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José Antonio Muñoz
Granada
Domingo, 31 de mayo 2020, 01:00
Álvaro Salvador (Granada, 1950), vive muy cerca de los límites de una Granada milenaria, tan enraizada como sus fuertes convicciones personales. Acercarse a él, como ... hacerlo a su obra, supone descubrir un territorio donde la cultura pop, la preocupación por el presente y cierta inquietud por el rumbo de nuestra barca como sociedad se cruzan. El próximo martes a las 18,30 horas presenta con el Ateneo en Zoom (Reunión 5252962905), su nuevo poemario 'Un cielo sin salida' (Colección Vandalia, Fundación José Manuel Lara).
–Una cita de Lorca para empezar, y el fuenterino presente en todo el libro. ¿Le sintió también presente cuando lo escribía?
–Sí, todo el tiempo. Lorca es para mí una referencia constante porque es un poeta inagotable como Rubén Darío o Antonio Machado o algunos otros poetas geniales. El título del libro está sacado de esa cita a la que se refiere, que precisamente es de un poema de Poeta en Nueva York, 'Nocturno del hueco', cuyo 80 aniversario celebramos en estos días. En este caso he querido hacer más patente su presencia, mi homenaje, desde el título al último poema que es muy granadino-estadounidense. Ha dado la causalidad que, tanto el título como el tono del libro, conectan bastante con los acontecimientos actuales.
–Conectar la religión con la música, ¿es cuestión de armonía?
–Bueno, no sé. Yo no soy creyente, soy más bien agnóstico, pero llegada ya una edad provecta siento bastante envidia de los creyentes porque ellos tienen consuelo ante los misterios de la vida y de la muerte. Hace ya algunos libros que intento hacer 'oraciones laicas' para, de alguna manera, procurar paliar con el bálsamo de la poesía esa carencia. Por otra parte, el poema 'Canto el canto' es un homenaje a la tradición musical y religiosa de la poesía y a algunos amigos que se me han vuelto 'místicos' con los años.
–También apela al disfrute de las pequeñas cosas. ¿La Covid-19 ha simplificado la vida en vez de complicarla?
–No, por favor. La Covid es un horror. Yo pertenezco a la generación que la pandemia está exterminando y siento que mucha gente ve este horror con demasiada indiferencia. Además es una pandemia selectiva, cosa que no había ocurrido nunca en la historia de la humanidad. No lo será, pero parece diseñada para una 'solución final'.
–Funde a Kundera, la decadencia y el tiempo perdido en 'Cristal de Praga'. ¿Uno no debe volver al lugar donde fue feliz?
–Voy a ser tópico, pero Praga es una de las ciudades que más impacto emocional me han causado, junto con Florencia y otras pocas. Cuando la conocí en un viaje de recreo con mi familia, pensé inmediatamente: «Tengo que vivir aquí». Y lo logré a los dos o tres años a través de una invitación para dictar algunas conferencias y un seminario. Viví más de un mes en la ciudad y después he vuelto alguna otra vez e, incluso, he enfermado allí. Sin embargo, el recuerdo de esa enfermedad que fue muy molesta no es desagradable. Todo eso es lo que quiere expresar el poema.
–En algunos poemas del segmento 'El canto del agua' practica una suerte de ascetismo plurirreligioso, y la religión aparece en muchos de sus poemas. ¿Qué papel ha tenido esta en la conformación de su ser poético?
–La religión es una cultura. Me da mucha pena ver que los jóvenes, aunque sean católicos, no saben quien fue Moisés o el buen José o Herodías. En fin, han perdido esa cultura. La Biblia y los Evangelios son algunos de los libros más hermosos que se han escrito y yo los tuve en la cabeza desde pequeño. Es una de las cosas buenas que agradezco a mi educación católica. Pero también he aprendido después a respetar a otras religiones y a conocerlas, y a respetar a quienes no creen en las religiones.
–¿Sigue perturbándole la mirada de la Lolita de Nabokov, aun pasada por el tamiz lírico de Darío?
–A mí sí. Debo ser tan perverso como Humbert, pero me parece que el deseo (su represión, su satisfacción, su frustración) es uno de los motores que mueven el mundo. Una cosa es que la racionalidad y la ética personal hagan que te comportes civilizada y respetuosamente con las personas, y otra que se nieguen los deseos y las atracciones que sentimos como animales que también somos. El poema, de todos modos, tiene mucha ironía.
–Critica el país de sol y playa y nula preocupación por la ecología que es España. ¿Qué le daña de este país?
–Me duele España, como diría Unamuno. Con el país de uno pasa como con la familia: hay muchas cosas que te indignan, con las que no estás de acuerdo, pero al final la quieres. Yo no soy muy patriotero. En mi mayoría de edad entendí que era mejor ser ciudadano del mundo que ciudadano de una dictadura que parecía no iba a acabar nunca. Y ese sentimiento no he podido desterrarlo después. Ni desde la izquierda ni desde la derecha me identifico con este país, pero lo quiero.
–¿Es la esperanza de un verano que nunca llega, como el de este año, la pobre esperanza del que no la tiene?
–Sí, eso me hace recordar un sentimiento que sí tengo: el de ser mediterráneo, el de pertenecer a la cultura mediterránea. Me siento en mi casa en todo el litoral mediterráneo, español y de otros países, en las islas. Y, del mismo modo, me siento tan extranjero como en Berlín al atravesar Despeñaperros.
–En algunos de sus poemas se detectan influencias de Poe, de Wilde, del gótico, que en un momento determinado tiene incluso toques gore. ¿Qué le atrae de este género?
–La literatura de finales del siglo XIX es muy interesante porque refleja extraordinariamente la primera crisis del capitalismo, de la sociedad industrial. Y crea monstruos, monstruos significativos, al tiempo que paisajes y personajes idílicos, como hacen los modernistas. El temor que tenían estos escritores a que el arte y la literatura desaparecieran tensionó su literatura de tal forma que crearon obras maestras muy aprovechables en la crisis que atravesamos ahora.
–'El fracaso de Dorian Gray', ¿tiene un destinatario concreto?
–Tiene muchos destinatarios, incluso puede leerse como un poema autorreferencial, como la misma narración de Oscar Wilde. En esa historia, Wilde hace una hipérbole del narcisismo, una hipérbole tremenda y premonitoria, porque hoy en día el narcisismo se ha apoderado de nuestra sociedad. El retrato de Dorian Gray se lo hace mucha gente en las redes, pero el problema es que, a pesar de la gimnasia, a pesar de los afeites, a pesar de la cirugía, el cuerpo y la mente envejecen y decaen.
–Acaba el libro con una suerte de 'American pie' titulado 'El día que mataron a Sharon Tate', con el deseo de que la música salve al mundo. ¿Será posible?
–Es curioso porque no había visto yo ese mensaje en este poema, sin embargo estoy escribiendo otro que se va a titular 'La banda sonora de una vida' en el que si hago ese alegato: la música contra el olvido. Este poema es un homenaje a mí mismo y a la gente de mi generación, muchos muertos y afortunadamente algunos vivos todavía, que a pesar del franquismo y a pesar de todas las trabas que teníamos, vivimos unos años preciosos a finales de los 60, sobre todo porque éramos jóvenes e inmortales como Sharon Tate.
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