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El viaje comenzó en un punto indeterminado de la A-92. Emilio López Arquillo (Granada, 1985), el conductor, recibió la orden de recoger allí, en mitad de ninguna parte, a 'El pasajero'. «Así se refirieron a él desde el principio, por temas de seguridad: El pasajero». Las normas eran indiscutibles y estaban meridianamente claras: no se podía hablar con El pasajero y no se debía mirar a El pasajero. Y así, con las manos en el volante y la vista fija en el horizonte, Emilio encontró en mitad de la carretera a El pasajero, popularmente conocido como Bob Dylan.
Bob Dylan en Granada
José E. Cabrero
José E. Cabrero
Dylan venía de actuar en Sevilla y, aunque nadie lo sabe con certeza, todo apunta a que durmió en el Hotel La Bobadilla, en Loja. Algo que, por otro lado, debería ser verdad porque parece sacado de una de las letras de sus canciones: Bob Dylan en la Bob-a-dilla. Pero fue otra casualidad de la vida la que provocó una primera sonrisa cómplice. Resulta que Emilio, además de 'road manager' de artistas, es acróbata. «Soy portor de la compañía Vaivén Circo, aquí en Granada, y hace poco llegamos de una gira por Canadá y Nueva York».
Antes de hacer este viaje, Emilio había llevado en varias ocasiones a la actual pareja de Dylan. «Una mujer simpatiquísima y dicharachera, a la que le conté que me dedicaba al circo y hablamos de todo un poco». Los tres viajaron juntos desde un indeterminado punto de la A-92 hasta, literalmente, las entrañas del Generalife.
«Buenas tardes, ¿qué tal?», saludó Dylan, al entrar al coche. «Muy bien, gracias, ¿y usted?, respondí. Su mujer se rió y el guardaespaldas se rió. No se podía hablar, pero si me hablan contesto, ¿no?». El viaje transcurrió en plena calma, en un ambiente de profunda concentración. De hecho, no hubo absolutamente nada entre el coche y el escenario que pudiera distraer al hijo de Minnesota. «Conduje por los caminitos del Generalife, dentro de la Alhambra, fue muy chulo. Accedí hasta el mismo escenario, aparqué y Dylan salió del coche directo a cantar».
Emilio pasó el concierto pegado al vehículo, por si había algún problema poder reaccionar rápido. Pero no lo hubo. La noche fue espectacular y él también disfrutó de la música. «Fue una maravilla, ¿verdad?». La salida sucedió de idéntica manera: del escenario directo al coche. «Venía contento. Alegre. Le dijo a su pareja que vaya sito, que ojalá todas las noches fueran así. Y me reí».
La mujer le dio a Emilio un golpecito cómplice en el hombro y le dijo, de guasa, que no se riera de ellos. «No, respondí, es que soy de Granada y me enorgullece que diga eso». La mujer, entonces, se giró hacia Bob y le contó que Emilio es acróbata de circo. «Pues a este show le vendría bien añadir algo de circo», bromeó Dylan al enterarse. «Que si quieren –siguió Emilio–, nos vamos a un bar y tomamos un vino y les enseño Granada un poco más, que es muy bonita». La carcajada fue a tres bandas, bien compartida.
Al llegar al punto de recogida, Emilio se quedó sentado dentro del vehículo, tal y como indicaba el protocolo. «Pero entonces Dylan golpeó en el cristal y me indicó que bajara. Me dio un abrazo y chocamos el puño. Luego se fue y me dijo 'take care!' (¡cuídate!)».
Emilio, sonriente, se quedó apoyado en el capó mientras despedía a uno de los artistas más herméticos de la historia del arte. «Estar con una leyenda así, reír juntos, abrazarnos. Ha sido una experiencia muy mágica». Menuda acrobacia.
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