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Edición
José Antonio Muñoz
Granada
Viernes, 15 de mayo 2020, 01:28
Trinidad Gan (Granada, 1960), ha publicado con la editorial JuanCaballos su más reciente poemario 'La nave roja'. El libro puede conseguirse bajo pedido a dicha ... editorial y en las librerías, y en él, la poeta vuelve sobre los temas que han vertebrado su inquietud expresiva:el transcurso de la vida, el amor y los sueños. La portada es del artista granadino Juan Vida.
–La nave roja' es el final de una trilogía existencial. ¿Cómo se resumen 20 años de vida en verso?
–El libro completa algo que ya inicié en los otros dos, 'Caja de fotos' y 'Fin de fuga': una indagación mediante la palabra poética de lo que sea el amor, el deseo, la pérdida de lo amado, el desengaño sentimental, la melancolía que nos producen las ausencias. En este libro están, sí, algunas de mis vivencias. No hay que olvidar que, aunque siempre que en un libro de poemas se habla de sentimientos y más de amor podría pensarse que se trata del relato fiel de la vida de quien lo escribe, nunca es tan directo el espejo biográfico que llega a mostrarse en el poema, ni en la literatura ( y esa enseñanza, que toda literatura es ficción, la debo a nuestro añorado maestro Juan Carlos Rodríguez). En esta cuestión yo suelo acudir a una metáfora sobre vida, memoria y escritura: la de un laberinto. Una mujer, o un hombre, pasan en su vida por distintos momentos y experiencias, cargados con ellos entran en ese laberinto confuso y cambiante que es la propia memoria, donde algunos hechos crecen desmesuradamente, otros quedan en sombra, estos resplandecen luminosos, aquello son arrinconados en vías muertas, algunos se nos aparecen de improviso, e incluso muchos son sospechosamente sentidos como ajenos.
–La fragilidad de la condición humana es otro de los temas recurrentes: nada más actual...
–Ciertamente, en este libro se apunta esa necesidad de reconocerse, reconocernos como seres frágiles. Y más que nunca ahora volver a reivindicar el cuidado de uno mismo y de los otros es importante. En un mundo en el que ha primado la fuerza, la arrogancia el individualismo feroz y el poder económico, cuando habíamos dado la espalda a los otros y a la Naturaleza, parece que, con esta pandemia, ella ha vuelto a recordarnos nuestra insignificancia en el orden del universo, nuestra verdadera esencia de fragilidad y la necesidad de ser comunidad, de apoyarnos los unos en los otros y construir una sociedad más acorde con la supervivencia de nuestro planeta, que será la nuestra.
–¿Qué nos quedará de todo esto, más allá de la memoria de amatista de Emily Dickinson?
–Nos quedará, después de esta terrible experiencia, la memoria tintada de tristeza de aquellos que perdimos y también un profundo agradecimiento por tantas mujeres y hombres que han arriesgado su vida y salud por nosotros durante el confinamiento. Quisiera creer que saldremos pronto de esto y que lo haremos con mayor conciencia de lo verdaderamente importante, conociéndonos más a nosotros mismos y a los otros como individuos y ciudadanos, determinados por fin a ponernos sin cicatería del lado del débil, del sometido, del diferente, y con voluntad de recuperar una libertad solidaria y una sociedad más justa y respetuoso, sabiendo ya de nuestra insignificancia como uno y nuestra fuerza en comunidad. En cuanto a mi libro, espero dejar entre los dedos del lector algo de esperanza y de pasión por la vida, ya que eso tratan de transmitir los poemas: un canto a la vida, con todos sus matices de luz y sombras.
–Las referencias al mar, al agua, ¿revelan el deseo de volver al medio de donde provenimos?
–La presencia constante del mar en estos poemas tiene doble motivo razón: de un lado, es uno de los espacios naturales que más echo de menos en estos días y que siempre me ha dado inspiración y energía (me parece una buena metáfora de la condición humana, del amor mismo, con su fiereza y calma, con la cercanía de sus orillas y su lejano e inabarcable horizonte) y de otro lado, enlaza con mi primer libro 'Las señas del pirata', que vendría a ser como el prólogo de esa trilogía de poética amatoria a la que me refería antes ( y desde ahí vuelvo a recoger además los ecos de un libro que para mí fue trascendente, 'Troppo Mare' de Javier Egea, poeta que siempre me acompaña).
–Y hablando de compañías, ¿qué música ha acompañado la génesis de 'La nave roja'?
–Mi rutina de escritura tiene siempre música de fondo, y quizá en este libro resuena algo de las sonatas de Beethoven, las 'Variaciones Goldberg' de Bach o las piezas pianísticas de Satie. Pero también hay mucho de la corporalidad sonora de Piazzolla y lo que de ritmo marítimo tiene el buen jazz.
–Otra de las constantes en el libro es la referencia a la tela de araña. ¿Qué le evoca?
–Creo que esa imagen de la tela de araña me surge al enfrentar las cuadrículas vitales que a veces nos aprisionan y en las que nos dejamos atrapar inconscientemente, sobre todo como mujer cuando he visto que se nos impone una determinada manera de pensar y sentir las relaciones de pareja, los roles del amor, la apreciación del propio cuerpo y de nuestra sexualidad. Es una telaraña que nos envuelve desde la edad más joven conformando una construcción de nuestra identidad de mujeres segada y dócil, que nos llevará quizá toda la vida ir apartando.
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