María Zambrano y la filosofía como terapia
María resolvió la amargura del exilio (...) reconociéndolo como su «auténtica patria», logrando integrar en su vida lo que no podía solucionar
Miguel Sánchez Zambrano
Sábado, 6 de febrero 2021, 00:35
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Miguel Sánchez Zambrano
Sábado, 6 de febrero 2021, 00:35
Como recuerdo y homenaje a mi tía, en el 30 aniversario de su muerte (6 febrero 1991), pretendo entrelazar su pensamiento filosófico-humanista con los principios básicos que conforman el trabajo terapéutico, centrándome en: el problema y la anhelada solución; el amor y la palabra, ... como 'herramientas' terapéuticas; el lugar donde trabajamos y el privilegio de ser terapeuta.
El problema, razón de nuestro trabajo, es como la oscuridad, que sólo desaparece al hacerse la luz. Esta no teme aquella, como la solución no teme al problema. Dicha solución lucha por salir de su matriz (el problema) y a veces, cuántas veces, ¡cuán difícil se hace el parto! María pensaba que «la noche es una oscuridad transitoria que conduce al alba». El problema es otra oscuridad transitoria, la «noche oscura» de S. Juan de la Cruz, conduciéndonos a nuestra alba interior, la solución.
En 'La Tumba de Antígona', María modifica el final de la 'Antígona' de Sófocles, al darse cuenta que es una mujer tan generosa que «no había dispuesto nunca de su vida y sin tiempo de reparar en sí misma». María le brinda esa oportunidad (justo la oportunidad que ofrece la relación de ayuda), sustituyendo su suicidio por un «dialogo interior». Este dialogo consigo misma lo construye la filósofa en la soledad de la tumba. Porque la soledad es la aliada de Antígona y de todo aquel que desee dar salida a sus problemas. El sufrimiento que estos conllevan nos aportará la sabiduría necesaria para intervenir en el propio destino, conduciéndonos a la anhelada solución. Zambrano pone a Antígona en contacto con su propia realidad, que es justo el interés que persigue el ayudador con el ayudado. Con estas claves, María resolvió la amargura del exilio, transformándolo en materia de creación, reconociéndolo como su «auténtica patria», logrando integrar en su vida lo que no podía solucionar, siendo esto una de las directrices del trabajo terapéutico: «Cooperar activamente con lo inevitable». María lo logra de modo admirable.
La palabra, primer instrumento de toda terapia. Zambrano en 'De la Aurora' afirma: «La palabra está en la aurora perenne y es por tanto revelación y no solo manifestación». La palabra, «voz interior que pide ser escuchada y que el hombre primigenio descifrara, convirtiéndola en sonidos, que le permitirá fijar la palabra», según expuso la poetisa Carmina Moreno en el Congreso Internacional del Centenario de María Zambrano. Trabajamos con la palabra, como si de un bisturí se tratase, para llegar al corazón de la persona, donde radica el dolor por sus problemas. Para acertar con la palabra adecuada, el terapeuta necesita la inspiración. En 'El hombre y lo divino' María expresa «la inspiración ha de arrebatar en el instante en que es recibida, pero exige después una delicada medida, un saber tratar con ella, como sucede con todo aquella que estando en nosotros no nos pertenece». Así, al acertar con la palabra, el terapeuta facilita que la solución se habrá paso y en cuantas ocasiones, esta especie de 'parto', tantas veces doloroso, en ocasiones poético, ¡parece un milagro!
El amor es otro 'instrumento' terapéutico, pues no se puede intervenir en el corazón de la persona si no se ama a esta por lo que 'es', obviando los problemas que arrastra. Expresa Zambrano: «El amor en el mundo cristiano redime, no al que lo siente como en Platón, sino al que lo recibe. El amor desciende a quien no lo espera, a quien cree no merecerlo y vence al rebelde, al que se resiste. Es la victoria en la que no existe el vencido». En 'Dos fragmentos sobre el amor', María opina: «A la oscuridad del alma se le pone como contrario el amor». Por ello es necesario ayudar a la persona a amarse a sí misma, abriendo el camino a la propia liberación, pues como opina Zambrano «el amor libera y así otorga la libertad a sus esclavos».
Como metáfora de lo esencial del proceso terapéutico, hacemos nuestras las palabras de María en 'Claros del bosque': «He venido, hermana, a buscarte» (nos hermanamos con el ayudado) «ahora no tardarás en salir de aquí» (del problema, causante del dolor)… «esto no es tu casa, es solo la tumba donde te han arrojado viva» (donde nos encierra el problema)… «y vendrás ya libre a esta vida en la que estoy» (liberada del problema, la persona habitará la solución). «Todo pasa dentro de un corazón sin tinieblas», concluye María.
Nuestro lugar de trabajo será un lugar de acogida y un espacio de silencio. ¡Qué difícil se hace escucharnos en silencio a nosotros mismos! Para la filósofa, «el silencio aparece por sí mismo, según su propia ley, como si fuera un ser. Ese ser que está escondido, viene de no se sabe dónde y entra por no sabe qué lugar».
Al vaciar nuestra mente el silencio encuentra su morada, siendo el espacio donde surgen las soluciones. Vaciada la mente de todo 'ruido', nuestros recursos, valores y experiencias ocuparán la estancia del silencio, quedando dispuestos para usarlos.
Y es en nuestro lugar de trabajo donde, según la psicóloga María Artacho:«Debemos aplicar la filosofía de María Zambrano a la vida cotidiana», cuya síntesis sería «ser la persona que uno es». A Zambrano casi le cuesta la vida «ser la que era»: durante la guerra se planeó eliminarla, pues era incomprensible ser republicana y creyente. Ser 'ella misma', aunque nadie la entendiera. «Ser el que realmente soy», he ahí la clave para ser feliz.
Por último, reconocer que el trabajo terapéutico, en ocasiones, se hace difícil, complejo, pero también gozoso cuando tenemos el privilegio de ser testigos de que la persona ha logrado sus objetivos, alcanzando su solución, haciéndose a sí misma un poco más libre y feliz, por lo que en definitiva, cuántas veces los terapeutas-ayudadores acabamos siendo ¡acompañantes de héroes!
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