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F. Martínez Perea
Sábado, 1 de junio 2024, 00:43
La de ayer, viernes de feria, con David Fandila 'El Fandi', sustituto del alicantino José María Manzanares, baja por una neumonía vírica, Andrés Roca Rey, Pablo Aguado y toros de Victoriano del Río era, sobre el papel, una apuesta a caballo ganador. La habitual entrega ... y garra del granadino, auténtico gallo de pelea, la raza descomunal y todo lo demás del peruano, que es mucho y bueno, y la torería del sevillano estaban llamados a regalar a los aficionados una tarde redonda, de esas que sirven para poner en valor que en el toreo caben todos los conceptos artísticos y que cuando esos conceptos diferenciales afloran en su máxima expresión el espectáculo se enriquece y el público lo agradece.
Para que El Fandi, Roca Rey y Aguado pudieran brindar lo mejor de sus respectivas tauromaquias era necesario que los toros del ganadero madrileño hicieran honor a su bien ganada fama y la verdad es que, aunque con ciertos matices, carecieron la mayoría de ellos, excepto el gran cuarto, de la raza necesaria para que las faenas alcanzaran la plenitud perseguida por sus matadores y los triunfos llegaran de forma rotunda.
Triunfo que se produjo en el caso del ídolo local, de forma parcial con su primero, manejable y con buen fondo, pero sin apenas transmisión. El matador de toros de la tierra, triunfador indiscutible el jueves junto a Enrique Ponce en la corrida inaugural, no es torero que guste de improvisar ni inventar nada en la cara del toro, aunque sorprenda en ocasiones con concesiones artísticas que suelen glorificarse en otros intérpretes. Estructura perfectamente sus faenas y casi todas ellas responden a un mismo patrón, pero cuando logra el necesario acople y da rienda suelta a su sentimiento artístico, que lo tiene, el impacto es grande, como quedó demostrado con el cuarto.
Ayer El Fandi manejó el capote con elegancia y variedad –imponentes las largas cambiadas, las verónicas y las chicuelinas de recibo al que abrió plaza– y, tras un tercio de banderillas espectacular, con la muleta cinceló una obra de mucha enjundia apelando siempre a la ligazón y al temple. Las series con la derecha tuvieron calado artístico y sabor y torería los naturales los pases de pecho y las manoletinas que macizaron su labor, mal rematada, cosa inhabitual en él con la espada, lo que le hizo perder algún trofeo.
Con el cuarto, un astado bravo y de extraordinaria fijeza, el granadino salió a revienta calderas. Volvió a lucirse en el recibo capotero, lo hizo también con los palos –sensacional un cuarto par por los adentros– y con la franela firmó una faena variada de largo metraje, con picos de enorme sabor y pasajes de intensidad máxima. El toro se arrancó de lejos, el granadino le puso ganas a raudales, se fajó con su oponente, lo lució y terminó por torear a placer, con largura, hondura, gusto y sentimiento. La estocada entrando a ley de efecto fulminante tras pinchazo en todo lo alto, le puso en sus manos las dos orejas y le permitió sumar su puerta grande número 53 en la Monumental de Frascuelo, cifra que no tiene parangón ni en la historia del toreo de Granada ni en la de cualquier otra plaza del orbe taurino nacional e internacional.
Lo de Roca Rey es algo que solo se explica aplicando los parámetros de lo realmente excepcional. El diestro peruano ha asumido el mando absoluto con plena conciencia de lo que ello implica: entrega máxima, responsabilidad y sacrificio. Y parece que no le pesa el reto, sino más bien todo lo contrario. Porque Roca Rey, hoy como ayer, cautiva, impacta, sorprende, apabulla y cuesta adivinar, por su derroche de valor y firmeza, dónde está su techo. Ha sabido adobar su raza insultante de figura con las cualidades de otros toreros con patrones diferentes. No hace tremendismo, pero es tremendo en el fondo y las formas. Torea con finura y elegancia, es puro y profundo en su versión más ortodoxa, sobrecoge por los terrenos que pisa, tiene una tauromaquia rica y, además, coquetea en sus faenas con esos límites que suelen ser barreras infranqueables para muchos y pura rutina para él.
El recibo capotero a su primero no fue brillante por la escasa colaboración del toro, pero sí lo fue el quite por tafalleras, toda una propuesta de intenciones. Y lo fue aún más el inicio muleteril, por alto pese a que toro, como el que abrió plaza, no terminó de entregarse y embistió a regañadientes. Después, circulares, derechazos, naturales, de pecho y remates de mucha torería, pero sin la ligazón necesaria. Faltaba la rúbrica con la espada y el peruano, como antes El Fandi pinchó en dos ocasiones antes de cobrar la estocada definitiva.
Quedaba por ver si el rey Roca era capaz de resarcirse con el quinto y pronto se despejaron las dudas. El mismo afán, el mismo valor, la misma ambición y, para decepcion de los espectadores, el mismo toro deslucido de su primera faena en versión corregida y aumentada. Quiso más que pudo el peruano y la afición se quedó con la miel en los labios. La certera estocada le permitió cortar una oreja. El rey, pese a todo, sigue en su trono y sin merma de crédito. Ya saben aquello de que el hombre propone, Dios dispone y el toro descompone.
Pablo Aguado tenía reservado un papel más alejado de la vorágine, pero más cercano al gusto de los puristas, de todos esos aficionados que buscan en el arte más puro otro tipo de emociones. El sevillano, que es torero de caricias y pellizcos, tiene el don de la facilidad, de la simplificación y de la sencillez. Su propuesta es tan nítida como su forma de hacer las suertes. Todo parece natural con el capote y la muleta en sus manos y todo surge espontáneo, sin alharacas ni artificios. Sus dos faenas estuvieron en parte condicionadas por el juego de sus toros, un primero noble pero justo de fuerzas y un segundo con más transmisión y poder, aunque algo bronco, pero su labor, de mucho ajuste y sentimiento, caló en los tendidos. Aguado entendió bien a sus dos oponentes y con ambos logró momentos de acusada torería. El capote fue pura seda en las verónicas de recibo y las series con la muleta, con el que cerró plaza,un canto a la armonía y la belleza, algunas de ellas con el arrebato típico de ese toreo sevillano de esencias que tan bien encarna este diestro.
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