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Un momento anoche del espectáculo del coreógrafo Manuel Liñán, Premio Max del Público este año. Alfredo Aguilar

Siguen siendo bellas

El bailaor Manuel Liñán presenta su obra '¡Viva!' en el teatro del Generalife

JOrge Fernández Bustos

Granada

Martes, 4 de agosto 2020, 01:39

La hermosa luna de agosto contempla la última propuesta del bailaor y coreógrafo Manuel Liñán y sus chicos/as en la segunda entrega de Lorca y Granada de este año con su obra '¡Viva!', Premio de la Crítica en el último Festival de Jerez y ... recientemente Premio Max del Público en 2020, que estará en escena en el teatro del Generalife hasta el próximo día 12. Con su estreno mundial en Granada, en el pasado Festival de Otoño, ha recorrido escenarios de todos los rincones recogiendo no más que elogios y parabienes. En aquél entonces definía el espectáculo en este mismo periódico como «un grito de afirmación y de celebración con el que el autor le da una vuelta de tuerca a su trayectoria y transgrede de manera coherente y ejemplar todos los convencionalismos». Y es que Liñán y sus seis compañeros (Manuel Betanzos, Jonatan Miró, Hugo López, Miguel Heredia, Víctor Martín y Daniel Ramos, estos dos últimos cedidos por el Ballet Nacional), practican una suerte de travestismo para reivindicar la estética del cuerpo y del ser humano por encima de géneros y roles. Otra característica de '¡Viva!' es un humor fino que se marca en las transiciones entre pieza y pieza o en alguno de los temas específicos concebidos a propósito para provocar la risa del espectador y restarle rigor a la propuesta.

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La función está dividida en tres partes reconocibles. La primera, a manera de presentación, pone las cartas sobre la mesa y expone la intención del espectáculo. En la segunda parte, cada cual muestra su forma de sentir, su personalidad, en un cuerpo travestido, con memorables solos de cada uno de los bailarines. La parte final, más coreográfica, está marcada por la fiesta y la exposición de la verdad por encima de estereotipos. No solo el cuerpo de baile viste de mujer, sino también, cuando se precisa, el resto de los músicos, es decir, Francisco Vinuesa a la guitarra y composición musical, David Carpio y Antonio Campos al cante, Víctor Guadiana al violín y el percusionista Kike Terrón. Buena labor entre todos.

El espectáculo comienza con un gemido prolongado de los dos cantaores bajo la queja del violín que se convierte en saeta terminada por fiesta y que sirve para presentar a los protagonistas de la noche con sus vestidos multicolor, dando paso a las diferentes escenas. El jolgorio, las chuflas y las risas, como de carnestolendas (que acompañan hasta el final), evidencian esa comicidad anunciada. No obstante, sin el rigor y el trabajo que conlleva, la obra correría el riesgo de caer en chabacanería. Todo lo contrario, la calidad coreográfica, el baile individual y el dominio del espacio están más que conseguidos.

Reivindicación

Se acometió el 'Vito' y otras populares hasta desembocar los cantes de caravana, que cantara El Lebrijano en 'Persecución' en los años 70, antes de que sonara la 'Canción del ole', popularizada por Sara Montiel, con una estimable coreografía elevada sobre tres bancos móviles que recorren el escenario como único atrezo. Continúa el espectáculo con el poema 'El mariquita se peina' de García Lorca, toda una reivindicación a ritmo de bulerías que recuerdan al 'Anda jaleo', seguido de una explicación del duende con solo de percusión. Los fandangos terminan en soleá por bulerías, que se rematan a capela para introducir el fantasioso taconeo de Hugo López en tres dimensiones. De los tangos pasamos a un mano a mano de escuela bolera, exponiendo un paso a dos exitoso.

Una rumba del inmortal Bambino ('Voy a perder la cabeza por tu amor') precede a unos cantes mineros de corte morentiano, que culminan en tangos del Camino e igualmente de Morente, interpretados por Liñán a solas donde despliega todo su arsenal y demuestra la vigencia del Premio Nacional de Danza que obtuvo el 2017.

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Termina el espectáculo con unas cantiñas que baila todo el elenco con bata de cola y mantón en un derroche de luminosidad y alegría, en los que hay paso a dos y otras propuestas corales, antes de dejar a Manuel a solas con el vestido en las manos como saliendo de su sueño. La conclusión final y realista es de esperar: todos los actuantes a boca de escenario se van desmaquillando y desprendiéndose de los atributos de mujer para concluir una vez más que lo importante es el contenido y no el continente.

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