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José Antonio Muñoz
Granada
Martes, 23 de agosto 2022, 23:57
Ángel Olgoso (Granada, 1961), uno de los maestros del relato en español vuelve con 'Bestiario' (Eolas Ediciones), una aproximación literaria al complejo mundo de los ... seres que no existen, o que no vemos. El volumen cuenta con un prólogo de Jorge Fernández Bustos.
–¿Quizá nos llama tanto la atención lo entomológico porque los humanos no somos conscientes de nuestra pequeñez?
–Exacto, tenemos un problema de perspectiva, nos cuesta vernos como un simple formicario de hormigas. Los tímidos estamos más acostumbrados a ese recogimiento del ego. Aunque si eres un tímido miope, es inevitable que te veas a ti menos borroso que a los demás. En realidad todos somos Gregor Samsa, el protagonista de 'La metamorfosis' de Kafka. Este 'Bestiario' podría considerarse un terrario de cristal, un termitero, un bosque animado en miniatura, donde sopla a placer la brisa de la imaginación.
–La muerte forma parte de la vida, dicen. Y hay quien sueña con la reencarnación, sin pensar en que la vida cansa, y determinadas vidas, más…
–Me fascina el atroz hecho de que, de todas las formas de vida conocidas, sólo queden vivas un magro diez por ciento. Las demás, muchas de ellas extrañas o inimaginables, han desaparecido para siempre (aunque quedan pequeñas muestras como ornitorrincos, pangolines, capibaras, ajolotes, hormigas terciopelo, ranas de cristal....). Se refiere usted al protagonista de 'Samsara', quien sufre la rueda de las reencarnaciones hasta acabar como un animal disecado. Sabemos que lo único que nos diferencia de los animales (que viven en estado de pureza, eternos, con el ritmo elemental de la tierra misma) es la conciencia de nuestra mortalidad. De hecho, si los miramos a los ojos nos parece intuir exactamente lo que sienten. Sin embargo nadie puede saber qué es un animal, en parte porque nadie puede saber lo que es cualquier cosa, y además porque es imposible considerar a un animal sin superponerse antropomórficamente a él.
– ¿Hasta qué punto le influye la tradición del cuento oriental? ¿Y la mitología clásica?
–Es cierto que casi cada libro mío de relatos incluye una historia oriental propia, homenajeando en especial a la fascinante y exquisita tradición japonesa. Y seis textos míos se incluyeron en la antología 'Después de Troya. Microrrelatos hispánicos tradición clásica'. No se trata solo de una cuestión de gusto, de afinidades o de formas, sino de maneras. Estas tradiciones, por lo general, perduran porque han logrado recoger con sencillez algo esencial humano, una verdad eterna, común al hombre de cualquier tiempo y lugar. Son historias que están sustentadas a la vez en la autenticidad y en el misterio, no en banalidades, conflictos espurios ni ingeniosidades efímeras.
–¿Le supone un reto como escritor mezclar el microrrelato con el nanorrelato y los relatos de mayor extensión?
–Siempre me he plegado por completo a las exigencias del texto, independientemente de la extensión. La soberanía de la historia es sagrada, no se puede forzar, ni podándola ni hinchándola. Volvemos a la idea de la perspectiva: un árbol es, como decía Bruno Munari, la lentísima explosión de una semilla. Al tratarse de una recopilación de cuarenta años de escritura (aunque las narraciones no están extraídas en orden cronológico), conviven en 'Bestiario' distintos registros, el microrrelato y el relato largo, la evocación poética, el terror, la sátira, la ensoñación, la metamorfosis, el cuento tradicional, la antropomorfización, la fábula, la escena bíblica, las hibridaciones, etcétera, y se barajan no solo animales sino diversas atmósferas, técnicas narrativas y la propia extensión de los textos. Pienso que el resultado oscila entre el onirismo y la mirada poética, entre el barroquismo y el informe pericial.
–¿Qué le sugiere el término «mascota»?
–Una simplificación, una pobre expresión un tanto peyorativa hacia quienes nos acompañan y nos ayudan a salvarnos de esta vida que, en palabras de Lezama, «se agazapa como una bestia de interminable lomo para la caricia». Confieso que sería capaz de dar una oreja por haber escrito la historia del decano Spanley, de Lord Dunsany, una de las más hermosas relaciones jamás narradas entre humanos y animales. Mientras tanto, me conformo con este modesto crisol de 'Bestiario', donde he reunido vínculos amistosos y crudamente terribles, donde espero haber dibujado una batalla de centauros cuyas dos mitades se acompañan familiarmente o luchan instintivamente una contra otra. A fin de cuentas, somos los únicos animales que fabulan.
–Dijo que se retiraba del relato con 'Devoraluces', Premio de la Crítica. ¿Se lo ha pensado mejor?
–Me temo que ya he dado por concluida mi obra de ficción. 'Devoraluces' ha sido el punto final, la bisagra de una nueva puerta. En otros libros anteriores habían comenzado ya a infiltrarse algunas piezas de un universo fragmentario entre lo metafísico, lo ensayístico y lo confesional, pero ya tengo listo el primer volumen de esta nueva etapa más libérrima, titulado 'Madera de deriva'. La verdad es que siento cierto hartazgo del corsé constreñidor la ficción y, al mismo tiempo, mucha curiosidad y ganas de explorar –mediante otros registros– este territorio fronterizo. Pero no dejaré totalmente de lado los mundos sumergidos y fascinantes de la imaginación, los seguiré recorriendo a través de la lectura de otros autores.
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