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Lapido: Un cuarto de siglo paseando al perro mágicoJuan Jesús García
Sábado, 14 de diciembre 2024, 10:03
Tras el homenaje espontáneo de hace medio año, orquestado sigilosamente sin que el aludido se enterara prácticamente hasta última hora, faltaba la reposición en escena ... de aquel disco que hace 25 años inauguró el futuro de Jose Ignacio García Lapido. Aquel pequeño paso al centro del escenario y hacia el punto de luz no fue sencillo, tardó cuatro años en darlo, supuso acomodarse a unas inexploradas facultades vocales propias y arrancar con el perfil bajo de un pequeño sello de provincias. Un regreso a la casilla de salida en toda regla, que como ya sabía porque no era ningún recién llegado, pronosticaba una cuesta arriba empujando la piedra de su invocado Sísifo, si bien con el final del director completamente distinto: 1600 personas estuvieron a su lado este fin de semana festejando aquel disco fundacional, más que de una carrera artística, casi de una religión. Y la feligresía no faltó a la celebración, llegada para su 'advenimiento' desde cualquier punto del país (¡a mi lado una pareja venía de La Coruña!). Muchos de los que sacaron a pasear al perro mágico en el festival del Zaidín de 1999, estuvieron también este fin de semana en el teatro Cajagranada, reviviendo «los ecos de nuestro pasado», como cantaba en el tema titular, entre los terribles «chirridos de los neumáticos» de los contemporáneos pilotos del apocalipsis derrapando aquí al lado.
El protagonista se ha movido entre todos tamaños posibles, a dúo, con banda y hasta solo con sus dos guitarras como única compañía. Pero cuando reúne al equipo todo se redimensiona, porque Popi -el único presente en aquellas sesiones del 99- Raúl, Víctor y Jacinto son uno y cuarto con el director, con una complicidad siamesa de la que se benefician las canciones que crecen ominidirecionalmente. «'Los' Lapido son su 'banda de la calle L'», como alguna vez se dijo. Y es que, sin olvidar el exacto fondo rítmico, la finura y la sabrosa elegancia del lojeño a la izquierda, y la sensibilidad y el felling desatado del murciano a la derecha, enmarcan un sonido impecable, rocoso y punzante cuando debe, como delicado hasta la lágrima cuando procede.
Por su parte el dueño del perro mágico, muy lejanas ya las dudas sobre sus posibilidades vocales de entonces, domina a placer el arte del matiz ajustado y la expresión verbal exacta, conciliando la acidez desolada, y a ratos la pizca de esperanza descreída, individual o colectiva, en la voluntad de esos relatos cargados de imágenes poderosas que han hecho de sus letras lo mejor que se ha escrito en el rock hispano. Recuperada también su mano lesionada, los punteos directos que arranca a su mítica guitarra color sangre son puro mordiente, que se clavan tanto en el cuerpo como en el sentimiento.
Los dos conciertos se han anunciado como distintos y con todos los recursos humanos de la casa. La primera noche, larga, de dos horas y media, se estiró prácticamente hasta la afonía del portavoz con casi una treintena de piezas en una sesión antológica, puesto que recorrió todas sus etapas; si bien para los lapidianos más cafeteros se quedaron algunos ítems favoritos en el camerino, que tal vez la segunda velada sonarían. Es curioso percibir la escuela inglesa de las piezas más antiguas, junto con la adscripción más Nueva Orleans, de los más próximos. Recrecidos los más remotos a cuatro voces y el gigante aporte de los nuevos arreglos, en los que el teclista, una suerte de Dr. John nuestro tiene mucha responsabilidad en lo escuchado.
Hace 25 años el arriba firmante concluía que había que tener «cuidado con el perro mágico», un cuarto de siglo después y en un mundo mucho más convulso, muerde las emociones con aún mayor intención.
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