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Los 091, anoche, en el teatro del Generalife.

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Los 091, anoche, en el teatro del Generalife. RAMÓN L. PÉREZ

091 en Granada

En el reino de los Cero: «¡Hoy puedo tocar la Torre de la Vela!»

La mítica banda granadina deslumbró anoche con un concierto mítico, a la vera de la Torre de la Vela, con un público entregado y fiel a la causa que coreó hasta la última de las letras. Inolvidable

Sábado, 16 de septiembre 2023, 00:01

Dicen que los fans, los auténticos fans, claro, los que se tumbaron para ver crecer la hierba, los que movían los brazos con giros extraños, los que siguen preguntando por King Kong y están hartos de llevar el mundo a cuestas y reinaron donde otros lo hicieron antes, en fin, esos fans, dicen, siempre buscan la Torre de la Vela cuando ponen un disco de 091. La música suena y ellos se orientan hacia el pico alhambreño, como el hombre lobo que intuye la luna entre las nubes o el orante que enfila a La Meca. «Hoy no tengo que imaginarla, qué privilegio», aplaudía nervioso Antonio, minutos antes, paseando por la pasarela del Generalife.

En el teatro no había público: había fans. Fans de verdad. Fieles genuinos que han visto cómo su vida ha ido cambiando, concierto a concierto, desde aquellas primeras veces bailando a destajo a sabiendas de que iban a ser jóvenes para siempre, hasta ayer, dentro del Ciclo 1001 Músicas, agarrados de la mano mientras revisaban la película de su vida y se obligaban a no mirar el móvil para preguntar al canguro por sus hijos. O, mejor todavía, saltando con sus propios niños. Porque había padres e hijos. Madres e hijas. Muchas familias al completo que hacían de la cita mucho más que un concierto. «Mi niña está evangelizadísima», sonreía Paco estrujando a su Jimena. ¿Existirá algún éxito mayor que este?

La armónica de Morricone rompió la espera y provocó una oleada de aplausos y nervios. Las luces bajas y los móviles altos, listos para disparar. Y en lo más alto de la melodía, la banda tomó puestos para enfrentar el duelo. El duelo con Granada. Un duelo injusto: sabían que iban a ganar. Y llegó José Antonio. Las gafas oscuras, el traje, el ritmo a golpes pequeños y elegantes... ¿Se puede tener más rollo que Pitos? El repertorio fue una sabia combinación –la experiencia, que es un grado– de los últimos temas de la banda con los clásicos que, de una manera u otra, todos los presentes esperaban tararear.

Lapido y Pitos, 'Dos hombres y un destino'. R. L. PÉREZ

«Hago círculos con humo, mientras pienso lo que hacer», arrancó Pitos, afirmando aquello de que, como tú, siguen estando en el laberinto. Un laberinto del que salieron como Ícaro, volando, con esa carta al cielo y al infierno: 'Sigue estando Dios de nuestro lado'. Y, poco a poco, Granada se fue levantando del asiento a hacer lo que vinieron a hacer: ser eternamente jóvenes reflejados en los brillantes instrumentos de José Ignacio, Tacho, Víctor y Jacinto. Rediós, qué noche.

Un sueño

«¡Buenas noches, Granada! ¡Estar aquí es un sueño! ¡Vengo a terminar lo que empecé!», arengó García a la tropa. De 'Zapatos de piel de caimán' a 'El baile de la desesperación', donde la chaqueta se perdió, pasando por una canción que llevaban sin tocar «desde hace muchos años». «Y la hemos rescatado para todos vosotros: 'Los cuernos del caracol'». Si en algún momento de la noche las luces del escenario se hubieran dado la vuelta, hasta la última fila, habrían visto a una veintena de corazones bombeando pasión. Ellos mandaban en cascada las olas, las mejores palmas jamás hechas y los besos.

El público, entregado. R. L. PÉREZ
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Imagen secundaria 2 - El público, entregado.

«¡Mucho Cero, mucho Cero, eh!», gritó el público, y ellos respondieron lo del suelo, la hierba y los sonidos de la tierra. Aquella, como esta, fue 'La noche que la luna salió tarde'. 'Otros como yo' –qué bien suena la palabra crisantemos–, 'Sin raíces', 'Al final' –esa armónica, ya quisiera Bob–, 'Leerme el pensamiento', 'Si hay tormenta'... Y entonces, de pronto, la estrella polar. «En los conciertos que damos por España –contó Pitos–, cada vez que cantamos esta canción, me oriento hacia donde creo que está la Torre de la Vela. Hoy no me hace falta. ¡Hoy casi la puedo tocar!».

«En los conciertos que damos por España, cada vez que cantamos esta canción, me oriento hacia donde creo que está la Torre de la Vela. Hoy no me hace falta. ¡Hoy casi la puedo tocar!»

Cualquiera podrá jurar que, de fondo, se escuchó el abrazo del público al unísono. «Me encontrarás de noche en la carretera o en lo más alto de la Torre de la Vela». Porque el duelo, dijimos, lo iban a ganar. Golpe a golpe, verso a verso, bis a bis: 'La calle del viento', 'La canción del espantapájaros' –Lapido, la guitarra; García, la armónica: piel de gallina–, 'Qué fue del Siglo XX'... Himnos de Granada y del mundo que, así conjugados, siempre invitarán a decir aquello de «yo estuve allí». Implacable. Emocionante. Inolvidable.

R. L. P.
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Este es nuestro tiempo, el de los Cero y el nuestro, de los que siguen caminando con la misma huella desde hace años por las calles de Graná. Porque Dios aprieta pero no ahoga, sabemos que esa es la verdad. «Ah, la vida, la vida, qué mala es», cantaron para despedirse, a todo pulmón, con una voz impoluta e inquebrantable. Qué mala, sí, pero qué bonito esto y qué bien se está aquí, en la Alhambra, a la vera de la Vela, abuelos, padres e hijos de la lluvia, todos juntos en el reino de los Cero.

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