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Dominque Roques, escritor francés y proveedor de recursos para la industria del perfume. Siruela
La sangre eterna de los árboles
Libros y medio ambiente

La sangre eterna de los árboles

Dominique Roques explora el vínculo milenario entre humanos y árboles atrapando en un libro todos los aromas de bosques inmortales / «Los árboles poblaban la Tierra 370 millones de años antes que los humanos, y aquí seguirán si desaparecemos»

Viernes, 4 de octubre 2024, 17:12

Talando árboles con su padre aprendió a amarlos y se impregnó de sus aromas. Su privilegiado olfato convirtió a Dominique Roques (París, 1953) en cazador de esencias para la industria perfumera. Una nariz de oro que lleva más de tres décadas olfateando unos bosques en los que comprendió la profundidad del vínculo entre árboles y humanos. La explora en 'El aroma de los bosques' (Siruela), libro que huele a palo santo, benjuí, resina, humus, musgo o serrín.

Conoce como nadie los peligros de deforestar nuestro frágil y herido planeta, pero es optimista. «Los árboles poblaban la Tierra 370 millones de años antes que los humanos, y aquí seguirán si desaparecemos», vaticina. «Nosotros pasamos un breve instante en la Tierra y los bosques representan la eternidad; al destruirlos, la humanidad se pone en peligro, pero los árboles renacieron en Hiroshima y en Chernóbil y antes cubrieron la civilización maya. Los bosques son inmortales», se felicita Roques.

En tono poético y con amable erudición, entrevera en las aromáticas páginas del libro experiencias personales y sus vastos conocimientos arbóreos sobre distintas culturas y épocas. Se remonta al legendario cedro del Líbano que taló el rey Gilgamesh, que inauguró hace casi 5.000 años «la era en la que el hombre se siente dueño de la naturaleza y pasa de vivir del árbol vivo al muerto». «La civilización del metal comenzó a matar a los bosques, masacrados cuando cambiamos el hacha por la motosierra. Hemos talado la mitad del planeta en poco más de un siglo», lamenta Roques, leñador en su adolescencia junto a su padre, introductor y vendedor de motosierras en Francia.

Portada del libro. Sieruela
Imagen - Portada del libro.

Se maravilla Roques con los milenarios bosques californianos con secuoyas gigantes de 120 metros, víctimas en su día de la fiebre del oro. También con los hayedos europeos, supervivientes a las glaciaciones pero esquilmados por el furor de la industria carbonífera. «El olor de la sangre de los árboles no se olvida», dice evocando el palo santo del Paraguay –«cuya salvación reside en el perfume de su maravillosa sangre azul»–, el bálsamo del Perú, el benjuí de Malaca, la goma y las resinas del cedro libanés y el humus que alfombra el bosque.

Palma arrasadora

Lloró al ver en Borneo millones de hectáreas de bosque arrasadas para cultivar palma aceitera: «Un crimen para nosotros y un milagro para sus cultivadores». «En la Amazonia, en el Chaco paraguayo, en el Congo o Indonesia prima el desastre y hay que ser pesimistas, pero en el Norte de Europa y América ya plantamos más árboles de los que talamos», destaca. «En el trópico hay palisandro, palo de rosa, ébano, teka, okume e iroko, pero los botánicos aún no conocen todos sus árboles», dice.

«Pinos, abetos, cedros, enebros, cipreses o eucaliptos son depósitos inagotables de perfumes», agrega el proveedor de recursos para un gigante de la elaboración de fragancias y aromas, que ya compartió los secretos de su privilegiada nariz en 'El buscador de esencias'. Hablaba en su primer libro de la jara que descubrió en Huelva y su «mágico» olor que perfuma Andalucía, del incienso que desde hace cinco milenios se recolecta en Somalia, Yemen y Omán de árboles como la boswellia sacra y otras burseráceas.

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