Miguel Lorenci
Viernes, 30 de septiembre 2022, 00:42
Lorenzo Silva (Madrid, 1966) lleva veinticinco años contándonos quiénes somos a través de los ojos y las mentes del subteniente de la Guardia Civil Rubén Bevilacqua y la brigada Virginia Chamorro. Le debía una novela a Galicia y salda su deuda con 'La llama de ... Focea' (Destino). Es la decimotercera entrega de la saga y transcurre entre el Camino de Santiago, donde se produce la brutal violación y asesinato y de una joven peregrina, hija de un prócer nacionalista catalán en el radar de la Justicia, y la Barcelona en llamas que afronta «el fracaso del 'procés'» en el otoño de 2019. Explora sus conexiones con el Kremlin y denuncia el «blanqueo» de la trama criminal de Putin en Europa.
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La rebeldía política y familiar y el legado que dejamos a nuestros hijos son temas medulares de un relato que compila los doce anteriores de sus eficaces y brillantes picoletos. «Es el mayor viaje a las entrañas del Bevilacqua y sus fracasos», explica el escritor cerca de Samos, Lugo, en el paraje donde se produjo el asesinato de Queralt Bonmatí que pondrá en marcha la 'operación peregrina'. «Cuando literaturizas el fracaso, y el 'procés' y la aventura secesionista lo fueron, dices 'mira qué hostión se han pegado'. Y Bevilacqua ahonda en los fracasos profesionales y vitales que le han construido», explica Silva en un recorrido por localidades como O Cebreiro o Triacastela, en el corazón del Camino, por la ribera del río Oribio.
«No quería hacer una novela del 'procés', porque no sé si es demasiado tarde o demasiado pronto, pero sí hablar de la conmoción que causó», precisa Silva, que confronta la Barcelona rabiosa y en llamas –«convertida en Fort Apache»– tras el fracaso del 'procés' y su sentencia con la del entusiasmo olímpico.
«Cuento pero no juzgo», advierte el autor, que reflexiona sobre «los errores del pasado, la rebeldía de los hijos frente a los padres en la búsqueda del propio camino, y sobre esa llama insegura y contradictoria que legamos a las generaciones siguientes». Y su análisis es descorazonador. «Les transmitimos pocas cosas, unos pobres mimbres que no van más allá de la satisfacción inmediata y la nula tolerancia a la adversidad, tan necesaria en la vida». El legado político también es desalentador. «En política prima el impulso de aplastar al discrepante, ya sea de la izquierda o de la derecha, a la cataluña independentista, o de aniquilar al vecino molesto que no se somete al vasallaje, que es lo que Putin hace con Ucrania». «Enseñamos a los jóvenes a que si eres más fuerte que el otro, puedes aplastarlo sin miramientos, y eso es terrible», se duele.
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El testigo que pasa de una generación a otra se simboliza en la llama olímpica que llegó a la Barcelona del 92, donde Bevilacqua inició su carrera. La misma llama que, según cuenta Heródoto, salió una vez de la remota y perdida ciudad de Focea, en los confines orientales del Mediterráneo, para llegar desde la polis a la costa catalana y establecer en Ampurias, Gerona, el primer emplazamiento griego en España, el origen de Cataluña.
Tres milenios después, fluye por Europa el dinero del crimen organizado conectado con el Kremlin de Putin que enseñó su patita en el 'procés'. «Nuestra economía es drogodependiente del dinero criminal que la corrompe. Durante veinte años toda Europa ha blanqueado el dinero negro de la trama criminal de Putin, que enredó en Cataluña. Aquí hemos dado facilidades para acceder a la residencia y a la nacionalidad a quienes invirtieran 500.000 euros, y ahora nos rasgamos las vestiduras», denuncia.
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Silva sabe que sus personajes han sido una bendición. «He escrito lo que me ha dado la gana y con plena libertad. Soy consciente de que con Bevilacqua me tocó el Gordo», se felicita el escritor, que ahora celebra sus felices bodas de plata con su benemérita pareja. Ha aprendido «mucho» de sus personajes, pero aclara que ni él ni Bevilacqua piensan jubilarse o dar la saga por terminada. En su cabeza bullen al menos otras tres novelas. «No tengo un plan cerrado. Llevo 27 años escribiendo y 24 publicando a Bevilacqua y Chamorro», dice. Con 'El país de los estanques' inició en 1998 la serie que le rondaba desde 1994. «La sociedad española ha evolucionado de forma imprevisible en estos años y eso es lo que me interesa. Con cada novela me reparto cartas y me lo paso bastante bien. He sido libre y feliz bien quiero que dure», reclama.
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