Manolo García, el artesano de la música, triunfa en la plaza de toros

García tiene las pilas más cargadas que el conejo rosa de cierta marca. Es generoso en el esfuerzo, y conserva la misma voz acariciadora de siempre. El mismo material que le procura llenos como el de ayer. El público sabe que lo pasará bien, y que el cantante dará de sí todo lo que tiene.

Pero contemos lo que ocurrió. Cuando el público se acomodó –tarea harto complicada porque las luces exteriores del coso estaban apagadas– y con cierto retraso recibido con los inevitables silbidos, García se hizo carne –y huesos– en el escenario. Tras la ya mencionada 'Insurrección' comenzó un viaje a lo largo y ancho de su trayectoria sonora. En el albero, verde de césped artificial, predominó la mediana edad, personas que han visto a García más de una vez.

Después del familiar arranque, comenzó un rosario de canciones que dio varias vueltas hasta la madrugada. La muy compacta banda trabaja eficazmente para el artista, chaqueta celeste y foulard de caballero. La segunda parada fue para 'Nunca el tiempo es perdido', otro de sus grandes éxitos, con casi un cuarto de siglo a sus espaldas. García dejó cantar al público, y su guitarra solista se adornó para ir calentando el ambiente. Sin solución de continuidad, tras el agradecimiento del artista y algún chiste sobre las 'fake news', el escenario se tiñó de rojo y guitarra en mano sonó 'Diez mil veranos', llena de nostalgia por lo pasado, y de nuevo, con referencias intencionadas a fenómenos como el Black Friday. La corista-violinista, todo un hallazgo. Con fondo de nubes, siguiente peldaño en 'Volvíamos tarde', con generoso lanzamiento de la chaqueta al público y revelación de la ilustrada camisa.

El cantante reemprendía gira en Granada, y el verano le ha sentado bien a su voz, que aguanta las notas altas perfectamente y en las bajas no pierde expresión. Lo mismo en temas tan sólidos como el subsiguiente 'Mientras observo al afilador' –regañina a Spotify incluida– como en ese regalo para el orgullo local que es 'Quisiera escapar', con la referencia a los coches como gusanos de luz saliendo de Granada -con su vega asfaltada- y a su primo García Lorca. Casi sin que el público se diera cuenta, pasó media hora, con el colofón de 'Llanto de pasión', uno de los grandes éxitos de El Último. Brazos a lo alto.

Manolo García sabe que tiene al público en el bolsillo, pero es agradecido. Le llovieron flores cuando atemperó para cantar 'Como quien da un refresco' sentado en un sofá verde, con alardes vocales incluidos. En total fueron tres decenas las canciones que el público escuchó. Para el cantante, felicidad, y para el público, otro tanto. Misión cumplida.