.jpeg)
.jpeg)
Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
Metámonos en la cápsula del tiempo y dispongámonos para viajar al pasado. Primero al pasado más 'reciente' y después al más 'remoto' –todo entrecomillas porque la Tierra tiene la bonita cifra de 4,5 millones de años–. En 1972 un señor que se llamaba, y se llama, Miguel Botella, antropólogo, realizó unas excavaciones a las afueras de Fonelas. Estaban ensanchando el camino que va hacia Hernán Valle (Guadix) y aparecieron 'cosas'. Si conocen la zona, estamos hablando a unos cinco kilómetros de la Estación Paleontológica Valle del Río Fardes. Esas 'cosas' eran restos de grandes mamíferos como elefantes, rinocerontes y leones y una especie de cabaña. Todo datado hace 300.000 años. Lo que se conoce como el paleolítico inferior. Botella y su gente estuvieron excavando hasta 1978 y ahí quedó la cosa.
Ahora, casi cincuenta años después, con toda la tecnología y los avances del siglo XXI, un equipo multidisciplinar encabezado por José Solano, profesor del departamento de Prehistoria y Arqueología de la Universidad de Granada, ha reabierto esa ventana al ayer en Solana del Zamborino, un yacimiento de una enorme relevancia, ya que es de los pocos del Paleolítico que se encuentran a cielo abierto en la Península Ibérica –se pueden contar con los dedos de las dos manos–. ¿Qué están investigando? Pues básicamente cómo eran las condiciones que 'garantizaban' que aquellos hombres y mujeres preneandertales de Fonelas pudieran alimentarse y subsistir entre tanta fiera hambrienta. La palabra clave se llama 'fuego', la segunda gran revolución después del tallaje de las rocas para procesar las bestias que abatían. Recordemos, 300.000 años atrás.
Y en eso estuvieron los nueve investigadores (arqueólogos, geólogos, paleontólogos y químicos) y los alumnos del máster de Arqueología de la UGR que, entre el 29 de enero y el 16 de febrero, continuaron con aquella labor emprendida por Miguel Botella, el 'detective de los huesos'. Saben que allí hubo combustión, pero no pudieron llegar lo suficientemente bajo para obtener las evidencias que lo demuestren. «Uno de los objetivos –explica José Solano– es desvelar la secuencia estratigráfica que nos conduzca a ese momento». Y el otro gran objetivo es extraer todas las conclusiones respecto a cómo era el entorno en ese momento a partir de análisis de isótopos, fluorescencias de rayos equis e infrarrojos, susceptibilidad magnética y biomarcadores. Todo ello nos permitirá saber cómo se las ingeniaban nuestros ancestros de Fonelas para vivir hace 300.000 años. Un dato importante, los abuelos de aquel entonces apenas alcanzaban los 40 años.
Solano y sus compañeros, procedentes de universidades como las de Granada, Jaén, la Laguna, Oviedo, País Vasco, Adelaida (Australia) y Helsinki (Finlandia) y del Instituto de Paleontología Humana y Evolución Social de Tarragona, saben que la Solana de Zamborino deparará muchas sorpresas. El premio gordo –valga la expresión– sería que aparecieran restos humanos. «Probabilísticamente –aclara Solano– es muy complicado porque eran muy pocos frente al conjunto de las especies y porque tiene que darse otra circunstancia que complica aún más las cosas, que estén fosilizados y además se conserven». «En el supuesto de que diéramos con ello, sería muy difícil irnos mucho más allá de los 300.000 años», agrega. «Lo más de lo más ya sería que localizáramos piezas óseas quemadas y comidas porque entonces existía el canibalismo», dice Solano con una medio sonrisa que evidencia que estamos ante un sueño más que ante una realidad. ¿Quién sabe? En Orce, por ejemplo, sonó la campana.
Lo que está claro es que Botella halló una estructura de hogar. Y la meta ahora es descifrar cómo se las ingeniaba aquella gente. Por lo pronto, sabemos que en Fonelas había agua, condición 'sine qua non' para que hubiera especies de flora y fauna –los preneardentales que nos ocupan y nos preocupan en este reportaje eran unos de ellos–. Por allí pasa el río Fardes y en aquel momento también habría algunos afluentes, pequeñas lagunas y encharcamientos –el gran lago estaba en la zona de la Hoya de Baza–.
Una de las principales incógnitas por despejar era ¿para qué servía esa choza y sobre todo qué se hacía dentro de ella? A expensas de obtener más resultados en el laboratorio, las principales hipótesis es que fuera un refugio, un lugar donde 'cocinar' la caza, una zona donde se obtenían materias primas o un lugar para la hibridación (procreación) de aquellos grupos. Unos grupos de unos treinta individuos que se movían en función de los recursos alimenticios, que se comportaban básicamente como una gran familia que se protegían a sí mismos y los más débiles y que, físicamente, eran unos veinte centímetros más bajitos que nosotros y con un torso más ancho.
Aún queda mucho por saber sobre la Solana de Zamborino –existe un gran consenso científico en que su potencial es enorme–. Las actuaciones que se llevaron a cabo hace unas semanas estuvieron financiadas con fondos estatales del Ministerio de Ciencia y autonómicos de la Consejería de Universidades e Investigación. Pero desvelar todos los misterios de la Solana de Zamborino requiere más apoyo. Ahora solo hace falta que alguien le ponga el cascabel al gato.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Juanjo Cerero | Granada y Carlos Valdemoros | Granada
Lucía Palacios | Madrid
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.