y pérdida de funcionalidad –no se podía manipular sin que se despedazara–. A ello había que sumar el ataque de microorganismos que se desarrollan en ambientes húmedos, con poca luz y con temperaturas altas. «Esto favorece que haya hongos», resume Romina. Además, la realización de pruebas de PH evidenció un descenso de los niveles de acidez en la estructura interna de la celulosa –hablamos del típico papel de trapo que se usaba en aquella época, sobre el que Ignacio de las Casas redactó con tinta orgánica–.
Rafael Lorente comenta que se plantearon básicamente tres líneas de intervención. En primer lugar, la reparación estructural para que el hológrafo de Ignacio de las Casas pueda consultarse por parte de los expertos –también se ha realizado un proceso completo de digitalización de toda la obra–. «Nos centramos también en la paralización de los agentes que estaban provocando la degradación del material, que seguían activos». «Y por último –concluye– la restauración estética».
Para todo ello fue preciso un trabajo de fotografía previo al desmontaje y la numeración de cada una de las hojas. Romina y Rafael llevaron a cabo labores de limpieza, lavado, desinfección, reparación de los soportes afectados por desgarros mediante la realización de injertos y consolidación del conjunto. «Todo con una enorme meticulosidad para garantizar el mantenimiento íntegro de todo el texto», recalca Romina.
Y antes de finalizar ¿quieren saber qué fue de Ignacio del Castillo? Pues digamos que a Pedro de Castro no le interesó mucho lo que escribió, y el buen hombre terminó sus días en Ávila.
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