Antonio Muñoz Molina entró en el Centro Federico García Lorca con la sonrisa ancha, el paso firme y una mochila al hombro desprovista de puntos seguidos o aparte, como en la primera parte de su última novela, 'No te veré morir' (Seix Barral, 2023), setenta ... páginas que son una sola frase que imita la fugacidad y la inmensidad de un sueño así, sin parar ni un segundo, pero, al mismo tiempo, componiendo con una insultante facilidad musical ese amor imposible de Gabriel Aristu y Adriana Zuber, dos partes de un mismo corazón separados por un océano físico y temporal, como la primera y la última nota de 'El sombrero de tres picos' de Falla o el primer y el último verso del 'Romancero gitano' de Federico, autor que, como los personajes de Muñoz Molina, rondó cual espejismo por las butacas abarrotadas de la Plaza de la Romanilla para escuchar al ubetense charlar con su amigo Juan Mata, escritor, erudito, profesor queridísimo en Granada y divulgador que ha hecho suya la lucha de que una vida con lecturas es una vida mayor, más honda, más real y más viva, una vida por la que Muñoz Molina navega sobre una veintena de novelas que más de una vez volvieron a Granada, a donde volver, por cierto, «es muy emocionante», como dijo el académico de la RAE que, tras pasar dos días escribiendo en la habitación del Hotel Victoria, dando a la tecla con vistas a San Antón, observó, desde la silla naranja del escenario, una marea de abanicos de todos los colores vareando el aire como ramas de olivo, los abanicos de los que pudieron entrar, porque fuera se quedaron lectores como para llenar dos teatros más.
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«Siento una emoción muy profunda al volver a Granada», dijo Muñoz Molina, que se sumó a los agradecimientos a los artífices del evento: la editorial Seix Barral, el Centro Lorca, la Librería Picasso y el Centro Andaluz de las Letras. «Más de 400 personas convocadas en torno a la palabra y la literatura –reflexionó Mata–. Esperemos no defraudar». Muñoz Molina paseó por la Granada de su memoria, la de sus primeros años trabajando en el ayuntamiento y como articulista de prensa, rodeado de amigos y primeros lectores. «Tuve la suerte de que mi carrera como escritor coincidiera con el comienzo de muchas cosas. Fue una buena época y un buen sitio para empezar».
Mata explicó que el título de la novela, 'No te veré morir', nace del poema 'Ya no' de la uruguaya Idea Vilariño. Pero es que la inspiración de los versos va mucho más allá del título ya que, tal y como desveló el ubetense, Gabriel y Adriana guardan cierta resonancia con Vilariño y Juan Carlos Onetti, que fueron amantes. «Conocía a Idea y me impresionó su mirada. Era una señora muy mayor, enferma, encorvada, frágil, pero con una mirada fulminante, temeraria, la mirada de la que no renuncia a nada en la vida, llena de inteligencia y pasión. Te traspasaba. Esa sería la mirada de Adriana».
Gabriel y Adriana, 50 años después de su última noche juntos, tendrá una conversación definitiva, «unas palabras en las que ya necesitas guardar reparos». Porque 'No te veré morir' es una historia de amor, de pasión, en la que la edad es un pulso más: «Conozco gente muy mayor muy apasionada, que está llena de ilusiones y de belleza. Eso no hay que reivindicarlo, hay que contarlo. Retratar cómo es un hombre que mira a una mujer que no ha visto en mucho tiempo y ve la cara que hay ahora y la que había hace 50 años, porque esa cara sigue estando. Lo vemos todo. Tú eres todo en cada momento de tu vida y me entusiasmaba escribir sobre eso».
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La novela se divide en cuatro partes, cuatro movimientos. El primero, esa larga frase de setenta páginas sobre Gabriel, nació para mostrar «fluidez». «Inventaba sobre la marcha. Era una cabalgada que seguía y seguía e iban apareciendo cosas. Y cuando hay una separación (capítulos separados por comas) es porque paro de escribir. Quería el máximo de naturalidad». La historia se completa con los puntos de vista de un profesor amigo y de la propia Adriana y de su cuidadora, Fanny, una sudamericana que presencia un momento eterno. «La novela como género es un arte democrático: cuenta las cosas desde el punto de vista de cualquiera. Muchas veces, el personaje menos importante tiene la mirada más aguda».
Unos minutos antes de la sonora ovación final, una señora con un vestido de flores rosas se levantó en la última fila, ayudada cariñosamente por su cuidadora, una sudamericana que, quién sabe, lo mismo se llama Fanny. Ambas caminaron despacio hacia la puerta del teatro pero, justo antes de girar el pomo, la señora se frenó para escuchar a Mata recitar a Norberto Bobbio: «Que te sea permitido vivir hasta que los recuerdos te abandonen». «Ay», suspiró la anciana con un soplido en el que no cabía ni un solo punto.
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