Gerardo Rodríguez Salas | Poeta
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Gerardo Rodríguez Salas | Poeta
«Antes, la soledad era silencio. Ahora es el ruido de la tele»Gerardo Rodríguez Salas (Granada, 1976) es uno de los autores con mayor sensibilidad del panorama poético granadino. Su más reciente obra, 'Los hilos de la infamia' (Valparaíso) da que pensar a quienes cada día vivimos en la telaraña del mundo, sin quizá saber qué papel ... realmente ocupamos dentro de ella.
–Hoy parece que todo está tejido, que hay un hilo invisible en nuestras vidas, que no vemos hasta que nos sentimos atrapados en él.
–Realmente, es el punto de partida de este libro. Ángeles Mora dice en la contraportada del libro que la infamia es mucha, y sus hilos, invisibles. Quería acercarme al concepto de infamia, esa maldad que nos caracteriza como raza, y jugar con el concepto de poder, a partir del mito de Aracne y Atenea. Aracne decidió retar a Atenea, diosa del tejido, e hicieron un duelo para ver quién hacía los mejores tapices. Mientras que Atenea hizo una alabanza de los dioses, Aracne tejió una tela donde denunciaba su abuso de poder. Me traigo el mito a situaciones actuales, que ponen en peligro nuestro 'statu quo' vital, como el ataque al Capitolio de EE UU. Trato de reinventar esa historia de poder, y desde ahí, tejer una tela de araña alternativa, que en lugar de atrapar con esos discursos de poder, se teja desde la concordia y la democracia. Que los lectores se sientan abrazados por este hilo, pero con libertad suficiente para salir de la tela.
–¿Tenemos claro que a veces nos creemos arañas cuando en realidad solo somos moscas?
–Así es, jugamos a arañitas, pero somos moscas, efectivamente, atrapadas. Estamos entrando en un periodo en que la empatía se ha perdido, nos vemos atrapados en unas redes en la que estamos jugando a arañas, pero a la hora de conectar con los demás, aunque parezca que estamos más cerca, estamos más lejos que nunca unos de otros. La araña que yo muestro es muy concreta: sus hilos salen del cuerpo, y los tejidos que crean son de abrazo, no enlaces vacíos.
–¿Hilamos sin darnos cuenta, o lo hacemos a posta?
–De las dos maneras. Vamos tratando de hilar lo que se espera que hilemos, determinadas urdimbres que se nos imponen desde fuera. Si liamos algo alternativo, para lo cual necesitamos estar conectados con el resto del mundo, de forma casi inconsciente estaremos creando una realidad distinta.
–¿Las redes sociales nos han convertido, con nuestra aquiescencia y aplauso, en algo que no somos?
–Eso es parte del juego. Pienso que el libro tiene muchos niveles de lectura. Lo que sugiere al lector lo puede adaptar a su propia vida, y también puede motivarle un 'reseteo' desde el propio juego, algo que es muy posmoderno. Podemos jugar con la ironía, con la adaptación a la realidad que queremos representar. Aquí incluyo desde los clásicos a figuras disidentes, como Cher. No hay una única voz, sino una voz colectiva, nosotras, vosotras. No hay héroes ni heroínas, ni antihéroes o antiheroínas. La cuestión es lanzarse a la tela de araña, y verse envuelto en ella. Entiendo que este no es un libro fácil, pero sí es el que quería escribir.
–¿Es la inmigración el alimento más prescindible que entregamos a la araña que nos gobierna?
–Sí, de hecho, en el poema que dedico a Europa, ese ente hostil y deshumanizado, señalo a los inmigrantes como elementos prescindibles. Es una sensación de cuerpos que no importan, con la biopolítica como fondo. Cuerpos que son parte del proceso natural de una sociedad que se reajusta y prescinde de los más débiles. Para mí era fundamental traerlo a colación y mostrar ese espacio que en muchas ocasiones no queremos ver. El libro, con todo, presenta otras disidencias: cuerpos de mujeres y niños abusados, el colectivo LGTB, considerado a veces monstruoso, cuando quizá los monstruos podemos ser nosotros.
–Hay que leer el libro con Google al lado, para saber que es el CRISPR o qué es un hanzi.
–Yo busco saturar, de alguna forma, al lector, con el juego de las referencias y los idiomas, que crean una multiplicidad de voces. Quiero mostrar una universalidad de hilos entrelazados. Para entender lo que nos pasa hay que ver qué ha ocurrido antes en Australia, Japón y África, porque no son fenómenos ajenos a nosotros. Me interesa que mis lectores sean activos.
–Londres y Nueva York, ciudades que aparecen en el libro, ¿son telas de araña gigantes?
–Lo son. Por ambas me he movido, y he pasado temporadas, sobre todo en Londres, por cuestiones relativas a mi tesis. Elliot hace un listado de ciudades que están en pie, pero derruidas por dentro, donde viven millones de personas, pero la soledad impera, así como la ruina moral. Son grandes telas donde sus moscas están solas. Precisamente, dedico un poema a reinventar toda la presión imperialista ejercida por la Commonwealth, con la tradición artúrica y el poder de la lengua inglesa, para destrozarlo, con un ritmo anfibráquico, triunfal, irónico para lo que el poema dice.
–Gracias a usted, hemos descubierto que las cigüeñas crotoran. ¿Qué otros sonidos no hemos escuchado aún o no queremos escuchar?
–En este libro hay muchas aliteraciones, mucha repetición de los sonidos en un verso para otorgarle sonoridad. Se generan sonidos diversos, a veces muy corpóreos, pero también está el sonido de la soledad. Antes, la soledad era silencio; ahora es el ruido de la tele. Por eso la ponemos al llegar a casa. Con todo, si en el libro hay un sonido que impera, es el de la infamia.
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