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Grabado francés del siglo XVIII que describe el éxodo de los gitanos. R. C.
La noche aciaga de los gitanos

La noche aciaga de los gitanos

Raúl Quinto rescata en una novela el muy desconocido episodio de la gran redada que ordenó Fernando VI y que acabó con las gitanas encerradas en el patio del Palacio de Carlos V

Miércoles, 12 de junio 2024, 00:01

La situación que ha vivido la etnia gitana a lo largo del tiempo, las vicisitudes y las –casi siempre– malas noticias que han marcado su devenir pertenecen a un acervo marcado en muchos casos por el dolor y el desarraigo. En lo referente a nuestro país, es difícil encontrar un episodio tan terrible, y a la vez tan desconocido, como el de la llamada Gran Redada, acaecida en 1749, bajo el reinado de Fernando VI y el gobierno de facto del Marqués de la Ensenada, muy conocido por su famoso catastro, que delimitó la extensión y describió los municipios españoles. Ensenada fue durante gran parte del reinado de Fernando el hombre fuerte del Imperio. Y una de las decisiones más injustas que tomó fue la llamada 'Real Orden para la Prisión de los Gitanos'. El escritor Raúl Quinto, formado en la Universidad de Granada y profesor actualmente en la de Almería, ha ganado el Premio Nacional de la Crítica, entre otros, con 'Martinete del rey sombra' (Jekyll &Jill), donde narra este deleznable suceso.

«Además de la detención, la orden llevaba consigo una instrucción especialmente dura, que era la separación de hombres –entendiendo como tales a los varones mayores de 7 años– y mujeres, con el fin de que la etnia no se reprodujera», señala Quinto. «Además, se comete un atropello no solo contra sus vidas, sino contra sus bienes, que se incautan para pagar los gastos que al reino le iba a suponer mantenerlos».

Los hombres, más capaces para el trabajo, se convertirían en mano de obra esclava para trabajar en los astilleros reales, con el fin de reconstruir la por entonces maltrecha flota, devolviendo al Imperio español al papel de potencia naval que perdió décadas atrás. Con las mujeres no se supo muy bien qué hacer, sin embargo, lo cual fue una fuente de problemas extra en el desarrollo de los acontecimientos posteriores.

250 años de leyes represivas

Como recuerda la novela, apoyada en los trabajos previos de Sara Carmona y Manuel Martínez, fueron 250 los años transcurridos entre la primera ley destinada a erradicar la presencia de los hijos de los 'egipcianos' de la Península y esta Real Orden. Los hacedores de la primera, en 1499, fueron los Reyes Católicos. Luego, su nieto, Carlos V, reforzó las sanciones en 1539, obligando a los gitanos de entre 20 y 50 años que no tuvieran casa a pasar seis años en galeras. «Todas las leyes que se dictaron en estos dos siglos y medio tuvieron tres objetivos: uno, que dejaran de hablar su lengua; dos, que dejaran de vestir como se vestían, y tres, que abandonaran sus costumbres y tradiciones, y los trabajos con los que se ganaban la vida», señala el escritor. El culmen llegó con los últimos Austrias, cuando incluso se prohibió el uso público de la palabra 'gitano'.

A lo largo y ancho del reino, tras aquella aciaga noche, baluartes, palacios y espacios abiertos se convirtieron en improvisados campos de concentración donde los gitanos estuvieron a veces sin apenas comida, agua, ni lugar para aliviarse durante semanas. En el caso de Granada, primero se les reunió en un cercado que se improvisó en la plaza Bib Rambla, y luego se les subió a la Alhambra, colocando a las mujeres en el patio del Palacio de Carlos V y a los hombres en la Alcazaba. Luego, a los hombres se les mandó al Arsenal de Cádiz, en interminables cuerdas de presos, como mano de obra esclava. En el patio del Palacio nacieron al raso hasta tres niños en los primeros días.

Primera página de la disposición real que condenó a los gitanos a prisión. R. C.

Este episodio lo ha barrido el tiempo, como tantos relacionados con el pueblo gitano. Incluso su origen, que algunos sitúan en una ciudad de la actual India y otros en el norte de África, es incierto. «De los Borbones, los otros grandes protagonistas de la novela, lo sabemos todo. De los gitanos, casi nada, y las referencias nunca son buenas», destaca Quinto.

Oficios variados

Otro de los lugares comunes que desmiente la investigación novelada del autor de 'Martinete del rey sombra' es la variedad de los oficios que ejercían los gitanos. «No solo eran tratantes de caballos o artistas. Había personas con talleres, agricultores, curanderos, herreros... El perfil laboral era similar al del resto de la población», asegura. Todos sus oficios les fueron prohibidos por ley, empujándolos a una cierta forma de marginalidad, no adquirida por sus costumbres ni deseada en modo alguno, según Quinto. Los sucesivos gobiernos de la monarquía hispánica explotaron el miedo al diferente, un fenómeno al que la España de hoy no es en absoluto ajeno.

La gran redada fue un cúmulo de errores. Solo funcionó la chispa que la encendió. Las órdenes llegaron a todos los rincones del reino en absoluto secreto, llevadas por correos, y pillaron desprevenidos a sus destinatarios. A partir de ese momento, fue un desastre. «Se detuvo a personas que no eran de etnia gitana, pero tenían costumbres parecidas a estos, muchas veces acusados de serlo por vecinos que aprovecharon la situación para quedarse con sus negocios», dice el profesor e investigador. En cuanto a su utilidad posterior, este la califica como «parcial». Evidentemente, no se consiguió erradicar a la etnia, pero sí que se consiguió borrar en parte sus costumbres y su historia. «En España, el idioma caló se ha perdido. Su vestimenta, sus costumbres y sus formas de vida fueron igualmente víctimas de estas leyes represivas».

Raúl Quinto rescata en 'Martinete del rey sombra' el fatídico episodio. J. A. M.

El arte ha ignorado este luctuoso suceso, tanto como la historiografía oficial. Pero la historia suele gastar 'bromas' pesadas. Cuando el Marqués de la Ensenada cayó en desgracia, fue desterrado a Granada. Ricardo Wall hizo el inventario de su vivienda en la calle Barquillo. En sus pertenencias, había numerosas obras de arte. Entre ellas, 'Cristo muerto sostenido por un ángel', de Alonso Cano. El mismo que ahora, prestado por el Prado, se exhibe en el mismo Palacio de Carlos V donde Ensenada encerró a las gitanas.

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