Arturo Muñoz, en la biblioteca de San Nicolás, en el Albaicín, donde escribió parte de la novela. A. AGUILAR
«De niño pensaba que esos atentados de ETA podían sucederle a mi padre»
Arturo Muñoz, escritor ·
El músico granadino, hijo de Antonio Muñoz Molina, publica su primera novela, 'Por un túnel de silencio', la historia real de un guardia civil granadino en Euskadi en los años más crudos del conflicto
La música siempre suena en el despacho de Arturo Muñoz (Granada, 1986), incluso cuando está en silencio. En un rincón del ático, en pleno corazón del Albaicín, hay un bodegón de guitarras alrededor de un viejo equipo de música que todavía funciona. A su lado, por una estantería serpentean cintas de Leonard Cohen, vinilos de Joao Gilberto y una fotografía en blanco y negro en la que Antonio Muñoz Molina abraza a sus hijos. «Somos nosotros de niños, con mis padres», dice Arturo. Al fondo, una figura de Buzz Lightyear otea el infinito que se escribe más allá del ordenador. «Es el ídolo de mi infancia. Me encanta 'Toy Story'».
Arturo Muñoz fue guitarrista de Pájaro Jack. Un día, en el bar Provincias, escuchó una historia sobre el conflicto vasco; una historia tan cercana y tan real que le removió por dentro, desde su infancia y su padre hasta hoy. De aquella charla nació 'Por un túnel de silencio' (Editorial Pepitas, 2022), su primera novela.
–¿Quién es Paco?
–Para mí, Paco solo era el padre de Mario, uno de mis mejores amigos. Mario era batería de mi grupo y yo conocía a Paco porque venía a nuestros conciertos. Un día, tomando cervezas en el Provincias, Mario me contó que su padre había pasado seis años destinado en Bermeo y en Guernica, que allí había vivido de cerca varios atentados de ETA y había perdido en ellos a algunos compañeros. Poco después descubrí que Paco había pertenecido a uno de los primeros grupos de Información que la Guardia Civil montó en Vizcaya, a las órdenes de un capitán, Manuel Hidalgo, que tenía reputación de torturador. Ahí empezaron a complicarse las cosas.
–¿Cómo es cambiar del escenario del Planta Baja a las tarimas de las firmas de libros?
–Hace poco le envié mi libro al periodista Toni Garrido, a quien admiro. Le dije que de algún modo había pasado de tocar bossa nova a escribir sobre el conflicto vasco. Su respuesta me gustó: ciertos tipos de bossa nova, me dijo, podían considerarse terrorismo, de manera que el salto personal no le parecía tan grande. Hablando en serio, el principal cambio que he notado entre la música y la escritura es la soledad. En la música estás siempre con gente, escribiendo no. No lo digo como algo necesariamente malo. Todo tiene sus ventajas. Gran parte de la novela, por cierto, la escribí en la biblioteca de San Nicolás.
«Hace poco le envié mi libro a Toni Garrido. Le dije que había pasado de tocar bossa nova a escribir sobre el conflicto vasco»
La guitarra, el mapa, el libro, Arturo y Buzz Lightyear.
A. AGUILAR
–Uno termina de leer la novela y se pregunta si existe la verdad.
–La verdad es rara y está llena de incoherencias. Pero yo creo que existe. Que sea difícil conocerla no debe hacernos renunciar a ella, ni pensar que todo es relativo. Hay hechos. Por otro lado, el tipo de verdad a la que yo aspiro en este libro no es la más científica, pero eso no la hace menos válida. Cuando escuchas una canción bonita, por ejemplo, tienes la sensación de estar percibiendo una verdad profunda, que sin embargo es indemostrable. Esa verdad, la del arte, más que la de la historia o el periodismo, es la que yo he buscado escribiendo este libro.
–El libro es literatura y es periodismo. ¿El plan era escribir?
–El plan era dar forma a una historia que parecía prometedora. Al final, por distintos accidentes, ha salido un libro que es una mezcla de varias cosas, pero que para mí se parece sobre todo a una novela. Sí que hay un trabajo de campo y ciertos detalles en los testimonios que recojo que tal vez puedan considerarse periodismo.
Portada de 'Por un túnel de silencio'.
–Comparto con usted aquella sensación, de chico, de que en cualquier momento podía haber un atentado al lado de casa.
–Recuerdo que los atentados de ETA me afectaban mucho. Los dos días de secuestro y el asesinato de Miguel Ángel Blanco, la muerte a tiros de José Luis López de Lacalle cuando salía de desayunar, los cuerpos tendidos sobre charcos de sangre en la acera... Mi padre tenía una posición pública muy dura contra el terrorismo y el nacionalismo y de niño pensaba que esos atentados de ETApodían sucederle un día a él. Este componente personal es fundamental en el libro. Uno desarrolla su sensibilidad y su posición no a través de un proceso frío de maduración intelectual, sino sobre todo según ciertos factores sentimentales: la familia, los amigos, el instinto de proteger a las personas que quieres, el temor a que les pase algo, las circunstancias materiales de tu vida. Esos factores sentimentales, esa extraña lógica interna de cada persona, era lo que a mí me interesaba conocer, por encima de cualquier relato histórico. El libro renuncia abiertamente a eso que llaman 'la batalla del relato'.
«Las personas muy coherentes me parecen aburridas. No sé por qué se habla tanto de la coherencia como una virtud»
–¿Qué le dijo su padre cuando le habló del libro?
–La idea le gustó desde el principio. Me dio mucho ánimo para escribir. Me preguntaba de vez en cuando si avanzaba o no, porque tardé en terminarlo. Elvira y él, y unas pocas personas más, se leyeron el primer borrador y me dieron generosamente algunos consejos para terminar de pulirlo. Lo cierto es que no he sentido ninguna presión por ser hijo suyo, para mí ha sido una ayuda. He aprendido mucho de él, no solo porque sea mi padre, sino porque es un escritor al que admiro.
–Visto lo visto, ¿existen las personas siempre coherentes?
–Las personas muy coherentes me parecen aburridas. No sé por qué se habla tanto de la coherencia como una virtud. No me gusta cuando se dice que los artistas deben tener un 'discurso'. Como si tuvieras que tener clara tu posición siempre y no te pudieras permitir equivocarte o no saber qué opinar o decir hoy algo distinto a lo que decías ayer. Nadie sabe tanto de la vida como para ser coherente. Siempre recuerdo una cosa que me dijo Alonso Díaz, de Napoleón Solo: «Creo en la reencarnación, pero dentro de la propia vida. Cada cinco minutos soy una persona distinta».
Muñoz, con su guitarra.
A. A.
–¿Hay algo que pueda justificar la violencia?
–Hay momentos en los que casi todo el mundo admitiría que es necesaria: si tú vas con un amigo por la calle y alguien le pega, tendrás que defenderlo. Si, como sucedió en España, un general da un golpe de Estado para derribar a un Gobierno democrático, habrá que enfrentarse a él. Lo mismo pasa ahora en Ucrania. Hay otros casos mucho menos claros. Lo que no puedes hacer es idealizar o embellecer la violencia, o venderla utilizando palabras bonitas: lucha armada, interrogatorio reforzado, etcétera. La violencia es siempre horrible.
–¿Tiene la sensación de que vivimos en bandos permanentes?
–Sin duda. El instinto de pertenencia es de los más poderosos. Debe tener muchas ventajas, pero los inconvenientes no son pocos. Si solo te importa tu tribu, serás insensible al sufrimiento de quien no pertenezca a ella. Es otra de las claves de lo que sucedió en el País Vasco, o en la Guerra Civil. Una humanidad impecable para denunciar lo que sufren los tuyos y una frialdad igual de perfecta para ignorar a los demás.
«Lo que no puedes hacer es idealizar o embellecer la violencia, o venderla utilizando palabras bonitas»
–¿Preferimos olvidar el pasado?
–Debe haber una parte de olvido. En Francia nadie quiere acordarse del régimen de Vichy. En España muchos franquistas se convirtieron sospechosamente en demócratas en unos cuantos días. En Euskadi hay gente que justificaba la crueldad y el asesinato como armas políticas y que ahora se presenta como pacifista y ecologista. Es bueno olvidar un poco. También nos pasa en nuestra vida diaria. Pero antes hay que reconocer los hechos, y la responsabilidad de cada uno en ellos.
–Al final, la gran historia del libro, como todas las grandes historias, está en las personas.
–Los relatos históricos son entretenidos, pero solo las historias de las personas, individualmente, te enseñan algo.
«Las plazas en Granada han desaparecido, solo hay mesas de bares»
Muñoz, por el centro del Albaicín.
A. AGUILAR
–¿Qué tal la vida por el barrio?
–El Albaicín es precioso. Casi todas las mañanas doy un paseo hasta San Miguel alto o por el Sacromonte. Pero se lo está comiendo el turismo. No hay límites. Despedidas de soltero de cincuenta borrachos atravesando calles de menos de un metro de ancho y vomitando en ellas. Las terrazas de los bares impiden el uso del mobiliario público. Mi vecino, de ochenta y tantos años, ya no puede sentarse en el banco de Plaza Larga que a él le gustaba. Las plazas han desaparecido, solo hay mesas de bares. Nos roban el espacio público y estropean un patrimonio artístico único en el mundo. Me da mucha pena.
–¿Qué tal la Granada cultural?
–Hay artistas bastante jóvenes de mucho talento. Por ejemplo, hay un grupo que me gusta mucho, Niebla, formado por chavales jóvenes muy bien formados. Tenemos una generación de artistas muy preparada y que abarca distintos estilos que antes no se veían tanto. Lo que veo es que no hay cauces adecuados para que eso deje una impronta en la ciudad. Hay una industria que no se está explotando.
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