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Sergio Mayor (a la izquierda), con varios parroquianos del bar de Servando, y su libro ANA PALMERO
Sergio Mayor invita en el bar más literario de Granada

Sergio Mayor invita en el bar más literario de Granada

El autor canario afincado en Gorafe muestra en 'Ponme otra copa, Servando' (Sloper) al paisanaje posible e imposible de un lugar único

Viernes, 12 de abril 2024, 00:14

Sergio Mayor, uno de los escritores 'de importación' con más talento de la reciente narrativa de nuestro entorno, nació en Las Palmas de Gran Canaria y ahora vive en Gorafe. Va casi todos los días al bar de Servando, uno de los tres que tiene el pueblo. Merced a su más reciente obra, 'Ponme otra copa, Servando', el local ha saltado a la fama. Y aunque muchas veces, los bares constituyen el 'comité de recepción' para quienes llegan nuevos a un lugar, no fue el caso de Mayor. «Por la época en que me establecí en el pueblo, había dejado de beber y mis intenciones eran monásticas. Quería ser un desconocido. Paseaba por los campos, me dedicaba a la astronomía y a volarme la cabeza con lecturas criminales. La gente murmuraba. Decían que yo era un sacerdote retirado, un policía secreta, 'un hombre que huía'. Desconfiaban», afirma. El autor recuerda que pasaba semanas sin salir de la cueva. Leía todo: Corbin, Ibn Arabi, los teólogos germanos… Lecturas criminales, como él dice. Cuando se cansó del misticismo, una noche, entró al bar y recuperó los años perdidos. «Había vuelto, estaba en casa, con mis hermanos, como el hijo pródigo. Mi vida está constituida por periodos largos de conversión y periodos más largos de apostasía», dice con humor.

En 'Ponme otra copa, Servando', Mayor fabula con la presencia de personajes como Wittgenstein, Chesterton, André Gide... en el bar de Servando. ¿Qué hubiera ocurrido si, a la inversa, Servando y el autor hubieran acudido a alguna de sus clases, tertulias o 'tenues'? El autor responde: «Nos hubiéramos llevado bien con Chesterton por lo pícnico, lo cervecero, lo católico, lo británico, lo paradójico. ¿Wittgenstein? Lo hemos conocido. Era un asceta, un hombre incómodo entre los hombres, un santo intransigente, un sabio del sufrimiento. Lo expulsaban de las escuelas rurales por apalizar a los niños. Gide, no. Gide jamás habría puesto un pie en el bar de Servando. Era un exquisito. No tenemos trato con los exquisitos. Era un soberbio. No tenemos trato con los soberbios».

«Es un bar silencioso, de poca gente, de gente silenciosa, como debe ser, un bar de recogimiento, un lugar serio»

Un ser literario tan rico como Mayor tiene un origen. Nació en una casa llena de libros, y no se inició en el polvo de los libros de armas, sino en los salones, si acaso en los libros de armas blancas y los hachazos en la nuca de Aliana Alovna, la usurera. Fue, afirma, un niño que leía la poesía necrófila de Nervo y los 'Nocturnos' de Silva. Aunque imagina en el libro una estancia (corta) en el negocio editorial, no habría podido soportar la 'ratio penosa' que implica leer 300 manuscritos para, al cabo, hallar una línea decente. «Nadie debe trabajar en aquello que le gusta. Pienso en los bedeles de los museos, pobre gente que bosteza y piensa, frente a un cuadro de Botticelli, en su cuñada, la coja», comenta.

El bar de Servando tiene su música, la del aire. «Es un bar silencioso, de poca gente, de gente silenciosa, como debe ser, un bar de recogimiento, un lugar serio. Allí nadie busca conversación ni vida social. Se bebe lacónicamente. El bar parece una orden religiosa y etílica. Toda religión, bien mirado, es etílica, embriagadora, sacrificial. Una acústica de silencio, diría, de meditación, salvo cuando hay fútbol y Servando enciende la tele. Entonces salgo a fumar con mi vaso, miro las estrellas, hablo con los hombres que vienen de los campos, toman un trago y fuman marihuana», describe.

'Ponme otra copa, Servando' parece, a veces, biográfico. En otras ocasiones, el lector reza para que no lo sea tanto. Hay un cierto juego del gato y el ratón entre autor y lector para delimitar qué es verdad y qué mentira, de hecho, aunque ni siquiera Sergio Mayor es capaz de delimitar qué porcentaje hay de ambas. «Lo peor debe ser verdad; lo mejor debe ser mentira. El bar es real. Servando es real. El pueblo existe. Nosotros, sin embargo, apenas existimos. Nosotros somos irreales. Pessoa dice que el poeta es un fingidor. Se queda corto. Finge el poeta, el historiador, el matemático, el juez. Sobrevivimos gracias a las mentiras. Honramos los grandes sistemas de mentiras. La propia memoria reconstruye los recuerdos a su antojo. Como decía Eliot: 'La humanidad no puede soportar mucha realidad'. Los polígrafos arderían sobrecalentados en los tanatorios y en las salas de baile», afirma.

Religión y mística

La religión, los santos, los religiosos, incluso los teólogos malditos, transitan por 'Ponme otra copa, Servando', a veces como luces, a veces como sombras. Dice Mayor que no es un tipo de 'talento religioso'. Sin embargo, ha leído la Biblia, ha estudiado Teología e incluso ha vivido en conventos. E incluso, en esa contradicción en la que vive, afirma practicar la castidad en los burdeles y frecuentar los barrios bajos. «Escribo, modestamente, la teología de los bares y la religión de los vicios. No he estado en los paraísos reales, pero conozco bien los paraísos artificiales, créame. Los he agotado, sé que existen, vaya si existen, entreverados de infierno. Hay serpientes. La bestia, la serpiente, es la primera condición del paraíso. Dice Nietzsche que, a la muerte de Dios, queda el hombre 'en un estado de incómoda ingravidez'», cita.

En los libros, para un autor, todo puede ser más hermoso, o menos decepcionante. Sin embargo, ese Sergio Mayor que visita el bar de Servando no busca hermosura ni conocimiento entre las páginas impresas. «La mayoría de los libros son pésimos. ¿Conoce a los escritores? ¿Qué podría esperarse? Puede esperar de los sabios, pero son pocos y acaso no escriben. Aristóteles es un esqueleto», dice. En cuanto a sus aspiraciones a la hora de publicar 'Ponme otra copa, Servando', afirma que son de lo más prosaico: la pompa, las academias, los honores y funerales de Estado, un lugar en el Canon y otro en el Parnaso, poca cosa. Con humor, asegura que Manuel Peral, un librero andaluz, a la vieja usanza, le ha otorgado el Nobel dos veces. «Vivo satisfecho», remata.

«Vivo satisfecho»

Gorafe le ha aportado al autor un inventario de felicidades: «Una cueva, una casa, una gente (la mejor), una sabiduría, la sabiduría del campo y la miseria. Aquí hubo miseria. Me reúno con los viejos supervivientes. Comieron cebollinos y gatos a falta de otra cosa. Vengo de la burguesía y amo a esta gente». Quien se acerque a su obra se va a quedar prendado de este bar, de este paisanaje y de este autor capaz de epatar y de divertir con la misma facilidad.

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