
José María Pérez Zúñiga | Escritor y profesor
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José María Pérez Zúñiga | Escritor y profesor
«El régimen de Franco solo está en la cabeza de unos pocos»José María Pérez Zúñiga une a su condición de escritor, con una producción ya larga y prestigiosa en varios campos, la de profesor universitario. A ... cuatro manos con el ahora director del Centro Andaluz de las Letras, Justo Navarro, ha publicado 'La carta robada' (Anagrama), un opúsculo en tamaño pero denso en contenidos, en torno a la Constitución, de cuya aprobación popular se cumplen hoy 45 años, y el proceso de su creación.
–¿Por qué su libro se llama 'La carta robada'?
–Es un guiño que Justo Navarro y yo hacemos a la obra de Poe, que, si recuerda, cuenta la historia de una carta que había desaparecido y sin embargo estaba a la vista de todos. A veces, lo más evidente resulta invisible. Hemos realizado un paralelismo entre esta obra y la Transición y el origen de la Constitución, de la que hoy parece querer hablar. Analizamos los textos legales que dieron marco a la realidad política que hoy vivimos y que explican la conversión de un Estado autocrático, centralista y confesional en un Estado democrático, descentralizado y aconfesional.
–¿Cuáles fueron las claves de la génesis de la Constitución?
–La Constitución española es el resultado de un proceso de reforma política que permitió pasar de un sistema dictatorial a otro constitucional sin que se produjera una ruptura o solución de continuidad en la validez del ordenamiento y manteniendo la restauración de la monarquía decidida por Franco en 1947 y al rey designado por Franco en 1969 para después de su muerte. Así que no hubo ruptura con el régimen de Franco, y creo que no se habla con suficiente naturalidad de este asunto. En este sentido, el libro no es un ataque al sistema nacido del 78, sino al contrario, lo podríamos encuadrar dentro del 'patriotismo constitucional', como diría Sergio del Molino. Ahondamos en el origen de nuestra democracia, explicando de dónde vienen sus defectos. Y todo ello desde un punto de vista jurídico.
–¿Es esta una historia de buenos y malos?
–De ninguna manera. Creo que uno de nuestros grandes defectos es simplificar las cosas y huir del necesario afán pedagógico, que, sin embargo, sí que existe en este libro. De hecho, la Transición es una muestra de cómo los 'malos' se pueden convertir en 'buenos' y viceversa. La Transición es la historia de una transformación. 'Malos' y 'buenos' tuvieron que transigir, porque el aparato coercitivo franquista siguió incólume durante la Transición, y la aprobación de la Constitución fue el paso decisivo para acabar con ese aparato.
–Se ha utilizado el término 'harakiri' para contar lo que hizo el régimen franquista consigo mismo.
–Es correcto, porque desde el punto de vista jurídico, la Ley de Reforma Política es la octava Ley Fundamental franquista, y supuso en la práctica el inicio de la liquidación del régimen. Sin embargo, es curioso que la legislación relativa a Seguridad no se derogó hasta 2007, bajo el mandato de José Luis Rodríguez Zapatero. Eso explica también por qué ha habido tanto reparo en condenar el régimen franquista en el Parlamento durante muchos años. En la España posfranquista siguieron actuando los aparatos militar, policial, judicial y administrativo de la dictadura. Y no pasa nada por explicar que ha sido así porque venimos de donde venimos. El silencio equivale a asentimiento, a decir un «aquello estuvo bien», cuando no lo estuvo tanto.
–¿Transición es transacción siempre, o al menos lo fue en España?
–En cierto sentido, sí. Hubo que renunciar a pedir responsabilidades. Hubo un pacto de ir hacia la democracia a condición de dejar enterradas determinadas acciones. De todas formas, prefiero hablar de evolución, en esta línea de defensa del régimen que nos otorgamos y que impregna todo el libro.
–Hubo que remover bastantes piedras.
–Sin duda, y las piedras que se quitaron del camino fueron las que permitieron que muchos otros fueran detrás. Hay mucha literatura al respecto. Por ejemplo, Javier Cercas explica muy bien el proceso en 'Anatomía de un instante', o la obra ya clásica de Santos Juliá. Se tuvieron que hacer muchos equilibrios, sin saber muy bien adónde íbamos. Tuvimos la suerte de contar con personajes como Santiago Carrillo, Adolfo Suárez o el propio rey Juan Carlos, que terminaron haciendo lo correcto, aunque fuera usando el método de ensayo y error.
–¿Por qué hay tanto miedo a reformar la Constitución, que ya tiene 45 años a sus espaldas?
–Creo que es una cuestión de demagogia política. Si explicamos el origen de la Constitución, que está obsoleta ya en algunos aspectos, y hay un procedimiento claro para su reforma, ¿por qué no se puede llevar a cabo? Además, hay mucho desconocimiento del articulado. Por ejemplo, con el asunto de Cataluña, sabemos que la Constitución ampara los hechos diferenciales. Hay comunidades autónomas con un trato fiscal y una relación de bilateralidad con el Estado, como el caso del País Vasco y Navarra. Yo creo que Cataluña podría entrar en ese régimen, y no pasaría nada, si se explicara bien.
–En estos momentos en que la división de poderes parece estar en crisis, ¿qué reflexión le provoca esta situación?
–Hay una simplificación brutal de la realidad desde el punto de vista político, y de la complejidad jurídica de nuestra democracia. Ese discurso catastrofista y alarmista que se está haciendo consigue restar credibilidad a la propia política y a la democracia. Necesitamos, sobre todo, más pedagogía.
–Si tuviéramos que calificar este tiempo de democracia como una novela, ¿sería negra, de intriga, de aventuras...?
–Sería negra, entendida como reflejo de la faceta oscura de la sociedad. Pero lo bueno que tendría esa novela, su parte blanca, sería la propia Constitución en sí, que es una virguería jurídica. La novela trataría de lo que no vimos hasta que se consiguió alcanzar ese soberbio resultado. Un lema válido para la Constitución y para España es el de la Unión Europea, «unidos en la diversidad».
–El régimen franquista, ¿permanece hoy en algún lugar?
–Solo en la cabeza de algunos. Vivimos en una democracia plena, aunque siempre mejorable, y quien no quiera verlo simplemente está haciendo un discurso demagógico que se utiliza para asustar.
-¿Cómo ha sido el proceso de escritura con Justo Navarro?
-Pues un trabajo a cuatro manos enriquecido a base de conversaciones, correcciones y alguna cerveza. Justo Navarro es un amigo y un maestro, por lo que he disfrutado y aprendido colaborando con él.
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