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Juan Jesús García
Domingo, 24 de noviembre 2024, 00:07
Cuenta la leyenda que fue en el rancio club de alterne Rey Chico cuando los que iban a ser conocidos como Niños Mutantes decidieron su destino. Delante de ellos estaba Fernando Alfaro y su grupo, los Surfin Bichos. Veinte años después el albaceteño encabezaba el álbum colectivo 'Mutanciones' de homenaje (también hubo un concierto) a los granadinos. Y pasados otros diez más los ya menos niños Mutantes han decidido pausarse. Con seguridad temporalmente, que ya sabemos cómo son estas cosas en Granada. El círculo se cierra.
Los Surfin con Lagartija Nick fueron dos grupos bisagra entre generaciones y épocas, avanzando una estética sonora que suscribieron sus hermanos menores, la chavalería del instituto Mariana Pineda que adoraba esa apariencia iracunda y áspera, llegada también de importación con marcas registradas como Pixies, norte hacia donde señalaban las brújulas de nuestro trío/cuarteto; en su caso con una más cercana impronta pretérita añadida, sin duda impresa en el inconsciente desde la banda sonora de los viajes familiares en el mítico Simca 1200, aquellos Juan y Junior, Brincos y hasta Paco Ibáñez que amenizaban las pesadas carreteras de entonces. Fenotipo que iría brotando progresivamente en sus canciones. Modelos que determinarían aquellas primeras composiciones, austeras y crudas, apenas aliviadas por un corazón melódico y la siempre reseñable confiabilidad de la voz que la entonaban. Porque los Mutantes han sido siempre una suerte de cantautor colectivo, que en esa garganta afectada y propensa a quebrarse tenía su gran valor expresivo, y compartido. El 'Sonido girasol' le llamaron, que como la planta, era grande, intenso, colorido, y poco delicado.
Recuerdo que cuando publicaron 'Todo ese el momento', su sexto disco, los felicitaron por haber publicado al fin su 'segundo' álbum. En los años noventa la redundancia se entendía como coherencia, y la variedad como dispersión. Pero ellos habían crecido y llegado ya ese segundo estadio, en el que el fundamentalismo de la ortodoxia juvenil ya no existía (¡quién les hubiera dicho a los Mutantes rapados como skins que iban a cantar a, y con Raphael!). Desde allí ya todo era campo libre por transitar. Esa referencia abrió su 'década prodigiosa' con una tetralogía inapelable: 'Todo es el momento', 'Las noches de insomnio', 'Náufragos' y 'El futuro'… Poker de ases ampliable al gusto de cada uno; personalmente con la caja 'Colección de singles', que resume su trayectoria previa en formatos complementarios. Por cierto, que en el asunto de los envases también han sido muy curiosos, ya que fueron de los primeros en entregar cada canción con su vídeo correspondiente y salirse de las presentaciones más estandarizadas.
En los trabajos mencionados (y en los posteriores) aparece ya un grupo muy abierto a la hora de vestir las canciones con vistosos ropajes sonoros, sin prejuicios, pero sobre todo mostraban ser ante todo 'personas humanas'. Ser unos de los nuestros. Acaso su agotadora dedicación a la música a tiempo parcial les ha permitido frecuentar el mundo real, y crecer y madurar con él, sin caer en endogamias ni el 'piterpanismo' del artisteo. Y en ese desarrollo personal, a la par que su público está su gran acierto, su sintonía con las cuitas y vidas de sus oyentes. La habilidad de saber poner en canciones los sentimientos comunitarios de un perfil humano comprometido con el devenir de la historia en general, de lossotros, de los más reducidos círculos familiares, o de los 'yoes' en particular, expresados por la garganta anhelante y turbada de Juan Alberto, en ocasiones imaginado tan bíblicamente clamando en el desierto existencial que le acerca al camino poético de un dolido Lapido (¡ Del que ya hicieron en su momento 'En tus ojos').
Se apartan, dicen, porque empiezan a notarse segregados en un panorama musical del que no comparten sus nuevos parámetros y exigencias, en el que una canción, un parto que para ellos requiere mucha energía, tiempo, dedicación y hasta dolor, vale lo que sus primeros 30 segundos. En la era del estridente 'clickbait' no queda sitio para gente como ellos. Y tampoco tienen fuerzas ni ganas para resignarse con mucho esfuerzo a un nicho de fieles seguidores que tienen y tendrían, esperando que el viento volviera a ser de popa como ha ocurrido con sus precedentes, ya que el péndulo vital en esto de la música oscila entre extremos cada cierto largo tiempo. Por eso suscriben en algunos de estos últimos conciertos la primera parte del poema del gran Gil de Biedma: «Que la vida iba en serio uno lo empieza a comprender más tarde, como todos los jóvenes yo vine a llevarme la vida por delante, dejar huella quería y marcharme entre aplausos». La huella está en sus discos, oigan esos cuatro, y la ovación… ¡Ríete tú de la de Nadal! Mutantes para siempre.
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