El escritor y humorista gráfico Mauro Entrialgo, autor de 'Malismo'. F. P.

Mauro Entrialgo | Humorista gráfico, músico y escritor

«Algunos poderosos no son gamberros, sino sinvergüenzas»

El vitoriano es historia viva de la sátira española, y pasó por Granada para presentar su más reciente obra, un divertido ensayo titulado 'Malismo' (Capitán Swing)

Domingo, 8 de diciembre 2024, 00:00

La imagen del vitoriano Mauro Entrialgo (1965) es menos conocida que sus trazos. Quizá le conozcan quienes acuden a algún concierto de sus bandas, Fat Esteban, Esteban Light o Tirexitone. Sin embargo, sus dibujos son historia viva de nuestro humor gráfico, en cabeceras como El ... País, Diario 16, El Víbora, Cinemanía o Interviú. Ahora, mantiene una página semanal en El Jueves. Entrialgo pasó por Granada para presentar 'Malismo', un sesudo y a la vez divertido ensayo sobre lo buenos que son los malos, publicado por Capitán Swing.

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¿Todos los malos fueron alguna vez buenos? Lucifer fue el ángel preferido de Dios...

–Ya, pero el maniqueísmo, ese lugar común de que los buenos hacen el bien y los malos hacen el mal, es un concepto equivocado. La mayoría hace a veces cosas buenas y a veces cosas malas.

¿El malismo es una consecuencia del buenismo, o existe 'per se'?

–No lo creo. De hecho, el invento de la palabra 'buenismo' para estigmatizar a quienes tratan de hacer buenas acciones, independientemente de que el resultado sea positivo o negativo, proviene del malismo, aunque este no tuviera nombre.

Cuenta el caso de fray Junípero, quien mutiló a un cerdo vivo para dar un capricho a un pobre.

–Así es... (risas). Es el perfecto caso de una buena persona que trataba de hacer una buena acción pero a quien salió el tiro por la culata, bien por ingenuidad o por otras razones. Pienso que a las personas buenas no hay que estigmatizarlas, a quien hay que estigmatizar es al mal, y a esta estrategia actual, que yo llamo malismo, en que se presume de cometer actos malvados para obtener un beneficio.

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En eso, España es un país curioso. Hay quien se vanagloria de engañar a Hacienda, sea a pequeña o a gran escala.

–El gran defraudador, el supermalo, hasta hace unos años, no reconocía su delito hasta hace unos años porque no le resultaba beneficioso. Ahora, chulea tanto como el pequeño. Yesto es extensible a otras infracciones, porque el gamberrete de barrio, que cometía pequeñas infracciones para liberarse y hacer frente al poder, tenía cierta aceptación pública, porque no socavaba los cimientos de la sociedad. Hoy, los responsables políticos, los poderosos, sí que los socavan con sus malas acciones. Son unos sinvergüenzas aunque se hagan pasar por gamberretes.

«Soy optimista, y creo que hay más gente buena que mala, aunque todos cometamos maldades»

¿Dónde quedó el pensamiento 'rousseauniano' de que el ser humano es bueno por naturaleza pero la sociedad le corrompe?

–A eso llevamos un par de siglos dándole vueltas... (risas). Creo que en realidad hay más gente buena que mala, aunque todos cometamos pequeñas maldades. Lo que sucede es que estamos inmersos en un mecanismo que premia a quienes presumen de su maldad, y hay quien presume incluso de cometer malas acciones que no ha cometido. Es como cuando de pequeños presumíamos de haber robado un disco en Galerías Preciados, y el de al lado presumía de haber robado cuatro, aunque fuera mentira. Hoy hay políticos que exageran sus posturas porque haciéndolo saben que tienen mayor repercusión.

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O como quien dice que corrió delante de los grises y no lo hizo.

–(Carcajada) Lo dicen ahora, que está bien visto. Cuando existían los grises, no lo decían.

Hoy lo malo vende. ¿Hemos borrado la línea entre el bien y el mal?

–No creo que nunca haya existido realmente esa línea, como no existe el ecuador. Es algo que hemos estipulado, pero que es algo inventado.

Arremete duramente contra los publicistas, ¿porque son un ejemplo del deterioro de nuestra sociedad?

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–Lo cierto es que nuestra sociedad se ampara en el anonimato que dan las redes sociales para testar opciones que a veces son una barbaridad. Se ha infantilizado el discurso acudiendo a los instintos más primarios, todo con el afán de vender.

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