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andrés molinari
Lunes, 5 de octubre 2020, 01:06
Punto y seguido para el quinto Festival de Música Antigua de Granada que, contra los elementos, cual arma invencible, navega durante las dos primeras semanas ... de octubre recalando en los puertos más propicios de nuestra ciudad. Para terminar esta primera semana, en la soleada y placentera mañana de ayer domingo, un puerto de categoría: El auditorio Manuel de Falla; una nave de escasa eslora pero impecable arboladura: L'Apothéose grupo español que suena a francés, y como impedimenta esa música barroca que siempre suena igual pero que es distinta según el estado de ánimo del oyente y el grupo que la interprete.
Un recital conciso y precioso, una asistencia tan comedida como entendida y, para la mayoría, el descubriendo en Granada de este cuarteto sumamente esmerado que sabe congeniar la técnica bien estudiada con la expresividad más exquisita, sin poses para la galería ni gestos teatrales en la interpretación, mostrando un raro equilibrio entre el brío juvenil de los cuatro y la sencillez que renuncia a toda grandilocuencia ante los atriles.
Los cuatro en conjunto pero cada uno con su son particular y sus instantes de amanecer entre las sonatas, para aquilatar unos solistas de categoría. Perfectamente ubicados, las dos voces cantantes: traverso y violín barroco, a nuestra izquierda, y los dos continuos: clave y chelo, terminando el renglón. Si éstos dos últimos, en manos de Asís Márquez y Carla Sanfélix son más que imprescindibles, huelga decir que Laura Quesada es una excelente flautista y Víctor Martínez un violinista que merece nuestra mejor crítica.
Ante grupos tan soberbios de arte, pero tan humildes de compostura, poco importa si sobre los atriles yace el Haendel del programa o el Telemann de la propina. Todo es un magma musical continuo en el que uno se deja llevar por el oleaje sin averiguar si ha terminado un movimiento o ha concluido una pieza. No obstante se agradecen las indicaciones del elegante Asís, que presenta ante el público, dirige desde el teclado y acoge en su regazo la pandereta para que brille un minuto de danza barroca tan ingenua como sugerente.
Dos mujeres y dos hombres haciendo música de cámara. Esa que desdeña las grandezas de la orquesta y se escora hacia la recóndita cercanía. De vez en cuando uno de los cuatro se torna más parlero, entona una fuga que hará furor en el barroco o el violín aspira a hacerse concertino, pero pronto vuelve el magma, el paisaje, la lontananza.
Como el mar cuando se mece o el alma humana cuando hojea el libro de la vida, esta música refleja nuestro ánimo con una página alegre frente a otra melancólica.
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