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José Antonio Muñoz
Granada
Miércoles, 9 de junio 2021, 00:36
Cada granadino que se precie de tal lleva una Alhambra dentro de sí. Para unos, escenario de tardes de domingo en familia; para otros, lugar de encuentro para pelar la pava; y para otros, epifanía de una belleza que va más allá de rincones, ... luz o sonidos. En este último grupo se inscribe el pintor Manuel Ruiz (Granada, 1949), para quien la colina de la Sabika ha sido desde siempre una fuente de inspiración, labrada a golpe de visitas al cementerio, acompañando a su padre a ver la tumba de su hermanita, fallecida con tan solo tres años de edad. «Era nuestro premio por ir con él. Luego, nos llevaba a ver la Alhambra», recuerda.
De aquel premio, en cierta medida lúgubre, surge 'El tiempo de una idea nazarí', una exposición donde se incluye una serie de 11 obras en torno a aspectos no solo físicos, sino biológicos y emocionales, del monumento. Una visión nacida del amor que estará en la Fundación Euroárabe hasta el 31 de julio.
Han sido los últimos meses un periodo nada fácil para Ruiz. Demasiadas pérdidas: un hermano, numerosos amigos italianos... Pero también ha habido momentos de luz, como la noticia de la apertura de la Casa de Granada en Cuba, que tendrá como sede, muy probablemente, la ciudad de Holguín, y donde habrá, cómo no, varios cuadros de este pintor del 'granadinismo', como le han denominado los críticos.
Su experiencia como máximo responsable de Gabinete Pedagógico de las Bellas Artes –del que hoy, pro desgracia, muy poco se sabe– le acercó a la idea de que la Alhambra se descubre desde lo más sencillo: la mirada de un niño. Por ello, una de las obras que integra la exposición es una explosión de color terminada hace unos meses y que muestra la Alhambra surcada por decenas de animales volátiles, terrestres y marinos, a los que el visitante busca como al Wally de los libros.
Asombra en todo momento su capacidad para inventar, no solo en el aspecto formal, sino en el material. Aunque ha practicado tanto el retrato como la naturaleza muerta, la caricatura como el paisajismo, la abstracción como el realismo, cada obra de Manuel Ruiz incluye una novedad. En esta exposición, se pueden apreciar varias de estas invenciones, desde el uso del aerógrafo casero cuando los industriales no existían, hasta la incrustación de un esmalte realizado con polvo de cristal de Murano, arena de la playa de Salobreña y pigmentos, o incluso el aprovechamiento de los restos de marquetería para conformar 'passepartout' de celosías en positivo.
Ruiz obtuvo su 'pasaporte' para pintar del natural en el monumento nazarí con 14 años. Luego, ha vuelto como investigador por su tarea en el Gabinete de las Bellas Artes en centenares de ocasiones. Desde entonces, ha pintado, posiblemente, todas las alhambras de la Alhambra: la imaginada, la real, la que pudo ser y no fue. Puertas abiertas hacia un pasado al que, según afirma, «nunca debemos de renunciar», aun teniendo presente que la fortaleza roja dejó de ser patrimonio de unos pocos hace apenas unas décadas.
Sus maestros, Jesús Bermúdez y Pita Andrade, le enseñaron a 'ver' además de mirar. De ahí que su peculiar simbología, las pajaritas o trisqueles, las infinitas formas geométricas decoradas con vivos colores que siempre invitan a recrearse en la promesa de lo escondido tras ellas, la visión de los peces del estanque de los Arrayanes o esa omnipresente grulla que en Japón simboliza la felicidad, conformen un imaginario propio e irrepetible. 'El tiempo de una idea nazarí' es el homenaje de Manuel Ruiz a la vida de quienes han compartido su vida. Extraño a las camarillas, amigo de sus amigos –entre ellos el fallecido Aute o Rafael Guillén–, se puede permitir ese lujo.
Manuel Ruiz supo siempre dónde estaban sus afectos. Uno de ellos fue Lorca, incluso cuando pintarle era un riesgo. El 4 de mayo de 1976, un mes y un día antes del primer '5 a las 5', recuerda la visita de los censores ante una exposición que homenajeaba la figura del fuenterino, realizada en Ciencias. Y también atesora con especial cariño su pertenencia al movimiento Mail Arte, del cual fue uno de sus pioneros en España, y que ha universalizado la pintura teniendo como vehículo las tarjetas postales.
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