Moncho: Gallego, lenguaraz e incombustible

Teatro / crítica ·

andrés molinari

Miércoles, 2 de junio 2021, 01:05

Llevo años viéndolo y siempre logra arrancarme una carcajada. Es como esos amigos que los ves por la calle, pasados muchos, muchos años y casi continúas la conversación que dejaste a medio terminar. Moncho Borrajo sigue incombustible a pesar de su próstata que tanto arte ... y de su profesión que tanto quema. Sus chistes son los de siempre pero aunque los oigas mil veces, él los dice tan enfadado que siguen haciendo reír. Genio y figura, el genio que derrocha andando todo el rato como partícula browniana: y ahora no tiene a nadie de la primera fila para preguntarle eso qué significa, como cuando al pantocrátor lo llama deuteronomio, colmo de la gracia.

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Igual que su admirada Lola inventó el rap antes de que esos memos babearan el ritmo de acera de los amerinegros, él había inventado el club de la comedia antes de que los actores con nula gracia dijeran idioteces ante un micrófono vintage. Pero un monólogo a su aire, con muchas cuchufletas y alguna imitación, anoche ceñidas a Antonio Gala, Raphael y algún lucero de la copla.

A diferencia de esos cómicos achicharrados por su stand up comedy, Moncho entablilla su propio guión, porque el material se lo da ya hecho esta España de nuestras penas, con sus políticos tan peculiares, palabra que nada tiene que ver con pelo ni con coleta, sus autonomías tan esperpénticas, ahora Ceuta también, la casi olvidada, la telebasura, Franco y su estela… y porque sólo tiene dos horas largas de espectáculo, que si no, la ecografía de nuestra sinrazón podría seguir hasta la madrugada.

Pero hoy quiero destacar en Moncho un rasgo poco visible tras su máscara de payaso canoso y maricón confeso. Su ternura. La petulancia de la que alardea construyendo boleros, más bien malos, cocinados en el microondas del repente, con ingredientes del pobre mercado que es el patio de butacas, no oculta a un niño grande. Un niño de setenta y un años, aún aferrado verbalmente a lo genital, que no lo suelta en toda la noche, y como si se meciese en esa cuna que para él es el escenario, sobre el que patea, aspaventea y cambia de atuendo haciendo meramente utilitario el sosísimo decorado. Un niño que necesita constantemente romper la cuarta pared para hablar con los de la primera fila o preguntarle al público si lo está pasando bien. Como el escolar en su función fin de curso necesitando el apoyo paternal.

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Pasan los años y Moncho sigue con sus tópicos, que nunca se dijo del bufón que hiriese con la verdad, al contrario, de vez en cuando parece bueno reírse con nuestra propia mendacidad de país y soñar con un puerto llamado sexo en el que dicen que habita la fugaz felicidad.

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