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A las ocho de la mañana, los pacientes esperan su turno en el Centro Médico Adeslas, en mitad de Pedro Antonio de Alarcón. La puerta de la consulta número 15, la de angiología, se abre y al momento asoma una bata blanca. «¿Quién es el primero?», pregunta el doctor Vicente Ibáñez Esquembre, 73 años. Un tipo levanta la mano y los dos pasan juntos al interior. Lo último que se escucha antes de que se cierre la puerta es «siéntese, por favor. ¿Cómo está?». Sobre la mesa, al lado de una maqueta de un corazón que utiliza para explicar su funcionamiento, hay un libro. Una fábula sobre lo importante que es aceptarse a uno mismo. Un cuento que se titula 'El viejo de la cumbre'.
«Creo que en la Medicina está todo: la escritura, el humanismo, la música...». Cuando la hija de Vicente Ibáñez era pequeña, le pidieron en el colegio que explicara quién era su padre y ella, sonriente, dijo «mi padre es música». «Yo no veo enfermos, veo personas –sigue el doctor–. Y al tenerlos aquí, al tratarlos, te implicas en su vida, intentas conocerlos, tranquilizarlos, ejercer una empatía para que te cuenten sus problemas». El doctor ha escrito un cuento para todas las edades que, como dice en la dedicatoria, «nació por y para» su hija. «Y eso es lo más bonito de la Medicina, el acto médico, que esta mesa –Ibáñez acaricia la madera con la palma de la mano– se vaya haciendo más pequeña hasta que puedas tocar al otro. Cuando tú tocas a un paciente así –pone una mano en el hombro–, la empatía es total. Absoluta. Le dices: somos iguales y voy a hacer lo que pueda para ayudarte».
Después de 40 años hablando con pacientes, Ibáñez tiene mucho que contar. «Creo que he llegado a conocer un poco la naturaleza humana. Eso ha provocado que siga escribiendo, algo que no he dejado de hacer desde que tenía ocho años». Aunque tiene publicados varios tomos de relatos y poesía, su última obra es un cuento ilustrado, 'El viejo de la cumbre' (Apuleyo Ediciones, 2025). «Yo había escrito este cuento a una niña de 10 años que un día, estando con ella, estaba muy apenada. Le pregunté qué le pasaba y me dijo que no se gustaba, que ella quería ser rubia y con ojos azules. Le dije que eso no tenía sentido, que algún día lo comprendería».
De aquella conversación surgió un cuento protagonizado por el conejo Veloz y el topo Taqui. Ambos salen de viaje para encontrar al viejo de la cumbre, una suerte de mago de Oz al que, dicen, le puedes pedir un deseo. Y Veloz y Taqui lo tienen claro: quieren dejar de ser animales pequeños. Así que ambos recorren un camino lleno de obstáculos y peligros que les conducirá a una pregunta que no esperaban. «Es una fábula con moraleja. Un mensaje sobre la identidad, el esfuerzo, los sueños... Un mensaje importante».
Este miécoles se presentó el libro en la Biblioteca de Andalucía. Fue una buena oportunidad para charlar cara a cara con el doctor Ibáñez. Aunque, claro, lo mismo su rostro ya les sonaba. Sí, era un habitual de la tele.
Vicente Ibáñez se licenció en la Facultad de Medicina de Valencia, donde nació. Sin embargo, con la convocatoria del primer examen MIR (Médico Interno Residente) en 1978, se presentó a una especialidad nueva que ofrecían en Granada: angiología y cirugía vascular. «La angiología es el estudio de los vasos venosos, arteriales y linfáticos. Con la parte clínica, que es en la que administras un tratamiento médico, puedes tomar precauciones para que los problemas no vayan adelante. Hoy por hoy es difícil llegar a cirugía porque hay muchos métodos de prevención». Tras realizar los cinco años de especialidad en Granada, saltó a Cádiz para montar el servicio de angiología, que no existía, y después a Almería, donde pasó 20 años. En 2008 regresó a Granada.
En todas esas idas y venidas, Ibáñez fue uno de los fundadores del Capítulo de Flebología de España (rama que estudia las patologías de las venas), sociedad de la que fue presidente y vicepresidente durante varios mandatos. Su conocimiento y su talento divulgador le convirtió en colaborador habitual del programa de televisión 'Saber Vivir', entre 1995 y 2005. «Soy muy vergonzoso para hablar de mí, pero cuando es un tema profesional tengo la cara más dura que el cemento», ríe.
Luego está la música, por supuesto. Porque él, como dijo su hija, es música. «Es compulsivo. No puedo pasar un día sin poner uno de mis discos: los Beatles, los Rollings, los Scorpions, Led Zepellin... y también Bach, Beethoven, Mozart, Mahler... «Oigo todo tipo de buena música. La que se hace hoy –aprieta el rostro– es regular». Vicente golpea con los dedos sobre la mesa, como si fuera un piano, y mira la hora. En unos minutos entrará el primer paciente de la mañana y le invitará a sentarse aquí mismo. «¿Jubilarme? En 40 años habré visto a 300.000 pacientes. Aquí veo al mes a cerca de 80. Mientras sea de ayuda, seguiré trabajando. Porque creo que en la Medicina está todo: la escritura, el humanismo, la música».
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