Jueves, 7 de enero 2021, 00:28
El pianista Juan José Muñoz Cañivano (Barcelona, 1962), es una de las presencias continuas en la escena musical granadina durante los últimos 20 años. Pero es una presencia discreta, que está sin estar, poco amigo de las fotos y las alharacas. Es una 'rara ... avis' dentro del 'marquetinizado' mundillo de la clásica. No tiene representante, y cuando lo tuvo, este fue consciente rápidamente de su propia irrelevancia, porque la afabilidad de este granadino de adopción le ha abierto las puertas que él ha querido que se le abran. En estos días, cumple 50 años sobre el escenario, desde que, con tan solo nueve, ofreciera su primer concierto en el escenario del Conservatorio de Tarrasa, donde interpretó un programa con obras de Mozart, Grieg y Chopin. Y el próximo 8 de enero, a las 19.30, ofrecerá en el Auditorio de Caja Rural Granada (Carretera de Armilla), un recital titulado 'De Bach a Gershwin', donde interpretará obras de Bach, Debussy, Chopin y para finalizar, la 'Rhapsody in Blue', la pieza del compositor norteamericano que ha sido la que más ha interpretado en este medio siglo de carrera.
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«Comencé a estudiar música con cinco años», recuerda el pianista sentado en el vacío patio de butacas del auditorio. «Mi padre, el guitarrista José Muñoz Coca, fue profesor en el Conservatorio de Tarrasa, y me preguntó si quería estudiar música, no como obligación, sino como una opción. Y me pareció bien». Comenzó compaginando la guitarra y el piano, pero al final, se quedó con este último, por la incompatiblidad física de llevar adelante el aprendizaje de ambos. «Mi padre decía que el piano es el instrumento más completo, así que se alegró de mi decisión. Además, luego hemos ofrecido algunos conciertos como dúo», afirma el músico.
Su primer piano vertical fue testigo de sus progresos. «El ejemplo de mi padre, que tocó con primeras figuras como Yehudi Menuhin o Jean-Pierre Rampal, fue determinante, pero todo sucedió de forma muy natural», asegura. «Me convertí, pues, en un niño prodigio, que no tuvo una infancia como la del resto de mis amigos. A los 20 años más o menos me di cuenta de que había sacrificado mi infancia en el altar de la música. Fue una experiencia difícil, que me sumió durante más de un lustro en una profunda crisis, pero que un día superé volviendo a colocarme frente a un piano, con total naturalidad».
Con 12 años se convirtió en el 'pasahojas' oficial de todos los conciertos del Palau de la Música Catalana, un escenario que se convirtió, por mor de una tolerancia hoy impensable, en su sala particular de conciertos. «Vivía al lado del Palau, y conocía a Domingo, el conserje. Me ponían un foco, me sacaban el Steinway, y muchas noches las pasé ensayando solo en aquel escenario. Me sentía como el fantasma de la ópera... (risas). Hoy pienso que fue un gran privilegio, como lo fue conocer a todas las figuras a las que ayudé en sus conciertos, o a las que tenían relación con mi padre».
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Con 15 años, tras finalizar la carrera de piano, inició un periplo formativo que le llevó a estudiar en la Academia Menuhin de Gstaad (Suiza), donde tuvo como profesor a Alberto Lysy, y simultáneamente colaboró con Ludwig Streicher, mientras acudía a los cursos del Mozarteum de Salzburgo, a los del castillo de Beikerheim (Alemania)... «Llegué a tener cinco profesores de piano a la vez. Estaba con Joan Moll en Mallorca, Ángel Soler en Barcelona, Pilar Bilbao en Sevilla... De todos ellos traté de extraer lo mejor, para conformar un estilo propio», comenta. Ello le permite usar la digitación más acusada cuando la pieza lo exige, y en otras ocasiones, deslizar suavemente las manos por el teclado. «Obviamente, hay piezas en las que me siento más cómodo, pero esta versatilidad me ha permitido abordar un repertorio muy amplio», asegura Muñoz Cañivano.
El pianista también fue durante casi cinco años el presidente de las Juventudes Musicales de Almuñécar. Una etapa que recuerda con cariño, salvo quizá la última, «cuando envidias y mezquindades aprovecharon un problema de salud para hacer unas elecciones a mis espaldas. Ofrecíamos conciertos semanales durante toda la temporada, con figuras muy conocidas. Me quedo con el cariño de quienes apreciaron aquel esfuerzo».
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Su afabilidad le ha hecho acreedor del afecto de figuras como Alicia de Larrocha o Antoni Ros Marbà: «Antoni me conoce desde que era muy pequeño, y aprecia en mí que nunca le he pedido nada. Aspiro a ganarme el pan honradamente. Este año ha sido terrible, como para todos. He tenido que suspender muchos conciertos, pero tengo la esperanza de que todo se arregle en este 2021». Ojalá, para él, como para tantos otros, el mundo vuelva a girar con prontitud.
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