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Sábado, 30 de septiembre 2023, 00:05
Por José Sarria
Desde los poemas que inauguran este libro se vislumbra una decidida vocación lírica enmarcada en la senda creacional de la ecopoesía, un ... hondo acento ecológico y una valiente defensa del medio ambiente como respuesta al atentado constante al que se somete a nuestro planeta, en la línea iniciada por el poeta chileno Nicanor Parra. El libro es un canto al milagro que nos rodea, un viaje por paisajes mediterráneos o sierras insólitas y excepcionales como las Alpujarras o las sierras de Málaga o de las Nieves, donde habita la manzanilla junto al espliego o los blancos arrayanes.
Pero, también, es exaltación del tiempo vivido y de la necesidad de retornar a los lugares antiguos de la infancia, para atrapar el instante infinito que habita en ellos y recuperar la llama que pervive en el corazón de sus ascuas: «Sobrevivimos/ al filo de los sueños/ constituidos». En definitiva, un emocionado himno por lo natural, un audaz acto de rebeldía contra el statu quo con un lenguaje claro y preciso, para elevar una bandera fértil, exuberante, desde la que rescatar, de entre los escombros, los paraísos perdidos donde habitan y se vislumbran atardeceres áureos repletos de hermosura y esperanza.
Por C. de la Rosa
Una novela que al principio puede parecer una lectura ligera pero que no lo es en absoluto. Bajo el seudónimo de Lorenzo G. Acebedo se esconde un religioso que colgó los hábitos pero que se llevó de la, por otra parte, casi siempre excelente educación lingüística religiosa, un estilo propio, con referencias claras a los maestros, no solo de la narrativa, sino de la escritura. La historia es casi lo de menos, aunque nos haya gustado ese juego con la posibilidad de un Fray Cadfael patrio encarnado nada menos que en la piel de Gonzalo de Berceo, el de 'Los milagros de Nuestra Señora'. Lo bueno de esto es que le entran ganas a uno de pedir al autor que, si colgó los hábitos, no cuelgue la pluma.
Por Gerrardo Rodríguez Salas
Al ubicar sus poemas en la tierra bíblica de Silo, la autora confiere a este volumen un tono mítico y misterioso. Con cadencias ancestrales, la autora traza la historia del pacto social y comunitario, donde la tierra quebrada conduce al confrontamiento y la devastación. Estos versos celebran el animismo de la naturaleza con persistentes y vívidas personificaciones, que dan paso a una segunda parte donde una galería de mujeres bíblicas toma el relevo, convirtiéndose en creadoras de vida. El libro cierra con poemas sobre ángeles, que no conocen la orfandad y conducen a un «viaje sin destino» con la esperanza del libre albedrío y un nuevo amanecer para la raza humana.
Por Juan Peregrina Martín
Cuánto ofrece Esther Peñas (Madrid, 1975) en este último libro suyo, el bellísimo y terrible Historia de la lluvia, cuánto insinúa: qué de placer estético procura.
Poemas en prosa que se suceden como aromas, notas musicales o sensaciones puras y asociaciones de una lucidez pasmosa: la libertad expresiva conseguida y la forma elegida por su autora casan a la perfección, extremando sutilezas, herramientas retóricas y significados. Si como periodista es incisiva y delicada y como narradora, sensual y diversa, como poeta alcanza cimas profundas, abismos elevados: alegres hitos que intentaremos nombrar porque como escribe ella: «Se ama lo que se nombra».
Y qué importante es nombrar en este libro, en la vida: cuánto silenciamos para hacer daño, parece avisarnos este conjunto de poemas: hablad, decid, escribid, nombrad, parecen ordenarnos a quienes las leemos. Porque lo logrado diciendo, expresando ideas, metamorfoseando el silencio y trasmutándolo en palabras, es mucho más importante que lo oculto, callado y escondido.
En este libro la naturaleza está viva: páginas plagadas de animales, árboles, criaturas vivas, fragmentos que exhalan aromas a tomillo, espliego, perejil, oraciones pintadas de puros colores como el azul Prusia o el rojo intenso, o matizadas de arcoíris de sensaciones múltiples que consigue la poeta mediante la inverosímil y feliz unión de ideas alejadas, contrapuestas o de difícil conjunción que hacen que nos detengamos entre las imágenes que se forman en nuestra mente lectora: agradecemos la frescura, el desparpajo, la alegría e incluso que haga un hueco para la tristeza, que la hay, y el mal, que existe y por lo tanto, piensa Peñas, ha de contarlo y por qué no, cantarlo también.
Historia de la lluvia contiene todo porque todo está contenido en el líquido: nosotras somos líquido, nuestra madre nos concibió en él y con él, y hacia él nos deslizamos o dejamos ir nuestro llanto, nuestro movimiento, y qué es la sed sino líquido desposeído de su función.
Cuánta belleza hecha música en este libro, cuánta literatura, qué apuesta más firme por la palabra como decisiva en las relaciones humanas: contra cualquier tipo de violencia, el amor impuesto por un par de palabras, por una canción, una oración o un conjuro, que, a fin de cuentas, son lo mismo: contra el desconocimiento, la palabra; contra todo mal que pueda surgir de diferentes lugares o personas, el verso, la alegría de decir, nombrar como decíamos antes: sentirse animal pero con derecho a la palabra.
Que llueva, sí, que llueva.
Por María Rosal
Este 'Por la acera del viento' es el primer poemario de Marisa Calero, Catedrática de Lingüística en la Universidad de Córdoba. Atenta lectora, es ahora cuando una fértil jubilación le ha permitido dedicarse a fondo a la poesía. Esta obra, plena de inteligencia poética, alberga los ecos de quienes la han precedido, muy en particular de una genealogía feminista de mujeres poetas, entre las que se inscriben Gloria Fuertes, Alejandra Pizarnik y Silvia Plath: «¿Cómo dejar salir a las que siento mías / y son, al fin, la herencia de mis antepasadas?», dirá en uno de los poemas dedicado a las palabras.
Desde su condición de mujer, Calero interpela la vida, repasa su historia personal e íntima (la infancia, la madre, el amor…) y cincela unos poemas en los que nada se ha dejado al azar. La obra se articula en torno al heptasílabo y el endecasílabo en versos que han recibido un cuidado proceso de revisión antes de darlos a la imprenta.
Tanto la estructura del libro como los poemas responden a un sólido andamiaje del que la autora da cuenta en el epílogo, donde ofrece dos propuestas de lectura en dos índices de naturaleza cortazariana. Constituyen estos cincuenta y un poemas una particular rayuela perfectamente configurada en la que se integran, con gran riqueza de tonos, la vida y la memoria. El humor y la ironía surcan el poemario unidos a la modulación filosófica y llegan a condensarse incluso en epigramas: «Aquella residencia de mayores / quizás… no es mala idea, / allí estarás de muerte». O bien aluden a la responsabilidad social: «Me pregunto / por qué no tienen nombre / en nuestro idioma / los litros malgastados / en tanto que esperamos esa ducha caliente».
Abundan los homenajes a destacadas referentes feministas y a mujeres que han sido víctimas de violencia. Ética y estética se dan la mano en estos versos, donde no falta la crítica y la repulsa. Calero se posiciona ante los símbolos vacíos como esa bandera que no es capaz de proteger a las personas: «Imaginé un mejor oficio / para asignar a la excesiva tela: / la mudaría en toldo / que guarneciera a la gente aterida / en las colas del hambre».
Más que una opera prima, este primer poemario es una obra de madurez, porque encierra conocimiento y sabiduría, el poso que aquilata la mirada cuando los años y las lecturas se han vivido intensamente. A ello se suma la larga experiencia de su autora de una vida dedicada a la Lingüística, lo que le permite hablar de tú a tú con el lenguaje y mirar a los ojos de una lengua heredada para no se dicha por ella.
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