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Edición
José Antonio Muñoz
Granada
Lunes, 27 de septiembre 2021, 00:15
Alejandro Pedregosa (Granada, 1974) pertenece a una generación de autores a caballo entre un mundo raro y otro que se enrarece por momentos. Ya no ... son hijos del franquismo, porque echaron la pelusa del bigote cuando en nuestro país la libertad, como el valor a los toreros, era una premisa indiscutible. Frisando la cincuentena, han vivido lo suficiente para tener claro que casi nada es verdad. En 'Barro' (Sonámbulos Ediciones), que presenta hoy en la Biblioteca de Andalucía a las 19.00 horas, ajusta cuentas con un dolor reciente.
–Curioso, el epílogo colocado antes del poemario. ¿Una subversión consciente, una rebelión?
–Quería hacer un pequeño guiño a la naturaleza circular de nuestra vida. En el momento que algo acaba, inmediatamente, hoy otra cosa que empieza. El libro está dedicado a la muerte de mi padre. Así que me resultaba interesante empezar por el final.
–¿'Barro' nace del sufrimiento, del tormento, de la ausencia, del vacío, de todo un poco?
–Sí, pero todo eso es previo al libro. En realidad, Barro nace del amor, de todo lo bueno y bello que un padre le lega a su hijo antes de morir. Claro que hay sufrimiento, claro que hay dolor, pero de la reflexión de ambos surge el amor. Ese es el motor del libro.
–¿Siente que todo lo vivido y lo escrito le ha llevado hasta 'Barro'?
–Sí, y nunca lo había sentido de una manera tan nítida como en este libro. Inevitablemente la muerte de una persona que amas te obliga a una reconstrucción de tu mundo, a una revisión de lo que eres y lo que piensas.
–¿Cuándo fue consciente de que la vida no eran solo juegos y risas?
–Desde niño. Me crie en los años ochenta en un barrio obrero de una ciudad con grandes contrastes como Marbella. Para aquel niño eso fue determinante. Pude ver las estrecheces, la heroína arruinando la vida de los jóvenes, el sufrimiento de mucha gente. Por supuesto que jugué y reí, pero la 'vida real' estaba allí, al lado del niño. Esto es una cosa que nunca podré agradecer lo suficiente a mis padres.
–En el poema 'A veces rama, casi nunca pájaro', señala a quienes en el mundo literario se dan demasiada importancia. ¿Cuáles pueden ser las razones de que ello ocurra?
–Los escritores a veces tendemos a creer que nuestro trabajo es muy importante. Es algo que tiene que ver con la soledad. Son muchas horas de silencio frente a la pantalla. Luego, cuando el libro se publica y te expones al juicio del lector, entra el vértigo, y no siempre sabemos aceptar las críticas.
–En 'A los jóvenes' ataca a una determinada formación política, y llama la atención sobre el hecho de que estamos calcando el siglo XX en el XXI.
–Yo no lo veo como un ataque. He elegido una frase de Santiago Abascal para introducir el poema del mismo modo que podía haber elegido una de Arnaldo Otegi o Puigdemont. Es un poema donde se advierte del gran peligro del nacionalismo en general. Me aterra la idea de que haya personas que piense que una bandera está por encima de la dignidad de un ser humano. En mi humilde opinión, los nacionalismos han sido el gran cáncer del siglo XX y me inquieta y apena al mismo tiempo que volvamos a repetir la barbaridad en el XXI.
–Dicen que la familia es un accidente, por aquello de que no se escoge. En su caso, ¿se planteó alguna vez qué hubiera ocurrido si hubiera tenido otros padres?
–Sí, claro, creo que es algo que todo el mundo ha pensado en alguna ocasión. Yo, en ese sentido, he sido una persona terriblemente afortunada. En mi familia sólo he encontrado respaldo y amor. Soy consciente de esa suerte inmensa e intento pensar en ello diariamente, para no cabrearme demasiado con el resto de cosas que no van bien.
–Como poeta, ¿qué le obsesiona, el fondo, la forma, la línea, el aplauso...?
–No sé si llega a la obsesión, pero me interesa mucho el ritmo del poema; decir lo que quiero decir atendiendo a las grandes posibilidades rítmicas que me ofrece la lengua. La música es la base del poema, debe ser tan sutil que no se advierta, pero debe estar ahí, moviéndolo todo, como una marea invisible pero constante.
–¿Llorar en estas páginas le ha ahorrado algún llanto, o ha prolongado la pena?
–He llorado mucho escribiendo este libro, pero eran unas lágrimas donde la felicidad tenían tanta importancia como la pena. Lloraba por todo lo que había perdido, pero también por todo lo que había atesorado durante cuarenta años. Me sorprendía de saber que tenía tantas cosas de mi padre, y eso me alegraba.
–El barro es un material con el que se juega y que solo el sol y el calor pueden secar y endurecer. ¿Sale de estas páginas más duro o más maleable?
–La verdad, es una cuestión que no me lo había planteado. Creo que salgo conociéndome mejor a mí mismo, y eso ya es un logro muy importante. Porque el 'Barro' de estos poemas no es solo el que utilizó mi padre para moldear a su hijo, es también el barro que yo uso para trabajar mis poemas y, sobre todo, ese elemento esencial, mezcla de agua y tierra, que nos sitúa en el inicio de todo, en el suelo, donde deberíamos tener asentados los pies.
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