-k4oE-U170175305354WmD-1248x770@Ideal.jpg)
-k4oE-U170175305354WmD-1248x770@Ideal.jpg)
Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
Juan Jesús García
Domingo, 22 de mayo 2022, 10:05
Vuelven donde lo dejaron, donde clausuraron aquel año maravilloso para sus vidas, su obra y sus fieles que fue 2016. Al Palacio de Deportes. José Antonio García, siempre parco en palabras, se despidió enigmático entonces: «nos volveremos a encontrar, no sabemos cuándo ni dónde, pero cuando nos encontremos volverá a brillar el sol». Y el sol siempre sale, ya lo cantaba Raúl Alcover, ratificando aquel 'Let the Sunshine In' que hasta ayudó a parar una guerra. Y estos días, además, arde.
Ni ellos ni nadie habían previsto un ciclón con nombre de virus que detuvo nuestras vidas, también su calendario, y mira que tienen canciones tentando a las tormentas, sean físicas o interiores; así que manga por hombro todo por algún sitio había que comenzar, y lo han hecho por el final. El plan era terminar en Granada el tour de su tercera vida, pero es aquí donde arrancó ayer, una noche de Mayo más. Mes fetiche para los Cero, ya que se despidieron por primera vez en el de 1996, y veinte años después consiguieron lo que nunca antes ningún grupo de la ciudad: llenar repetidamente la Plaza de Toros con cerca de 25.000 espectadores. Sin duda es un mes talismán para el grupo.
A diferencia de otras bandas, 091 no tiene seguidores de quita y pon ni de temporada. Son fieles juramentados con años de militancia, comulgando con versos y riffs en una ceremonia casi mística. Por eso sus conciertos son tan especiales, con un plus de identificación añadido difícil de encontrar en otros eventos musicales. Se detectaba ya en los mismos alrededores del recinto ese fervor y ese respeto, así como la familiaridad de los congregados, muchos que prácticamente solo van a las presentaciones de 091, Lapido y José Antonio (¿para cuándo un festival 360º Cero, con todos más El Hijo Ingobernable?). También su civismo: nada del habitual botellón en las puertas con su nauseabundo rastro de desperdicios. Para otros, los que 'no estuvieron allí', por edad mayormente, hay un brillo en sus ojos como de estar viviendo un rito de iniciación a una leyenda que les ha contado y que ha ido sobreviviendo de mano en mano, pasándose casi envuelta en el papel de plata de la clandestinidad. De todos ellos, unos 6000 no faltaron ayer a la tan demorada cita.
La clásica sintonía de Morricone detuvo las conversaciones y los coros «¡Cero, Cero Cero!», en seco tras un buen rato de cortesía. Lo que funciona bien, no lo toques, es un clásico, y así han vuelto a recuperar al italiano de telón de apertura, que una vez corrido dejó ver sus intenciones: 'Vengo a terminar lo que empecé', una pieza que responde a muchas preguntas tópicas cabalgando sobre su trotón ritmo glam. Arranque muy resultón para un concierto de estreno, el de 'La otra Vida', cuyas canciones fueron hábilmente intercaladas cada rato entre las páginas del libreto de toda la vida previa. Como era previsible, para el escenario esas piezas recibieron su correspondiente subida de tensión, más voltaje para homologarse con anteriores y consecuentes, con sus habituales esquemas de rocanrol punzante, clásico, bebido de formaciones como Dr. Feelgood, Kinks (versión 80's) o Godfathers.
Pasan los años y sus historias quedan, crecen y tienen ángulos y significados diferentes: 'Zapatos de piel de caimán', la siguiente en sonar, concreta en unas líneas la fugacidad del esplendor juvenil en mitad de la sociedad de compraventa más implacable. Y así todas, como 'El baile de la desesperación', tercera en la serie: cambien Nerón por Putin y bienvenidos a la mortal pista de baile de hoy.
A los ceroinómanos de pata negra la incorporación de Raúl Bernal al directo les descolocó un poco ya en el En Órbita, si bien en aquella noche sus teclados parecieron atrezo y poco más ya que se escucharon con mucha timidez. Para los más receptivos era un aporte que completa, da color y enriquece la suma, sobre todo cuando el ulular del Hammond añade cuerpo y temblor, alma, a las crujientes bases guitarreras fraternales, engranadas casi genéticamente. Pero en la versión 2022 parecen haber ganado los primeros, y comparecieron sin teclados.
Si algo ha caracterizado a este grupo desde hace cuarenta años es la seriedad profesional y el rigor con que afrontan su oficio. Son infalibles y sus muchísimas horas de ensayo les ha costado. Reconcentrados en la exposición perfecta, prescinden casi de la comunicación directa, verbal, que elevaría el nivel de la temperatura emocional y la comunicación. Es su estilo. «Muchas veces es mejor callarse si no se pude superar el silencio», dijo el cantante, pero el oyente lo agradecería, y relajaría también su propia tensión escénica, que un concierto es por encima de todo una celebración participativa, una fiesta entre leales amigos.
«Amor es el momento devolver al combate», cantan con triste resignación en 'Naves que arden', y que engarzada con la matona 'Condenado' asegura largo futuro a las composiciones más recientes. Uno echó de menos 'Soy el rey', pero no parece el fin de semana más adecuado para cantarla sin segundas interpretaciones. Y como siempre, ya en aquella despedida de 2016 interpretaron, y mira que costó, (¡hasta una campaña en Facebook!), la perdida y renombrada por aclamación popular 'Venus', ahora han rebuscado hasta dar con 'De Licor y Tristeza', otra pieza inédita en directo con perfil en sierra a mayor gloria de los extremos del registro vocal de José Antonio. También más tarde, en acústico, rescatarían 'El fantasma de la soledad', otra que tal.
Precisamente el cantante del grupo pudiera ser el punto más delicado del combo, ya que ha tenido que hacer un esfuerzo monumental para recuperarse artísticamente de la secuelas de la pandemia. Fuerza de voluntad enorme que le permitió anoche, y de cara la gira, estar en un punto perfecto para los requerimientos de una sesión de dos horas y media y dos docenas de piezas al frente del grupo.
Los Lori Meyers dieron hace tiempo una serie de conciertos dedicados a cada uno de sus discos, con 091 podría suceder, puesto que siempre se quedan fuera bastantes items emblemáticos (que, sí, cada cual tiene sus favoritas, claro) y en este caso no hubo nada anterior a 1988. Pero nadie pude discutir títulos como 'Este es nuestro tiempo' (que lo sigue siendo: «presidiendo un futuro imperfecto»), la killer 'Huellas', 'La noche que la luna salió tarde', 'Tormentas Imaginarias', 'Cartas en la manga' o 'Nada es real', con su onírica marcialidad. No faltaron tampoco números obligatorios como 'Un cielo color vino', aquella desolada 'Canción del espantapájaros' hecha a medida de un colosal Pitos en una toma completamente enchufada, 'La Torre de la Vela', reciente homenajeada por Los Planetas y todo un autohit con miles de teléfonos grabando, 'Sigue estando Dios de nuestro lado' o la 'Calle del viento' para ir terminando el cuerpo principal del concierto.
Entrando ya en los finales, de casi una hora más por cierto, hubo un aplauso para los ceros ausentes: Javier García, Paco Ramírez y Alfonso Conejo, «a los que les hubiera encantado poder estar aquí hoy», comentó Jose Ignacio. Llegados a ese punto hay que quitarse el sombrero ante el punteo del menor de los Lapido que cierra 'Cómo Acaban Los Sueños', alegrase con reparos con 'Esta noche' (lo más cercano a una canción optimista que ha escrito Lapido), y bailar su revisión anticipada del siglo pasado 'Qué fue del siglo XX' ya en éste.
Y para rematar una noche, que pudiera ser entendible como una 'premier' en talla grande, dado que ahora empieza la carretera, un par de intervenciones de esas que agradecen las gargantas agotadas como dijo Fito Cabrales hace poco, porque te las cantan los de enfrente: la dramáticamente colectiva ¡Otros como yo', en la que Jacinto y Tacho se quedan solos sosteniendo las palmas al compás, y siempre el aquelarre jungle-albaicinero que es 'La Vida'. Pura vida que dicen los costarricenses, pura nueva vida, la otra.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
España vuelve a tener un Mundial de fútbol que será el torneo más global de la historia
Isaac Asenjo y Álex Sánchez
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.