El hispanista Ian Gibson, invitado del Aula de Cultura de IDEAL. Virginia Carrasco

Ian Gibson | Hispanista

«A menudo estoy a solas con lo que creo recordar, pero no he mentido»

El irlandés, vinculado con lazos eternos a Granada, presenta su libro de memorias, ganador del Premio Comillas, en el Aula de Cultura de IDEAL

Sábado, 8 de abril 2023

El hispanista irlandés Ian Gibson (Dublín, 1939) ha ganado este año el XXXV Premio Comillas por su obra 'Un carmen en Granada. Memorias de un dublinés'. Un volumen en el que cuenta parte de su historia personal, y que presentará en la próxima edición del Aula de Cultura de IDEAL ... , que tendrá lugar este miércoles, día 12, a las 19.30 horas, en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura (Campo del Príncipe). El acto cuenta con el patrocinio de la Fundación 'la Caixa' y la colaboración de la propia Escuela de Arquitectura.

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La memoria es la mejor forma de luchar contra el olvido. ¿Ha 'olvidado' conscientemente algo en este libro?

–Estoy de acuerdo. Para luchar contra el olvido es fundamental la memoria, pero siempre teniendo en cuenta que esta es subjetiva, a menudo traicionera, capaz de tergiversar incluso a nivel subliminal. Necesita ir reforzada y confirmada por otros testimonios; por documentación, cuando existe –lo cual con frecuencia no es el caso–. Como nos recuerda Antonio Muñoz Molina, «las vidas son breves, los recuerdos muy frágiles. Lo que no se cuenta no existe». En mi libro hay lagunas precisamente por falta de documentación buscada en vano y correspondencia perdida, así como por ausencia de otros papeles y de fotografías. A menudo estoy a solas con lo que creo recordar. No soy consciente de haber mentido.

Después de las múltiples peripecias que narra en el libro, ¿todo en la vida se puede dar por bueno, si se consigue superar lo malo?

–Si por 'lo malo' se entienden las circunstancias adversas, entre ellas personas, que nos querían cortar las alas, y que de alguna manera logramos superar, pues sí, creo que ha valido la pena. Yo me alineo con Stephen en 'El artista adolescente', de mi paisano James Joyce, cuando dice a un amigo (en la traducción de Dámaso Alonso): «No serviré por más tiempo a aquello en lo que no creo, llámese mi hogar, mi patria o mi religión. Y trataré de expresarme de algún modo en vida y arte, tan libremente como me sea posible, tan plenamente como me sea posible, usando para mi defensa las solas armas que me permito usar: silencio, exilio y astucia». Es más o menos lo que he tratado de hacer, ¡aunque prescindiendo del silencio!

«El peligro para mí era todo lo que olía a autoridad: religión, alcohol, la polícía, los jueces...»

¿Cuándo dejó atrás esa tendencia, que califica de genética, a huir de las situaciones que le desagradan? Porque de mayor no le ha importado enfrentarse a quien hiciera falta...

–En realidad nunca he podido liberarme de manera cabal del impulso de huir ante el peligro, que me llega desde lo más hondo de mi infancia. El peligro era todo lo que olía a autoridad. ¡Empezando con Dios! Es que mis padres eran muy puritanos, pertenecían a la secta protestante metodista, y me infundieron muchos terrores. Al alcohol, por ejemplo. A la policía, a los jueces. Llevo toda la vida luchando contra mis miedos, procurando no ser aniquilado por ellos, tratando de ser valiente. Y, claro, enfrentándome, cuando ha hecho falta, al adversario de turno.

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En el cricket es fundamental dar a la pelota en el momento justo. ¿Cree usted que ese don de la oportunidad que tenía con el palo en la mano lo ha tenido también para dirigir su vida en lo literario?

–¡Ah, el cricket, mi deporte favorito! Sí, hay que saber darle a la pelota en el momento justo, y cuando lo logras es sublime. ¿He tenido el don de la oportunidad en mi vida y mis trabajos de investigación? Creo que algo de ello ha habido.

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El año milagroso

Usted califica la estancia sabática en Granada como «el año milagroso». ¿Qué milagros se produjeron durante ese tiempo?

–Numerosos. Algunos los cuento en el libro. Fue el año académico 1965–1966 y tuve la suerte de conocer, casi al principio, a un hispanista judío norteamericano, Sanford Shepard, y su mujer Helen, que ocupaban el carmen que luego heredamos nosotros. Allí pasamos trece meses. En su jardín recoleto, bajo un níspero, tuve conversaciones de una intensidad irrepetible con amigos y amigas de Lorca, entre ellos Manuel Ángeles Ortiz y Marcelle Auclair, así como con otras muchas personas fascinantes. El carmen fue mi centro de operaciones cuando abandoné la tesis sobre el primer Lorca y me empecé a dedicar en cuerpo y alma a la investigación de su muerte y de la represión brutal llevada a cabo en la ciudad por los sublevados.

En Granada se ha quedado ya su archivo. Suponemos que porque nunca albergó otra opción.

–Sí que las hubo. Pero yo quería que todo lo mío, no sólo de Lorca sino de Dalí, Buñuel y Machado y los otros libros, estuviera, junto e intacto, en la Casa Museo de Fuente Vaqueros. No lo regalé, lo subrayo, pero el precio fue razonable. Creo que fue una de las decisiones más acertadas de mi vida.

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«Me costó plasmar el matrimonio infeliz de mis padres y la falta de cariño de la autora de mis días»

¿Qué ha sido lo más difícil de plasmar en estas memorias?

–El matrimonio infeliz de mis padres y la falta de cariño por parte de la autora de mis días. Es más, su hostilidad. Nunca he podido superar aquella circunstancia, que, por otro lado, me ha hecho empatizar con todos los que sufren.

¿Contento de venir a Granada a presentar este libro clave en el Aula de Cultura de IDEAL?

–Contentísimo. No olvido nunca mi deuda para con IDEAL, su archivo, imprescindible para mis investigaciones, y los detalles que tuvieron conmigo Melchor Sáiz Pardo y Mari Carmen Montero (¡cuántas fotocopias facilitadas!) y, más recientemente, la amabilidad de Eduardo Peralta. En cuanto a Granada: ¡Conmigo vas, mi corazón te lleva!

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