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Bailaoras en uno de los cuadros. ALFREDO AGUILAR
Lorca y Picasso se dan la mano a la sombra de los cipreses

Lorca y Picasso se dan la mano a la sombra de los cipreses

Concurrida inauguración de la propuesta veraniega del Generalife, cosida con imágenes

Jueves, 3 de agosto 2023, 00:01

Anoche, el teatro del Generalife acogió la puesta de largo del espectáculo del ciclo 'Lorca y Granada en los jardines del Generalife', titulado este año 'Picasso y la danza. Un encuentro con Lorca en Granada', y que ideó el director de cine Carlos Saura, fallecido este mismo año. Su hijo, Carlos Saura Medrano, está al frente de una propuesta que en el estreno se hizo de rogar. Aunque el inicio estaba previsto a las diez de la noche, el telón –metafóricamente– no se abrió hasta media hora después. Contratiempos del 'directo', suponemos. Cuando sonaban los primeros silbidos, la megafonía anunció, por fin, el inicio. Aprovechamos el tiempo para constatar, una vez más, el hondo calado que tiene el arte jondo entre los extranjeros. En la fila tras la que nos situamos, se hablaba francés, inglés y chino. Buena señal en una ciudad que, dicen las estadísticas, está perdiendo turismo internacional.

La primera imagen que los espectadores vieron fue la de un danzarín Picasso en blanco y negro, a quien acompañó la voz de Andrés Marín, director coreográfico, siendo entrevistado como si fuera el pintor malagueño.

El flamenco 'asomó la patita', como la de Picasso en la mencionada foto, antes de dar paso al primer cuadro, mucho más colorista, con un lienzo del pintor y una solista ataviada 'a la china', a la que siguieron otros personajes a caballo entre lo lúdico y lo evocador, sacudidos por esa prisa que el autor del 'Guernica' tanto detestaba, pero que, de cuando en cuando, le poseía. A partir de ahí, fueron apareciendo danzantes arlequinados, el caballo y otros de los símbolos picassianos, hasta un final casi extático.

El segundo de los cuadros es decididamente flamenco, tanto como lorquiano, ya que se inicia con el llanto de la guitarra. En un entorno 'minimal' –ya dijo ayer Carlos Saura que se busca, ante todo, la comodidad de los artistas–, Israel Fernández, que no estaba anunciado inicialmente y que formó parte del elenco primigenio del espectáculo que se pudo ver en Málaga, germen de este, interpretó 'Pierde la rosa su semblante', la granaína que en su letra hace parada y fonda en algunos de los estares y sentires autóctonos.

El 'azul Picasso' no faltó en la propuesta.. ALFREDO AGUILAR

Tras el breve interregno flamenco, el espectáculo tomó de nuevo la senda de lo picassiano, no exento de referencias lorquianas en la pelea final, que se convierte en un baile de máscaras donde libertad, amistad y ensoñación –el azul es el color de los sueños, dicen– se dan la mano, con entierro incluido. Muy interesante el repentino cambio de luz para dar lugar al segundo de los cuadros flamencos, esa romería que supone una de las novedades de este montaje y que parte de una inspiración libre del propio Marín. Los bailaores danzan en aparente desconcierto hasta que el orden impera a ritmo de zapateado, antes de que suene 'Cantaba la codorniz', esa guajira que representa otro de los elementos distintivos del espectáculo en lo musical: la presencia de los cantes de ida y vuelta, con su consiguiente ración de añoranza, la misma de la que hizo gala Picasso durante su exilio francés. Contrasta, pues, la homogeneidad del baile en ellos con la libertad de ellas hasta el fragmento inicial, en que ambos mundos se imbrican. Y al final, es el bañista quien sirve como nexo de unión ante un nuevo cuadro de corte clásico-contemporáneo, con el azul de fondo y alguna concesión a lo racial.

El espectáculo busca el preciosismo, de ello no cabe duda, tanto como la evocación. En pequeños detalles: ese juego de toallas que es un mar en sí mismo, con un interesante toque de humor y desenfado, o la limpieza del baile de Farruquito –quien lo tiene, lo tiene, le jaleaba Israel Fernández– con la siguiriya de Manuel Torre 'Sin poderte hablar'. Y por supuesto, juega con las referencias más intensamente autóctonas, como en el cuadro final de 'El sombrero de tres picos', cuando la luna llena comenzó a asomar, por fin, entre los cipreses del Generalife. También busca satisfacer a quien va a ver el flamenco, algo que, a tenor de los aplausos, es una porción muy importante del respetable. El espectáculo, como todos, está por rodar, y anoche fió mucho a los invitados. El público dictará su veredicto.

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