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José Antonio Muñoz
Granada
Jueves, 27 de octubre 2022, 00:21
El director de cine y escritor gallego–salmantino Rodrigo Cortés (1973) presentó ayer en Granada 'Verbolario' (Random House), la bonita plasmación bibliográfica de la sección ... diaria que mantiene en el periódico ABC.
–No parece usted tener gran simpatía por los políticos. ¿Porque son los grandes perversores del lenguaje?
–Son, desde luego, quienes hacen mejores esfuerzos en ese sentido. En realidad, todo lo que suene a crítico parte del autoanálisis y de la observación. Conocer las propias mediocridades te permite detectar las ajenas. Simplemente, hay una mirada sarcástica a lo que nos rodea, y entre ellas está la política, pero también el periodismo.
–¿Cuándo empezamos a crear nuestro universo de palabras?
–Las palabras nos son dadas, no las creamos. Pero sí es cierto que definen nuestros límites. Y uno aprende pronto que son mucho más flexibles de lo que parecen. No en la primera infancia, cuando uno tiende al literalismo y se enfada al descubrir la polisemia, que las palabras se estiran y contraen. Pero cuando le coges el truco, descubres que ahí está su gracia, y que como los juguetes de 'Toy story', muchas veces no solo sirven para jugar, sino que juegan cuando no miramos, y en última instancia, juegan con nosotros.
–Este libro tiene unas 200 páginas. El léxico de muchos jóvenes apenas ocuparía 20, pero algunos necesitarían una exégesis de 2.000 para explicar algunos conceptos complejos.
–Espero que en este caso no, porque el concepto de 'Verbolario' parte del conocimiento previo de las palabras, o del que creemos tener. Aquí, más que definir las palabras, trato de desnudarlas, o al menos de obtener de ellas una confesión. El significado oculto de las palabras es, muchas veces, el opuesto al oficial, pero frecuentemente, cuando el lector atiende a la definición de este libro, descubre que así es la forma en que las usa en realidad.
-Cuando uno teclea su nombre en Google, aparece la curiosa pregunta: «¿Quién fue Rodrigo Cortés?». La respuesta que da es: «Quiso ser pintor, escritor y músico. Hoy lo hace todo a la vez al dedicarse al cine». Sería un bonito epitafio.
-Tengo uno más adecuado, que es «Mejor ahora». Aunque pronto será sustituido por un simple «Retweet, please».
–¿Cuáles son las palabras que más se retuercen? ¿Quizá las de amor, como canta Alaska?
–Las del juego de la política son más retorcidas que las del juego del amor, porque la política es una especie de amor pagado. Es el mismo juego, pero despojado de toda buena intención.
-¿Es David Safier la horma de su zapato? ¿Cómo fue trabajar con él en 'El amor en su lugar'?
-En realidad, no trabajamos propiamente juntos. David escribió el borrador inicial del guion, que trazaba la historia de un grupo de actores en una noche de invierno de 1942, los cuales debían representar una obra en las peores condiciones posibles, una obra que él descubrió en sus investigaciones y que de hecho se representó en el gueto de Varsovia, y a partir de ese borrador inicial escribí diversas versiones hasta la definitiva. Pero aunque no trabajáramos a cuatro manos, nuestra relación fue muy cordial, y su reacción cuando vio el borrador final fue un «HAPPY».
-Así que comparten humor, en cierta medida.
-Como mínimo, no es incompatible. Una de las cosas que hice con ese guion fue añadirle un humor más en la vena de Billy Wilder, con ese sarcasmo luminoso o ese pesimismo romántico inevitablemente divertido, pero a la vez con una hondura a veces casi aplastante. Pero reaccionó de forma complacida y poderosa a la reescritura.
–¿Alguna vez se ha sentido atrapado por sus palabras, recordando el adagio «Nunca me arrepentí de lo que no dije»?
–A menudo. Y es cuando uno aprende que puede hacer más o menos lo que pueda, mientras se ahorre las lecciones. Porque nadie es capaz de aguantar el rigor moral con el que observamos a los demás. En el mismo instante en que no das lecciones, evitas quedar atrapado por tus propias palabras.
–Los gallegos son maestros en decir una cosa y la contraria a la vez. Pero usted escribe muy claro. Será porque se mudó pronto a Salamanca.
–Para ejercer de gallego, debiera contestar que un poco sí, pero un poco no (sonríe). Tengo la llaneza sin protocolo ni anestesia del castellano, pero soy lo suficientemente Géminis como para rescatar la ambigüedad del gallego.
–'Verbolario' es un fresco social. Retrata a los ambiciosos, los rastreros, los mentirosos... En 'El infierno' de Cortés, ¿qué pecadores estarían y en qué orden?
–Estaría yo, sobre todo. El objetivo del libro no es subirse a un taburete y señalar a nadie, sino ser un espejo para todos, empezando por mí. En el fondo, como decía antes, todo parte del autoanálisis. Lo que buscas no es lanzar proclamas ni invectivas, sino parar por un instante el curso del pensamiento, crear un pequeño cortocircuito en el cerebro del lector. Que vea que el mundo se detiene un par de segundos antes de recuperar su marcha.
-En el prólogo, cita usted a algunas de las firmas que le precedieron en ABC. ¿Algún modelo entre ellos, o todos lo son?
-Si algo tiene ABC es que es un periódico de plumas, y esa es su tradición. Los grandes escritores de cualquier generación acabaron emborronando sus páginas. De alguna manera, esa es la tradición que permite soportar un formato como el de un diccionario satírico diario, que tiene que ver mucho, por ejemplo, con los movimientos de vanguardia de principios de siglo, desde Ramón Gómez de la Serna, hasta Jardiel, o los 'poscodornicescos', como Azcona, o el propio Mingote, consustancial a la definición del diario.
–¿Qué tendríamos que aprender quienes escribimos en prensa a propósito de las palabras?
–La definición de «Periodismo» en 'Verbolario' es algo así como «arte de contar lo que ha pasado como si hubiera pasado, para que parezca que ha pasado». El periodista, generalmente, llega tarde a un sitio, pregunta qué ha sucedido, e improvisa una fábula moral... (risas). No tengo ninguna recomendación que hacer; quizá, alguna malévola: en cuanto le pille el truco, el periodista puede olvidarse incluso de preguntar.
–En lo cultural, ¿se queda con el libre mercado estadounidense o con la subvención española?
–No es tan dicotómico. En el sistema estadounidense hay incentivos fiscales y de devolución de inversión, porque el cine, por ejemplo, vende su imagen como país. Hay competiciones entre estados, de hecho. En cualquier caso, lo que aconsejo a cualquiera que se dedique a la cultura es que no llore. Si alguien quiere resultar atractivo a otra persona, llorar no es la mejor manera.
-¿Cómo lleva las entrevistas? Dicen que las de promoción de las películas, por su formato y el ritmo que se les imprime, pueden ser una auténtica tortura...
-No debes verlo de esa manera, a no ser que estés muy desubicado. Las entrevistas son un buen síntoma, y tú, como entrevistado, debes conseguir que lo que haces llegue a los demás. Es cierto que a menudo contestas a las mismas preguntas, o que muchas se repiten. Pero la mayor parte de las veces son las preguntas que tú harías. Y para la persona que tienes enfrente es la primera vez, como lo es potencialmente para el lector. Y esto es lo que debes tener en cuenta.
–¿Qué palabra podría usarse para describir el lenguaje cinematográfico?
–El libro define «Peliculón» como «película que si es buena, también puede ser pequeña».
–¿«Cine» no está en el diccionario porque no cabe?
–La he enviado esta misma semana al periódico, y se publicará pronto. La definición es doble: «Sábana puesta a tender al caer el sol», y «Sortilegio tejido de asombro y espanto». Ya ha cabido, pues.
-¿Qué biografía le gustaría rodar?
-Siempre me ha gustado la figura literaria de Jesucristo. Pienso que es muy poderosa, y por eso se ha tratado de forma tan recurrente y desde ángulos tan diversos en el cine.
-Usted tuvo a Ryan Reynolds encerrado en una caja en 'Buried'. ¿Es tan majo como parece?
-Sí que lo es. Y muy educado, que es casi la definición de un canadiense. Es educado, no de manera irritante, sino genuina y muy constructiva.
-El día que los podcast tengan audiencias millonarias, ¿habremos dado un paso adelante como sociedad?
-No necesariamente. Solo si son buenos. El formato es lo de menos. El mundo no mejora porque haya más radio, sino porque haya mejor radio. Ni porque haya más películas, sino porque las haya mejores.
-¿Qué pensaría si este libro se convirtiera en un 'bestseller'?
-Lamentablemente, y de forma muy sospechosa, ya lo es. Se está vendiendo más allá de lo explicable y está lista la segunda edición. Es algo para lo que yo mismo no encuentro explicación, porque es un diccionario, por muy de autor que sea. Es decir, no es una novela. Ya me sucedió con 'Los años extraordinarios' que en principio es una novela hecha, no diré contra las leyes del mercado, desde luego sin tenerlas en cuenta, y con un personaje que no buscaba ser querido en ningún momento. El resumen de todo esto es que cuando haces lo que tú quieres, las posibilidades de éxito son muy cercanas a cero, y cuando haces lo que quieren otros, son igualmente cercanas a cero, así que mejor hacer lo que tú quieres.
–¿Cómo es su relación con Granada?
–Intermitente, y siempre demasiado breve. Para mí, es una de las ciudades más bellas del mundo, sin duda. Así que procuro encontrar siempre unas horas para perderme en sus calles.
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