Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
Polopos está en lo alto de la montaña, al final de un cable desenrollado que hace las veces de carretera. Marina, vecina del pueblo, pasea por la plaza cuando le preguntan por Magdalena. «¿Perdón?», dice. Magdalena, repiten, la chica del cable. «Ah, sí, Magdalena, que está muy famosa. Venid que os llevo». En la enorme fachada blanca destaca una loseta brillante que reza así: «El 19 de diciembre de 1988 se realizó la última llamada a través de una centralita manual en España a cargo de la telefonista Magdalena Martín». «López», añade una voz sonriente tras el trastrás de las cortinas. «Se olvidaron del López. Yo soy Magdalena Martín López, la última chica del cable».
La casa de Magdalena ya no es la misma. Han tirado tabiques, ampliado cuartos y arreglado el suelo. Pero no hay nadie en Polopos que no recuerde perfectamente dónde estaba colgado el teléfono. Hasta hace una semana, en la entrada había un mueble con fotografías de la familia. Ya no. Los de Netfix le han regalado una reproducción exacta de la centralita con la que tantas horas pasó en vela. Parece una pieza de museo. Magdalena se sienta en ella como quien monta en bici después de una vida adulta atrincherado en la oficina. «Recuerdo todos los teléfonos. Todos. Me decían, Magdalena ponme con mi hija en Barcelona y yo me sabía el número».
Magdalena no tenía cuenta de Netflix y nunca había visto la serie 'Las chicas del cable'. Sin embargo, Netflix y Blanca Suárez sí conocían a Magdalena. Ella, Magdalena, llamó a Felipe González, presidente del Gobierno, desde Polopos, hace 32 años. Lo hizo rodeada de José Barrionuevo, ministro de Transportes y Comunicaciones; de Luis Solana, presidente de Telefónica; y de varios centenares de personas venidas de toda España que fueron testigos de un momento histórico, filmado por las cámaras de Televisión Española. «Todavía no me lo explico, pero Polopos fue el último pueblo de España, la última centralita manual».
Sentada en el salón, repasa las imágenes de aquel día legendario, ordenadas con mimo en un hermoso álbum de fotos. Netflix decidió contar su historia en un pequeño documental para promocionar la última temporada de 'Las chicas del cable'. Desde entonces el teléfono no para de sonar: Canal Sur, la Ser, TVE, El País... «Me tenéis nerviosa perdía», ríe. «Esto es bonito. Pero me gusta más por el pueblo que por mí. Da alegría que pasen estas cosas aquí». El ruido de una obra, muy cerca, hace que Magdalena mire por la ventana. «Son los holandeses», advierte, «los del reality que se grabó en el pueblo el año pasado, que se están construyendo unas casas estupendas. Polopos está famoso, ¿verdad?».
Magdalena fue la telefonista de Polopos durante ocho años y medio. Cada noche, sobre las once, los centros de Granada se conectaban para repasar las conferencias del día. «Se llamaba la confronta. Nos liábamos a charlar. Me preguntaban ¿qué le dicen a los de Polopos, polopeños? Y yo les decía ¡no, poloperos! ¿Y ya has acostado a los niños? Sí, respondía, y les he dado un besico». A sus 72 años sigue echando de menos la centralita, incluso cuando se enfadaba porque tardaban mucho en darle una conferencia y la gente del pueblo tenía que esperar durante horas. Había unos cuarenta abonados –vecinos con teléfono en casa– en el pueblo, así que la mayoría pasaban por allí a pedir sus conferencias. Y a veces era al revés, llamaban a Magdalena desde fuera del pueblo y le pedían que avisara a sus familiares: «Que dentro de dos horas voy a llamar a mis padres, diles que se acerquen. Y entonces yo mandaba a mis chiquillos corriendo para que avisaran a Fulanito o a Menganito», recuerda Magdalena. Aunque a ella no la llamaban por su nombre, ella era 'Polopos'. «Yo pedía una conferencia y cuando la tenían preparada me decían Polopos, al habla tienes a Barcelona o a Granada o donde fuese».
Llamar por teléfono era un acto social, un evento que vincularía a Magdalena con el resto del pueblo para siempre. «Recuerdo salir a las once y media de la noche a avisar a Irene de que sus hijos estaban esperando para hablar con ella. Granada me decía Polopos, voy a anular la conferencia. Y yo les decía no, Granada, un momentito que voy a avisarles a su casa. Granada decía que estaba loca, pero yo lo hacía. Luego Irene me traía flores». O aquella monja, sor María Rodríguez, a la que llamaba al Hospital La Paz de Madrid. «Todavía viene por aquí a darme las gracias por lo que hacía por su madre, porque la mujer escuchaba poco».
Los recuerdos van conectando con Magdalena como si fueran los cables de su centralita; podría estar días enteros reviviendo aquella época. «Nos dieron un millón de pesetas como indemnización por quitar la centralita. Y como era una empresa familiar, ni paro ni nada. Me quedé sin trabajo y me dediqué a la casa y a los niños», comenta con nostalgia. Ahora no tiene móvil y no se lleva bien con la tecnología. Una vez, en el programa 'Mira la vida' de Canal Sur, le regalaron uno, pero nunca lo usó. «No me gustan los móviles. Por donde quiera que vas todo el mundo va mirándolo, no te miran... Yo no quiero eso; no me gusta».
La última chica del cable de España nació en un cortijo, en Albuñol. Al enfermar su padre, unos amigos de Sorvilán se ofrecieron a cuidarla. «Me quedé allí hasta que me casé. Ayudaba en la casa y en la tienda, que tenía de todo: zapatería, perfumería, comestibles...». Llegó con 11 años y se fue con 30, vestida de novia. ¿Si pudiera volver al pasado, qué le hubiera gustado ser de mayor? «Maestra», responde. «De siempre me han gustado mucho los niños. Me hubiera encantado». Tiene tres hijos, José David, María Ángeles y Baldomero, a los que sentaba en la centralita a explicarles qué era cada cosa. «¿Queréis que os enseñe cómo funcionaba?».
Magdalena coloca un cojín en la silla y se sienta con agilidad frente al cuadro. «Nosotras llamábamos a la centralita el cuadro», indica. Coloca el auricular en una de las orejas y manipula el casco hasta que se encuentra cómoda. Luego repasa con la mirada cables y clavijas y, como si estuviera en una obra de teatro, comienza la función: «Albuñol, dame un número de Granada, haz el favor –pide, después de introducir uno de los cables en uno de los huecos del cuadro. Espera unos segundos y sigue el diálogo–. Lo doy, es el 555420285 –inventa–. Vale, te espero –aguanta un momento más–. Dime, Albuñol. Vale, gracias, hasta luego –se despide sonriente conforme acciona uno de los interruptores y gira una manivela que servía para llamar al abonado–». Todas las llamadas que Magdalena realizaba tenían que pasar por Albuñol, que era su conexión con el resto del mundo. Allí charlaba con María, Encarna, Cecilio y Paqui, cuatro hermanos telefonistas.
Al quitarse el auricular, Magdalena juguetea un poco más con las clavijas y con la ruedecilla del teléfono que, por cierto, le pusieron los últimos días de 1988, poco antes de que se cerrara la centralita. Los de Netflix no le dijeron nada y, para meter el aparato en casa, tuvieron que marearla por el pueblo mientras le hacían fotos. «Me llevaban en coche y no andando y yo no entendía nada. ¡¿Qué hacíamos paseando en coche por el pueblo?! ¡Era rarísimo!». Entonces llegó a casa y se encontré el cuadro y, al lado de la puerta, en la fachada, la placa: «El 19 de diciembre de 1988 se realizó la última llamada a través de una centralita manual en España...».
Emocionada con la historia, Magdalena está encantada ahora de enseñar su tesoro a todo el que toca a su puerta. «Mis hijos dicen de montar una ruta por Polopos, el pueblo más famoso de España», ríe con alegría. Luego, apoyada sobre el quicio de la puerta, junto al trastrás de las cortinas, suspira sin remedio: «La vida es más moderna y lo viejo lo van quitando, como a nosotros, que nos van quitando. Qué le vamos a hacer. Tengo un recuerdo bonito. Qué día vivió Polopos –su mirada está en otra parte;en otro tiempo–. Lo echo de menos, sí. Pero a los abonados les ha venido mejor, ya no tienen que esperar a que nos pongan una conferencia». Y cuelga.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Fermín Apezteguia y Josemi Benítez
Fernando Morales y Álex Sánchez
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.