JOSÉ ANTONIO MUÑOZ
Granada
Jueves, 2 de mayo 2019, 01:13
Iñaki Ezkerra (Bilbao, 1957) es una de las voces más lúcidas del pensamiento vasco. Quien fuera presidente del Foro de Ermua es un profundo estudioso de la realidad pasada y presente en su tierra. Fruto de ese estudio, tanto como de sus propias vivencias, es ' ... La voz de la intemperie' publicada por Ipsos Ediciones dentro de la serie 'Baroja & Yo', en torno a su relación con el literato vasco.
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-¿La forma que tiene Baroja de tratar a las mujeres cabe en el mundo de hoy?
-Baroja es hijo de su tiempo, pero a la vez un gran adelantado. Es el gran retratista de la mujer de su tiempo y la pinta de todas las clases sociales, pero siempre le interesan las mujeres emancipadas, inquietas e independientes, con un criterio propio y que no se quieren atar sumisamente a un hombre.
-¿Su visión crítica es la que coloca al autor de permanente actualidad?
-Baroja trata siempre de ser fiel a la verdad. Es tremendamente honesto. Por eso es incómodo. Porque la verdad no gusta mi contenta a nadie. La verdad no tiene bando; no encaja nunca con los patrones, los corsés y los intereses de la derecha ni de la izquierda. Siempre inquieta o molesta porque desvela las fisuras, las mentiras y la estrechez de los patrones ideológicos.
-Ponga un ejemplo ilustrativo.
-Ahora todos políticos se muestran muy preocupados por «la España vacía». Decir eso en la campaña les parece que queda muy bien: «Hay que llevar servicios a las zonas más aisladas del mapa rural». Sin embargo, ese es un lema superficial y tan vacío como la España que se denuncia o se lamenta. Precisamente, uno de los problemas que hemos heredado de la etapa anterior a la crisis es la falta de presupuesto para mantener estaciones ferroviarias levantadas con fondos europeos en medio de la nada, aeropuertos vacíos y palacios de congresos para cuatro gatos.
-¿Qué lecciones extrae de la visión de Baroja sobre el alma de su pueblo?
-Creo que la expresión «el alma vasca» hay que entenderla como una licencia poética, una metáfora, una figura literaria susceptible de muchas versiones e interpretaciones. Creo que a Baroja le interesaba poco el alma, ni vasca ni de ningún tipo. Él cree que el ser humano se mueve por fuerzas e impulsos interiores, acaso genéticos, como el del sentido de la acción, o por la carencia de éste y la inclinación a la melancolía. Nos transmite una visión muy emotiva, muy poética, del paisaje vasco, pero lo hace sin mística, sin metafísica, desde una gran sencillez y un modesto realismo al que le repugnan las mitificaciones.
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-Las leyendas vascas están muy presentes en la obra de Don Pío, para desbrozar su parte más perniciosa. ¿Hasta qué punto las leyendas han desnaturalizado el entorno en el que usted vivió de joven?
-Para Sabino Arana, la tierra vasca era sagrada, santa y pura. Los nacionalistas de hoy se han empeñado en que es «mágica por decreto». Han convertido un piropo en un axioma. A mí esa supuesta e incuestionable 'magia potagia' de lo vasco me parece que es una forma posmoderna de 'neosabinismo' en la que entran en juego la mitología tradicionalista de 'Amaya y los vascos', un realismo mágico mal imitado de 'Cien años de soledad' y la pretenciosidad fantástico-gótica-medievaloide de la serie 'Juego de Tronos'.
Ahora están eufóricos -lo cuento en mi libro- porque esa serie ha tomado el pequeño islote de San Juan de Gaztelugatxe como la imagen de un castillo virtual llamado Rocadragón. Es un buen símbolo, un irónico ejemplo de la Euskadi de cartón piedra que quieren vendernos.Creo que la mística sencillez de que habla Baroja al referirse al acordeón es exactamente la antítesis de la pedante, enfática, hueca y tribaloide txalaparta de las películas cursis y etnicistas de Medem.
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-¿Qué ideales barojianos es posible trasplantar a nuestra realidad?
-Baroja era íntimamente un anarquista, pero sabía que la utopía de una sociedad sin Estado es imposible. Lo que creo que podemos y debemos trasladar a nuestra sociedad de hoy es su sencillez, su falta de pomposidad y grandilocuencia; su actitud de simple paisano en medio de la barbarie de la guerra y su compasión por la condición humana. Fue un gran vasco y un gran español. Y lo fue sin ostentación, sin retórica ni ningún afán redentorista, conociendo bien nuestros defectos nacionales y describiéndolos, pero sin querer salvarnos a todos como algunos que andan ahora por ahí.
-¿Existen aún barojianos capaces de juzgar a Don Pío de forma ecuánime, o no caben términos medios cuando de él se trata?
-Baroja es un autor capaz de despertar especiales simpatías y afecto porque no va de nada. Es un autor al que se le quiere. Tenía un grado de tolerancia cero ante la hipocresía y la estupidez. Pero, detrás de sus famosos 'improperios', se ve claramente al escritor que siente una gran compasión por la condición humana. Baroja critica, pero no condena ni moraliza ni juega a escandalizarse.
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-¿Cree usted que Baroja tuvo nostalgia alguna vez de lo que pudo haber sido y no fue?
-Seguro que sí. Como todos. Todos tenemos alguna nostalgia por lo que no hemos conseguido en la vida. Porque la vida es eso: una lección de humildad. La vida está llena de limitaciones y de derrotas. La cuestión es qué hacemos con ellas.
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