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J. J. GARCÍA
Granada
Martes, 8 de noviembre 2022, 00:09
Hace 11 años, con apenas veinte, Christian Sands llegó a Granada escoltando a Christian McBride, y la prensa local dijo que «tras una prodigiosa introducción ... a cargo del pianista, un joven portento destinado a convertirse en uno de los grandes de su instrumento, dejó constancia de su dominio de los múltiples registros estilísticos que maneja». Y ya lo es. En la segunda noche del Festival de Jazz hizo un concierto fantástico, no ya por su asombrosa ejecución técnica como por imaginación que anima sus composiciones. Un concierto de los que emocionan al aficionado y son capaces de enamorar al refractario.
Antes de su actuación, y de todas las de esta edición, la espera se anima con las proyecciones en la pantalla del teatro Isabel del álbum de fotográfico del festival, con decenas de instantáneas firmadas por algunos de los mejores fotógrafos musicales de la ciudad.
Como recordó la directora del festival en la didáctica presentación, el disco que presentaba aquí, 'Be water', está inspirado en una frase de Bruce Lee: «sé sin forma, sin forma como el agua, mi amigo». Maleabilidad adaptativa que se puede hacer extensiva al concierto, pero también al universo sonoro de Sands. Porque sus piezas son auténticas sinfonías con diversos movimientos y un perfil fluido, frecuentemente saliendo tranquilas y sin prisa desde el silencio y cogiendo progresivamente cuerpo, con dinámicas mutantes, desde la nada al todo, y no pocos caídas libres que generaban hasta vértigo en el oyente. Uno se acordó, y no fue el único, del fabuloso concierto del trío de Oscar Peterson el milenio pasado en estadio del Juventud, recordando su apabullante virtuosismo, y la inmensa sorpresa en nuestros vírgenes oídos.
Las manos de Sand son una orquesta completa, y no necesita de falleros ejercicios pirotécnicos ni de trucos circenses para epatar, lo hace con una naturalidad absoluta y sin esfuerzo aparente, aunque sus dedos brinquen sobre las teclas como gotas de agua sobre una plancha ardiente. Todo está en su justo sitio, ni sobra ni falta. Apreciación aplicable a sus compañeros, su impecable hermano Ryan en la percusión y el elegante contrabajista Philips Norris, a los que tiene bien aleccionados para conformar una unidad cómplice en la filosofía sensata de la casa.
El programa contó con una mezcla de temas originales de Sands, todos del reciente mencionado álbum, para los más cafeteros un par de estandarazos, y hasta complació una petición, de la directora, en el bis. Como corresponde a un concierto de Jazz, lo grabado adquiere vivacidad en escena, en largas suites ya comentadas y con el añadido de efectillos subacuáticos o de pajarillos desde un pequeñito teclado electrónico adyacente. En términos de jazzclub, reseñemos un blues tan del Delta que podía figurar en la serie Treme (la capacidad libremente evocadora es otra de sus invitaciones), aquel tema de Ellington dedicado a Shakespeare en 1957 'The Star Crossed Lovers', y el parkeriano 'Anthropology', acaso para recordar que, además de su desbordante fantasía sonora es un eslabón también de la estirpe del bop. Queda por saber cómo se fijó en sus oídos 'Can't Find My Way Home', del efímero supergrupo de rock inglés Blind Faith (Eric Clapton, Ginger Baker, Steve Winwood y Ric Grech, y cuya única portada les llevaría directamente a la cárcel actualmente) como para interpretarla, eso sí, parcialmente amputada a su muy funkeada segunda parte. Un concierto de diez no, lo siguiente, que se dice ahora.
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