Asistentes al Granada Sound. Ariel Cabrera
Contracrónica

El Granada Sound en 10 instantáneas: de las pulseras a las heroínas del baño

Diez píldoras, diez momentos que resumen, de alguna manera, lo que sucedió más allá de los escenarios del Cortijo del Conde: el finde con los abuelos, los bajos del coche, el picnic...

Martes, 19 de septiembre 2023, 12:51

Al llegar a casa, reventado, Javier busca unas tijeras en el cajón de la cocina. Luego, con las luces del alba filtrándose por los estores, mientras tararea la melodía de 'Los días raros' de Vetusta Morla, corta la pulsera y la deja caer en la ... repisa. «El verano termina cuando me quito la pulsera del Granada Sound», escribe en el grupo de Whatsapp de los amigos, que, como él, todavía no duermen. «Ya estamos viejos para esto. El año que viene no vamos... a no ser que vuelva Supersubmarina», ríen con emoticonos. Pero todos, en el fondo, saben que les quedan muchas pulseras por cortar.

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La pulsera

Nada más llegar al recinto, los visitantes deben colocarse una pulsera de colores personal e intransferible. Es, más o menos, como las esposas que le ponen a los presos al entrar a la cárcel, solo que aquí el atraco viene después. «Lo primero es cargar la pulsera», expone Ana, a sabiendas de que, si no, no podrán pedir nada en las barras. «¿Cuánto echamos?», pregunta Elena. El grupo se acerca a la lista de precios y no salen de su asombro: una cerveza, 6 euros. Una copa, 10 euros. Un cubalitro, 11 euros. Y si quieres que te pongan un vaso -es obligatorio-, 2,5 euros más. «¡Es carísimo!», exclaman. Lo que no saben todavía es que, cuando se vayan a casa, les quedarán 5,5 euros de saldo en la pulsera. Dinero que pueden reclamar, claro, bajo un pago previo de 3 euros.

¡Estamos aquí!

Fátima se despide del grupo con la esperanza de volver a encontrarse. Tiene que ir al baño. Hay tanta, tantísima gente en el Granada Sound que las mareas cambian constantemente y, lo que estaba aquí, ahora está allí. Media hora después, viendo que no regresa, las amigas se ponen en modo Dori para buscar a Fátima, su Nemo. «¿Dónde estás?», le escriben. Ella responde con una fotografía que la geolocaliza rápidamente, bajo una de las señales del baño de hombres. Las amigas le mandan otra foto, mostrando una de las esquinas de una barra. Al final se encontrarán, pero lo cierto es que había métodos mucho más ingeniosos para localizar a los amigos: vasos iluminados que hacían las veces de faro, mensajes en morse con la linterna del móvil o, los más profesionales, globos que sobrevolaban al público: ¿Cómo no ver a Poppy, la protagonista de 'Trolls', delante del escenario principal?

300 (o más) en el wc

La cola para entrar al baño es desproporcionada. «¿Cómo puede haber tan pocos baños para 25.000 personas?», se preguntan dentro del que, hasta hacía nada, era el baño de hombres. Ya es mixto. La cola para el de mujeres era tan excesiva que han empezado a irse al otro. Así, dentro, los hombres orinan de cuatro en cuatro en una especie de setas que hay repartidas por el centro del espacio mientras las mujeres esperan a su lado, espalda con espalda, para entrar a las letrinas. Entrar era difícil, pero salir... Nadie esperaba que salir fuera lo más parecido a vivir la batalla de las Termópilas de '300'. «¡Espartanos y espartanas! ¡SALIMOS!». La marabunta en el pasillo de salida es asfixiante, una turba en la que solo vale dejarse llevar (suena demasiado bien). «Por un momento me he imaginado muriendo en una avalancha de zombies con camisas de flores», dice uno de los supervivientes.

Las heroínas

En mitad del concierto de La Casa Azul, saltando como sardinas en lata, una bandera se acerca por el horizonte. «¡Es Cristina!», gritan. «¡Cristina! ¡Cristina! ¡Cristina!», corean. Al poco, Cristina aparece sonriente cargando una mochila de la que asoma una bandera en la que se lee 'Cerveza'. La pandilla pasa sus pulseras por la máquina y Cristina recarga sus vasos con una refrescante birra. Conforme se aleja, los amigos brindan. «¡Por Cristina!». «¡Sí, eso, por Cristina!». «¡Cristina, ya te echo de menos!».

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No muy lejos de allí, en el baño de mujeres, Laura sostiene sonriente un palo de madera con un puñado de rollos de papel higiénico. A las que entran, les corta un trocito y se lo entrega con una sonrisa. Todas, al salir, hablan de ella. «Es la mejor del Granada Sound».

Porque no todas las heroínas llevan capa.

Todos los abuelos de Granada

Los héroes más grandes no han venido al Granada Sound. «Es probable que todos los abuelos de Granada estén hoy con sus nietos», bromea Francisco, que se acaba de encontrar con otros padres del colegio. Porque aquí, en el festival, hay muchos veinteañeros y treintañeros que todavía pueden despertarse los domingos a la hora que quieran. Pero, también, hay muchos -muchísimos- jóvenes de 40 y 50. Y algunos, como Luis y Clara, han venido con sus hijos -uno en el carrito-. «Así disfrutamos en familia».

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Efecto Amaia

Cuando Iván Ferreiro canta la última y los focos saltan al escenario de Amaia, llega el turno de las matemáticas. El diagrama de Venn es un esquema usado en la teoría de conjuntos. Seguro que lo recuerdan del cole: dos círculos entrelazados a través de los que se relacionan sus elementos. Un círculo estaría formado por los asistentes de 35 años para abajo. Otro, de 35 para arriba. En cuanto Amaia se sienta al piano, el círculo de los mayores empieza a alejarse lentamente hasta dejar a los más jóvenes en soledad. Desde fuera se preguntan por qué traían a Amaia al Granada Sound, si estaba claro que no le gustaba a nadie. Los de dentro están seguros de que iba a ser uno de los mejores conciertos del festival.

'Picnic' (con comillas)

Los aledaños del Cortijo del Conde se llenaron de pequeños botellones a la vera de los coches. En vez de quedarse dentro a cenar o beber, muchos optaron por llevar el maletero cargado y hacer pequeñas excursiones para reponer fuerzas. Álvaro, Mónica y el resto de la tropa han organizado un auténtico picnic. Un picnic-botellón. Además de las botellas y frutos secos, cada miembro de la pandilla ha traído un plato preparado: tortilla de patatas, carne en salsa, ensalada de pasta... «Lo pasamos tan bien dentro como fuera». Lo que nadie podrá entender nunca es por qué tanta gente cruzaba por mitad de la rotonda. ¿Tanto costaba ir al paso de peatones?

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Los bajos del coche

Adrián, Laura, Sole y Martín han pasado gran parte de la noche contando los coches que destrozaban sus bajos al salir del 'parking'. Un 'parking' con unas comillas enormes porque, los que no encontraron sitio en la calle, pudieron dejar sus vehículos en unos descampados que hay por el polígono. Descampados que, en algún caso, parecía literalmente que alguien hubiera tirado la valla metálica para meter los coches. Tanto es así que la entrada, que no es una entrada real, tiene un bordillo de la acera elevado, sobre la cuesta, provocando que los coches se dejen los bajos. «Tienes que salir primero con una rueda y luego con la otra», indican Adrián y los suyos a los que salen, como si fueran los jueces de la prueba. Pocos la superaron. «Tendríamos que haber venido en bus».

Los días raros

Laura se acerca a José, en mitad del concierto de Vetusta Morla, y le recuerda que ella descubrió al grupo en 2017. «Me dijiste que era imposible que no conociera 'Los días raros' y no la conocía», cuenta ella. «Descubrí el grupo en aquella edición y ahora, cada vez que escucho la canción me acuerdo de aquel día». Sobre el escenario, Pucho canta «ábrelo, ábrelo despacio» y pregunta «qué ves, dime si ves algo». Laura y José bailan juntos la canción y saltan y ríen y se unen al coro de 25.000 voces que insisten una y otra vez en el oh-oh, oh-oh, oh-oh, oh-oh, oh-oh, oh...

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