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Herminia Rivas, autora de 'Vélez Veloz y el tigre blanco', con el muñeco de croché inspirado en el personaje. RAMÓN L. PÉREZ

La última cima del granadino Vélez Veloz, a hombros de gigantes

Antonio Vélez falleció en 2017, en los Alpes. Su vida ha inspirado a Herminia, Isabel y Beatriz un cuento cuyos beneficios son íntegros para los niños de Nepal

Jueves, 13 de mayo 2021, 00:49

Érase un niño que se lanzaba a la aventura todos los días. Un niño de 46 años, pequeño, menudo y fuerte, que soñaba con encontrar un tigre blanco en lo más alto de la más alta montaña. Como todos los magos, su nombre dependía de quien lo pronunciara: El Vélez, El señor del Veleta, Tete o, claro, Antonio. Antonio Vélez. «¡Un aplauso para Antonio Vélez!», anunciaron en el anfiteatro de Iznalloz, su pueblo, una soleada mañana de 2016. La sala estaba a rebosar, todo el mundo quería conocer las hazañas de su vecino. Antonio había ganado diez años consecutivos la Subida al Veleta y nadie había podido superar su récord de tiempo. Era el más rápido. En los últimos tiempos, había cambiado la bicicleta por el alpinismo y viajaba conquistando nubes y horizontes infinitos. Llegó a Iznalloz conmovido por un Nepal saqueado por el brutal terremoto de 2015. Decía que quería encontrar la manera de ayudar a los niños de allí, que eran valientes pero no tenían pan ni libros ni paredes ni nada de nada.

Antonio Vélez, en una de las Subidas al Veleta y escalando en el Himalaya.

Herminia estaba en el anfiteatro, sentada en el público, escuchando con las orejas puntiagudas el relato de Vélez, que hablaba de superación, de constancia, de pasión y de la importancia de arroparse en el deporte; del deporte como forma de vida. Y entonces fue cuando Antonio, El señor del Veleta, dijo aquello que empezaría esta historia: «Mejor vivir un día como un tigre, que cien años como un cordero». Ella guardó sus palabras, sus aventuras y su sueño, el de encontrar un tigre blanco en el Himalaya, e hizo lo único que podía hacer: escribir.

El timbre remueve las arterias del Colegio Sagrado Corazón, en Granada. Tras la estampida de niños y niñas, Herminia Rivas García (Granada, 1978) camina sonriente y relajada. Herminia es logopeda, especialista en audición y lenguaje. «Trabajo con niños con capacidades especiales», indica, lo que le obliga a buscar maneras distintas y originales de trasladar el contenido. «Invento cuentos y adapto textos. He hecho muchísimos, pero este –saca de una pequeña bolsa de tela un librito cuadrado– es el primero que publico». Se titula 'Vélez Veloz y el tigre blanco' (Cuatro Hojas, 2020) y surgió de aquella conferencia de Antonio, en el anfiteatro de Iznalloz. «Me impactó su afán de superación y me fui de allí con la idea del cuento. Y este –sujeta entre sus manos un muñeco de croché– es el Vélez Veloz que uso con los niños, para contar el cuento». Pero antes de publicarlo, antes incluso de encontrar el final idóneo para el relato, ella y todos los demás chocaron con el Cervino y con la inesperada muerte de Antonio Vélez.

Herminia, contando el cuento de Vélez a Vélez. RAMÓN L. PÉREZ

En marzo de 2017, Herminia y su marido, Marcos, se cruzaron con Antonio, que, cuando no estaba escalando o corriendo o andando en bicicleta, trabajaba en el Carrefour de Armilla. «Hablamos con él un momento y yo, entonces, ya tenía casi terminado el cuento. Estuve a punto de decírselo, pero no me atreví y no le conté nada». Ese agosto, El Vélez se fue a escalar el Cervino, en los Alpes, y no volvió. «El final del cuento lo puso él... Nadie sabía que lo tenía escrito». Esa Navidad, Herminia envolvió el manuscrito en un papel de regalo y se lo llevó a Ana, viuda de Antonio. «Le conté lo que había pasado. Quería que escuchara el cuento de mi boca y que se lo quedara. Fue un momento duro, pero bonito. Ana dijo que ese cuento tenía que salir adelante porque podría hacer mucho bien».

Herminia, de espaldas al Sagrado Corazón, pasa las páginas de 'Vélez Veloz' y señala los dibujos con orgullo. «Había que darle color al cuento. Recordaba a una niña, ilustradora, una antigua alumna del colegio con la que no había perdido el contacto. Es sorda. Le escribí, le conté el proyecto y me dijo que quería ayudar como fuera».

Oreja Voladora

Isabel de las Heras Vidal (Granada, 1985) es técnico de marketing en Ilunion, en Madrid, e ilustradora y dibujante de cómics como Oreja Voladora. «Es el nombre artístico con el que firmo», dice. El arte es el arma con el que Isabel derriba cada día los muros de la sordera. «Cuando eres sorda hay que salvar muchos obstáculos, derribar muchas barreras, y a eso van dedicados mis dibujos». Ha publicado dos cómics: 'Mundos diferentes' y 'Azul turquesa', en los que cuenta anécdotas cotidianas de personas sordas para concienciar a la sociedad de los problemas de comunicación en un mundo mayoritariamente oyente, pero siempre con un gran sentido del humor. Cuando Herminia la llamó se puso muy contenta porque «fue muy buena profe» y le guarda cariño. Y, además, el proyectó le encantó: «Yo también hago escalada y me sentía identificada con el esfuerzo y la valentía de Vélez Veloz. Lo que más me gustó del texto es la metáfora de los corderos con las personas sumisas y con la falta de autocrítica».

«Cuando eres sorda hay que derribar muchas barreras», dice Isabel de las Heras, granadina e ilustradora del cuento

Isabel, Oreja Voladora, y algunas de sus ilustraciones
Imagen principal - Isabel, Oreja Voladora, y algunas de sus ilustraciones
Imagen secundaria 1 - Isabel, Oreja Voladora, y algunas de sus ilustraciones
Imagen secundaria 2 - Isabel, Oreja Voladora, y algunas de sus ilustraciones

Ana, la mujer de Antonio, se quedó impresionada con los dibujos de Isabel. «Es él, decía, su pelo, su nariz, es él», recuerda Herminia. Con el texto, las ilustraciones y una editorial dispuesta, faltaba un paso más: la adaptación. «No concibo hacer nada a lo que un niño con capacidades diferentes no pueda acceder –sostiene la maestra–. Ni Isabel, claro. Así que en la última página hemos puesto un código QR». Al escanearlo con el móvil, se accede a una web donde se puede escuchar el cuento audiodescrito por la propia Herminia, para los niños ciegos; y ver con lenguaje de signos para sordos, por Isabel.

'Vélez Veloz' planeaba salir en abril de 2020, con una presentación en Sierra Nevada por todo lo alto, una gran fiesta que... obviamente, no pudo ser. «La pandemia lo paró todo, pero en noviembre decidimos que no merecía la pena esperar más –sigue Herminia–. Ana insistió en que a Antonio le gustaba la sencillez, así que lo lanzamos en casa de su hermana, con sus sobrinos y con un vídeo promocional». Aquella chispa, pequeña, menuda y fuerte, corrió de un hogar a otro hasta agotar la primera edición en un abrir y cerrar de ojos. El Colegio Sierra Arana, de Iznalloz, dedica su tercer trimestre a grandes libros e historias. El año pasado fue Harry Potter. Este año será Vélez Veloz.

El cuento, publicado por Cuatro Hojas, cuesta 15 euros o, lo que es lo mismo, seis meses de colegio, comida y ropa para un niño en Nepal

Herminia, Ana e Isabel querían contar una historia muy grande, la biografía de Antonio, con palabras pequeñas. Y querían que sirviera para algo: todos los beneficios –todos– son para los niños de Nepal, a través de la Fundación Antonio Vélez que creó su sobrina. «Antonio quería regalar a Nepal todo lo que Nepal le había regalado a él. Y eso es lo que está haciendo Beatriz», termina Herminia.

Tete

Beatriz Vélez, sobrina de Antonio, en Nepal.
Imagen - Beatriz Vélez, sobrina de Antonio, en Nepal.

El teléfono suena sobre la mesa de una pequeña cafetería del centro de Turku, en Finlandia. «Sí, yo soy Beatriz Vélez, sobrina de Antonio, mi Tete, le sigo diciendo así, Tete, que es como le llamamos siempre Julio, Javier y yo, sus sobrinos. Le queríamos muchísimo». Beatriz es pedagoga y ha montado en Finlandia Mind Up, una empresa que presta servicios educativos y psicopedagógicos destinados a niños, adolescentes, familias, profesorado y tercera edad mediante el desarrollo cognitivo. «Yo, como mi tío, creo que la educación es el futuro», dice.

Antonio y Beatriz compartían el sueño de viajar juntos a Nepal. Antes de irse al Cervino, de hecho, ya lo habían planificado todo. «Cuando pasó, cuando Tete murió, pasé unos meses de reflexión. Tras recuperarme, pensé que podíamos hacer el viaje juntos igualmente. Él vendría conmigo». Bea y su amiga Cathi, también granadina, pasaron una temporada allí, visitando los lugares de los que le habló El Vélez. «Estuvimos en la casa de acogida, viendo los proyectos que podíamos hacer. Así nació la fundación». En un año, la Fundación Antonio Vélez ha escolarizado a más de doscientos niños de Nepal, facilitándoles material escolar, uniforme y un plato de arroz al día.

Los primeros niños escolarizados por la fundación. Antonio Vélez, en uno de sus viajes a Nepal. Y Beatriz, con Cathi, cuando nació la Fundación.
Imagen principal - Los primeros niños escolarizados por la fundación. Antonio Vélez, en uno de sus viajes a Nepal. Y Beatriz, con Cathi, cuando nació la Fundación.
Imagen secundaria 1 - Los primeros niños escolarizados por la fundación. Antonio Vélez, en uno de sus viajes a Nepal. Y Beatriz, con Cathi, cuando nació la Fundación.
Imagen secundaria 2 - Los primeros niños escolarizados por la fundación. Antonio Vélez, en uno de sus viajes a Nepal. Y Beatriz, con Cathi, cuando nació la Fundación.

«Lo más esencial de 'Vélez Veloz y el tigre blanco' –detalla emocionada Bea– es la posibilidad de dar un futuro mejor a un niño. El futuro que merece un niño. 30 euros es un año completo, con el material escolar y la comida. El libro cuesta 15 euros o, lo que es lo mismo, seis meses de vida». El lazo final al proyecto lo puso la alpinista Edurne Pasabán, la primera mujer en ascender a los catorce ochomiles, que, en cuanto recibió el libro, se subió al barco sin mediar duda. Pasabán, en el prólogo, escribe entre otras cosas: «Queridos niños y niñas, padres y madres. Ojalá vosotros tengáis un tigre blanco que buscar y ganas infinitas de encontrarlo, como nuestro amigo Vélez Veloz».

Antonio Vélez, con sus sobrinos Javier y Beatriz, todavía niños.

Bea, antes de colgar, ríe al recordar cuando iba a animar a Antonio, a Tete, en sus carreras, subiendo al Veleta. «Esto es un libro de magia –suspira–. Cada página trae fuerza. Te hace sentir su energía, sus montañas, sus sueños, su valentía. Lo lees y te dice que cada momento, cada día, es un regalo».

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