El escritor Óscar Montoya, autor de 'Murciélagos blancos'. F. P.

Óscar Montoya | Escritor

«Llevo siempre a Granada dentro de mí, a mi manera»

Granadino de origen, describe un pueblo imaginario del Altiplano con crímenes incluidos en su cuarta novela, 'Murciélagos blancos' (AdN)

Domingo, 15 de diciembre 2024, 23:29

Óscar Montoya (1975) es granadino de origen, alicantino de nacimiento y residencialmente vigués. Son geografías muy distintas, pero la granadina es la que más le atrae. Por eso, describe, sin citarlo, un pueblo del Altiplano, con crímenes de fondo, en su cuarta novela, 'Murciélagos blancos', ... que ha publicado AdN.

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A su novela se le podría aplicar el manido concepto de «iniciática». Los inicios, en la dinámica de la vida, también llevan consigo finales. ¿Qué hay de unos y de otros en 'Murciélagos blancos'?

–El tema central de la novela es la distorsión, la visión deformada de la realidad que normalmente va unida al periodo de la adolescencia o la primera juventud, visión que relaciono con la alegoría de la caverna. El texto se inicia con el amanecer, con la salida de los protagonistas de la cueva donde han pasado la noche. Salen al mundo con la cabeza llena de pájaros y, una vez fuera, se dan de bruces con una realidad muy cutre. O sea, lo mismo que nos sucede a todos, al hacernos mayores.

En 'Murciélagos blancos', los protagonistas quieren ser escritores, e incluso la primera literatura en la que se introducen se convierte en alguna ocasión en una carga física para ellos. ¿Cuál fue su primera literatura, y por qué? ¿Era usted más de Los Cinco o de Zaratustra?

–Yo descubrí la literatura casualmente, en una de mis últimas visitas al pueblo de mi familia, Cuevas del Campo. Tenía dieciséis años y me aburría como una ostra, tanto que me puse a hojear los libros de la biblioteca de un familiar que estudiaba en Granada. Escogí al azar 'Marinero en tierra', de Rafael Alberti, y 'Así habló Zaratustra', de Nietzsche, y me puse a leerlos sin entender ni una palabra de lo que decían. Sin embargo, algo dentro de mí se encendió; o se incendió, más bien.

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«Me gusta servirme del modelo distorsionado de mis recuerdos a la hora de ambientar la novela»

Describe usted una comarca que parece detenida en el tiempo, con el gran cambio del pantano como eje. ¿Sigue identificándola cuando la visita?

–La trama se ubica en una comarca imaginaria, aunque inspirada en el pueblo de mi familia y sus contornos. Tengo que aclarar que yo no tengo ni idea del modo de vida rural, ni del campo andaluz. He vivido solo en ciudades, por lo que los recuerdos que tengo del pueblo, al que no he regresado desde mi adolescencia, son confusos y maltratados por el transcurso del tiempo. Sin embargo, me gustaba la idea de servirme de ese material distorsionado para ambientar la novela. Si los protagonistas tenían que tener una visión equivocada o diferente del mundo, yo también.

Parece como si en los pueblos nunca pasara nada, y sin embargo, sí pasa. ¿Cómo ha afrontado usted el relato de 'Murciélagos blancos' para mantener ese pulso de humor irónico y no caer en el 'true crime' rural?

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–La estructura de la novela reproduce la manera en que los protagonistas se cuentan sus propias historias. En este sentido, los personajes no ofrecen su versión de los hechos, sino que se pasan el testigo de la narración: uno comienza a hablar (o más bien a pensar) donde lo ha dejado el anterior. Cada uno de ellos utiliza el monólogo interior para hablar de sí mismos y para contarle al lector lo que está sucediendo. Cuando se dirigen a sí mismos, surge el patetismo, la ironía y el humor.

Es usted, obviamente, muy crítico con el trato que en el entorno rural que conoció se daba a la mujer –ellas limpian, ellos duermen la siesta, por ejemplo–. ¿Piensa usted que se ha avanzado en algo, o el único cambio producido es «Cucha, la Virgen, cómo ha crecido el pueblo»?

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–No creo que en este ámbito existan muchas diferencias entre los pueblos y el barrio obrero lleno de emigrantes donde me crie. El rol de la mujer era más o menos el mismo en aquella época (finales de los años 80). La mujer trabajaba, y al llegar del trabajo cocinaba y limpiaba. El hombre trabajaba, y al llegar del trabajo se iba al bar (no todos, claro). Yo creo que las cosas han cambiado desde entonces, pero los roles siguen siendo los roles.

También hay un ramalazo de 'Beatus ille', aunque igualmente muy crítico. ¿En contra de la invasión del campo por parte de los urbanitas, que se ven trogloditas solo con franquear la entrada a una cueva?

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–Bueno, en la novela hay varias opiniones al respecto. Por un lado, existe una cierta desconfianza hacia los emigrantes llamados 'catalanes' (así llaman genéricamente a todos los emigrantes que regresan los veranos al pueblo, se hayan ido a trabajar a Barcelona, Madrid o Bilbao), sobre todo si son de segunda generación. Por otro, al final de la novela, se aventura la idea del turismo como motor económico de la zona, aunque en este caso se habla de ecoturismo, de la rehabilitación de cuevas y cosas así, no de la llegada masivas de turistas, como vemos hoy en demasiadas ciudades.

¿Qué significa Granada para usted?

–Para mí, Granada es el origen, el punto de partida de una familia que emigró por necesidades económicas en los años setenta. Cuevas del Campo, el embalse del Negratín, Guadix, Baza, Pozo Alcón (ya en Jaén). De una u otra forma, y a pesar de que no he regresado prácticamente desde niño, es una tierra que llevo dentro de mí, a mi manera. Y me alegra que sea así.

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