Sergio Mayor (Las Palmas, 1962) contempla el desierto de Gorafe por pura vocación. Después de cuarenta años ejerciendo la vida de otro en las islas, regresó a Granada, la ciudad en la que se formó de joven. La ciudad de la que sigue enamorado. ... Ahora, alejado del mundanal ruido, tiene móvil pero le sobra. «Con la noche estrellada del pueblo me basta», dice. Mayor quería leer. Leer como profesión. Tal vez por eso empezó a escribir. 'Ciudad Mori' (Karima Editora, 2020) es su primera obra, un relato tan misterioso como su propio autor («Nació en Las Palmas de Gran Canaria. Vive retirado en Gorafe», pone únicamente en la solapa). Un libro sobre el tiempo, el amor, la vida y la muerte, la poesía, los bares y Granada. Sobre todo Granada.
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–Hacia el final del libro, los vecinos de Gorafe le preguntan al narrador quién es. ¿Quién eres, Sergio Mayor?
–No sé quién es Sergio Mayor –ríe–. Una persona que ha vuelto a Granada. Vine a estudiar el COU en 1980, hice Filología Inglesa y luego me fui a Las Palmas. Hasta ahora. Granada es mi viaje iniciático. Soy una persona a la que le gusta mucho escribir y la pereza, algo que reivindico mucho:la contemplación. Por eso me fui a vivir a un pueblo al desierto. Sobre mis empleos anteriores... he trabajo mucho, pero cuando uno trabaja por dinero no está muy orgulloso. No era lo que quería ser en esta vida.
–¿Querías escribir?
–Leer me gusta mucho más que escribir. La vida del pensamiento me interesa. Soy una persona bastante solitaria y conseguí lo que quería: volver a Granada.
–El libro es una declaración de amor a Granada.
–Granada es una ciudad muy metafísica, metageológica. Noto en Granada una llamada de la tierra. Es una ciudad de mucho llamamiento, de mucha intensidad, es lírica... Digo estas cosas y suena muy campanudo –se ríe a carcajadas de sí mismo–. Llegué en el 80 y desde el primer día sentí un déjà vu intenso infundado porque no había tenido ningún contacto con la ciudad. Era como si yo ya hubiera estado aquí.
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–Defines a Granada como la ciudad más triste del mundo.
–Es una ciudad muy bella y las ciudades de tanta belleza muchas veces son malsanas. A veces te tienes que ir porque es exhuberantemente bella y eso es tóxico. Insalubre para el espíritu. Pero no por la belleza monumental o arquitectónica, la belleza de Granada es telúrica.
–¿Qué es 'Ciudad Mori'?
–El libro es fruto del entusiasmo de la editora. Tenía muchos textos escritos y ella quiso articularlos, imbricarlos en una serie de unidades temáticas y salió esto. Esto es un aluvión de muchos escritos con una unidad recurrente: Granada. Granada es un opiáceo y, si no te vas, quedas completamente zumbado por su belleza.
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–En el libro hablas mucho de Dios. Dices que San Nicolás es «la puerta del cielo».
–Granada es una ciudad muy religiosa. Yo estudié Teología también. Tengo cierto apego por los monasterios y por los bares a partes iguales. Pero no me podía ordenar cura porque soy muy desordenado –ríe–.
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–El tiempo es fundamental en la estructura del libro.
–Granada es una ciudad muy recurrente, bastante anacrónica en el sentido de que todos los tiempos son simultáneos. Me encanta de esta ciudad que entras en una casa y entras en el siglo XII. Granada es una refutación del tiempo y el tiempo es un misterio: nacemos, morimos, pero siempre estamos presentes y Granada, suelo decir, es una sesión de espiritismo. Estoy obsesionado con la muerte desde pequeño, según mi madre con dos años ya tenías pesadillas. Nací en una playa y todas las noches sonaba el mar en la casa. La voz del mar dicen muchos escritores que es la voz de todos los muertos.
–En 'Ciudad Mori' mencionas a decenas de poetas, músicos, filósofos...
–Pedante, dicen.
–No lo sé, pero sí creo que exige un lector culto.
–A mí me gusta cuando leo esas cosas en otros autores. Ahora tenemos recursos tan fáciles de acceder que cuando alguien nombra a un autor que no conoces lo puedes buscar y ver si te interesa. Por eso me permito la libertad o la pedantería de decir muchos nombres... que muchos ni he leído y sólo conozco frases o la escuela. También me encantan las palabras sonoras y si hay un tipo en la Edad Media que se llama Sigerio de Brabante lo voy a utilizar –sonríe–. El libro es ante todo un honor al lenguaje.
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–Entre bares, arte y espiritualidad, de repente, Facebook.
–Soy una persona bastante reaccionaria, no sé manejar el teléfono móvil y si me escribes un whatsapp no sé responder. Lo empecé a utilizar porque en el pueblo me dijeron que me pusiera Facebook para estar en contacto con actividades. Puse un texto, luego otro... Y de repente hay gente interesada. Pensaba que yo era un outsider, un marginal, un pringado, un tipo que no tenía mucho que decir... Pero hay gente a la que le interesa las cosas que dices y un día apareces en Babelia. Eso para mí ha sido una sorpresa.
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–«Si se apareciera la Virgen nos haríamos un selfie con ella», dices en el libro. ¿Es una definición de nuestra sociedad?
–Si se apareciera la Virgen la gente estaría haciéndose selfies y, además, pasándole el brazo por encima... No quiero enjuiciar. La gente joven me desconcierta bastante, pero me parece muy bien que sean así. Yo sería así si tuviera quince o 20 años. Es una cuestión del tiempo que nos toca.
–Te importa mucho la forma. Llegas a decir que «no quedan escritores en el mundo».
–Hay escritores muy buenos, pero no me interesa mucho la prosa actual, está bastante castigada. La complacencia en la propia Literatura se está perdiendo. Ahora se usa un estilo más directo, más Twitter, con más interjecciones, más mal hablado... Hace falta mucha vida de pensamiento para llegar a decir tres o cuatro cosas que tengan una sintaxis interesante.
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