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juan jesús garcía
Lunes, 10 de febrero 2020, 00:56
Si ha habido un grupo que desconozca lo que es la zona de confort es Lagartija Nick. Su ya larga carrera se ha caracterizado por un continuo 'más de lo distinto', en muchas direcciones y alguna vía muerta, pero siempre con una necesidad absoluta de ... otear lo que hay más allá, del concreto o el infinito. Y en eso siguen, en un no parar ni para coger impulso. Su última producción, que cuesta llamarle disco, es una muestra más de su insaciable inquietud y su necesidad de ampliar sus propios límites: 'Los cielos Cabizbajos'. Un trabajo cercano a una ópera rock difícil de poner en escena más que unas pocas veces por las proporciones del diseño del montaje, complicado de ubicar y transportar.
Jesús Arias ya tenía una dimensión sinfónica de la música cuando apenas editaba enrabietadas canciones de punk juvenil. Así, aquella primera adaptación del 'Rimado de Ciudad' de Luis García Montero (casualmente el viernes Quique González presentaba la última del poeta) ya estaba pensada para hacer con una –imposible de pagar– orquesta sinfónica. En Qüasar incluyó cuerda y en los Cielos Cabizbajos por fin se redimensiona su obra a lo grande, como él hubiera querido. Casi treinta personas en escena son necesarias para este concierto que tuvo un primer tanteo hace un par de años en la Facultad de Medicina y que ahora vuelve con todo su espeluznante esplendor.
Bajo una lluvia de luz blanca, que puede sugerir tanto a los rayos venenosa de unas duchas tóxicas como a invertidos chorros de claridad buscando bombarderos en el cielo, Lagartija Nick, con el Coro y Quinteto de la UGR y el aporte necesario de David Montañés, llevaron al Teatro CajaGranada el estremecedor directo de este poema sinfónico.
Nada que ver con un concierto al uso, por más que estuvieran las butacas recogidas y el espectador de pie. Ausencia de mullida comodidad que colaboró al sobrecogimiento de una experiencia más que una sesión convencional. El de la destrucción, la barbarie, el de los arrebatados escritos de Jesús sobre el mortal aliento de napalm y el olor a carne quemada.
Los coros y la cuerda, con la gravedad del chelo en la espeluznante 'Nagasaki' nos recibieron tras casi una hora de ambientación a cargo de José Ángel Arias, y sin tregua encendieron el motor eléctrico de 'Buenos días Hiroshima', la canción 'más canción' del paquete (con 'Intrusos') y que seguramente pase al repertorio 'de diario'. La puerta achicharrada de acceso la docena de piezas que componen este trabajo, más el añadido a última hora de la pieza coral dedicada a la masacrada Dresde: «un tornado de fuego, por el odio y el salvajismo más desolador del hombre», como dejó escrito Jesús.
La carnicería industrial se concreta en las dos personas protagonistas de 'Sarajevo', en los amantes víctimas de un francotirador o en el llanto de una madre somalí. La voz grabada del Che Guevara se deja escuchar en 'Ola equivocada', mientras que las implicaciones religiosas de estas matanzas son el argumento de 'Europa Ío' (con el aporte del laud de Moncho Fandila). Las pausas no son tales, teclados horizontales, melodías que podían recordar a paisajistas como Vangelis o la inquietante Wendy Carlos no anteceden más que a la borrasca de sangre y fuego: 'Nueva York' (¡grandiosa!), 'Nagasaki', Guernika 2019' (muy crecida coralmente y que fue la primera inquietud de Jesús por la tragedias bélicas ya en su primer disco de 1983). El mapamundi del horror expuesto con gravedad y solemnidad.
En su anterior trabajo, también sobre textos de Jesús, Lagartija se acercó a esos parámetros y piezas como 'Agonía agonía' o 'El testamento del sol', como 'El teatro bajo la arena' y 'Exilio', epílogo coherente ambas de una sesión cara a cara frente al horror. El 'horror' que citaba Juan Codorniú ayer, y siguiendo con sus citas a 'Apocalipsis Now': 'El olor a... ¡a derrota!'. Silencio.
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