Quince mil personas guardan silencio en el Paseo del Salón. Quince mil personas con las manos bien abiertas junto a los bolsillos del pantalón, así, como los vaqueros que esperan el repique de las campanas de la torre. Sobre el escenario no hay nadie. Un ... fallo técnico –o la malafollá granaína, si gustan– ha interrumpido cuatro veces el concierto. Apenas han sido diez minutos seguidos de música, pero hay quince mil almas que todavía no han perdido la fe. De repente cruje el altavoz y la marabunta desenfunda a toda velocidad sus móviles para grabar una vez más el momento. Entonces aparece el cantante, una sombra escondida por su propio personaje. «¿Se escucha bien ahora?», la pregunta provoca una ovación atronadora. «Quiero a todo el mundo arriba, ¡que se note donde estamos!».
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Se acabó el silencio. El Paseo del Salón es un río desbordado. Un océano de cabezas palpitantes que suben y bajan como una bancada de peces siguiendo la corriente. «¡Otra noche en Granada!» –un, dos, tres– «¡Otra noche en Granada!», corean al unísono miles de jóvenes con los brazos al aire y los pies flotando. La canción parece un clásico, una vieja conocida, pero hace una semana ni siquiera existía. De hecho, hace poco más de 24 horas aquí no había ni concierto ni convocatoria. Todo pasa en un chasquido, como una revolución fugaz que fluye entre la marea. Una revolución que se llama Dellafuente.
«¿De la Fuente? ¿El entrenador de la selección?», preguntaba una hora antes Joaquín, un señor de 68 años que miraba fascinado cómo el paseo se quedaba pequeño. «No, es un músico. Un artista granadino y se escribe De-lla-fuen-te», le explicó Juan, su nieto. Dellafuente anunció el jueves por la tarde que iba a dar un concierto gratuito ayer, a las 21.30 horas, para compartir con Granada su nuevo disco: 'Torii Yama'. «¿Toriyama? ¿Akira Toriyama, el de Goku?», preguntó un periodista despistado. «No, no –le corrigieron–, es una expresión japonesa que significa 'puerta a la montaña'». Una puerta que es, en realidad, un sentido homenaje a Granada en 10 canciones.
La locura por Dellafuente es indiscutible. La cola en la tienda chuches más cercana daba la vuelta a la esquina. «Para tomar algo mientras esperamos», dijo Lucía. El goteo de gente era constante, aunque hubo algunos que llegaron a primera hora de la mañana. «Nos vinimos a las cuatro, para coger sitio y ya había gente», contó Ángela, expectante como el resto de sus amigas. «Ha dicho en redes que va a ser cortito, pero no podíamos faltar», añadió Luna, que organizó un viaje exprés desde Jaén.
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Cerca del escenario, un grupo de voluntarios repartió a los asistentes una octavilla que decía «consigue la llave». En la parte trasera de la hoja había un código QR que llevaba a una página de registro. ¿Para qué? No lo sabremos hasta dentro de unos días. Poco antes de las 21.30 había gente por todas partes: en la acera, en los poyetes, en la calzada... Acercarse al escenario era más difícil que encontrar un cogote –masculino– sin rasurar.
A las 21.40, por fin, la furgoneta de Dellafuente llegó a la rotonda por detrás de la fuente –guiño, guiño–. «¡Buenas noches, Granada! ¿Hay ganas de concierto?», saludó el granadino rodeado por un tsunami de móviles. Cuando empezó a cantar, la inmensa mayoría del público siguió el espectáculo a través de la pantalla del móvil, como si fuera un traductor sin el que no pudieran entender una palabra de lo que cantaba. Aunque lo cierto es que menos mal que grabaron, porque a los 10 minutos, tras cuatro canciones, el sonido se cortó.
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«Los fallos son fallos», se disculpó Dellafuente cuando por fin volvió a funcionar el micrófono. «Familia, quería daros las gracias por tanto amor, tanto apoyo, tanto cariño. El otro día estaba en casa cuando...». Crac. Silencio otra vez. Risas nerviosas. «Este se va tío, se está rallando», cuchicheaban. Pero no, volvió la música y cantó lo de «y yo te quiero verde fosforito». Y se cortó otra vez. Pero volvió la música y Dellafuente siguió por donde iba. Pero no. No había manera. Iban diez minutos de música y veinte de silencio. Quince mil personas en silencio. Quince mil personas en vilo. Quince mil fieles listos para desenfundar. Y entonces, por fin, empezó otra noche en Granada.
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