Mercè Ocaña Fernández
Sábado, 24 de agosto 2024, 00:08
Acaban de apagar las luces. Ya se han ido todos. El último ha cerrado la gruesa puerta tras de sí –con poco tacto, por cierto– y ha echado doble vuelta de llave. Qué absurdo, como si fuera a escaparme. Con lo bien que se está ... aquí, en apacible silencio. Eso sí, empieza a hacer un poco de frío en este lugar. Pienso quejarme al responsable de la climatización. Mañana mismo, si encarta. De no ser porque no tengo fuerzas ni para levantarme, aprovecharía este rato de soledad y oscuridad tan oportuno para ultimar un trabajo que he dejado inconcluso…
Publicidad
¡Un momento! ¿Dónde está? ¡No la llevo al cuello! ¿Quién la ha cogido? Que nadie se atreva a dispararla. Ella sólo conoce el tacto de mis manos, mis hombros, mi nuca. Conozco su tamaño, su peso, su robustez. ¡Devuélvanmela, es mi fiel compañera! La heredé de mi abuelo. Y él, a su vez, de una joven alemana que conoció en los tiempos de la guerra, una chica llamada Gerda…
Desde bien niño, me fascinó ver a mi abuelo Alfredo trabajar. La magia de esa primera imagen latente tomando forma y surgiendo lentamente, me cautivó por completo. El abuelo fue pionero en su pueblo alpujarreño en un tipo de oficio novedoso en la década de los cuarenta. Tuvo su propio estudio en casa, en una pequeña sala donde montó la escenografía necesaria, y allí iban todos sus clientes, que venían a ser los más pudientes de la comarca. Aunque también quiso compartir su arte con los desfavorecidos, y que hasta la gente más mísera tuviera en el bolsillo un trocito de papel con su retrato impreso, como recuerdo innegable de su paso por este mundo. Así que a menudo teníamos una cola de chiquillos churretosos sentados en el poyete de la puerta, esperando a que Don Alfredo los situara frente a su objetivo y les contara cualquier chascarrillo, para que esbozaran una sonrisa. Como si sonreír durante un instante les abriera las puertas de la felicidad eterna o les llenara el estómago de algún modo.
Tras años de aprendizaje en el cuarto oscuro, entre cloruro de plata y ácido acético, con el mareante olor a hidroquinona impregnado por doquier, llegó mi momento de hacerme cargo del negocio familiar. Compaginé la labor de estudio –de retratar rostros en primer plano sobre fondo blanco, para documentos de identidad o pasaporte, orlas escolares o recordatorios de comunión– con la cobertura de eventos sociales en que la gente se vestía de veintiún botones. Pero esa tarea llegó a aburrirme bastante, salvo que ocurriera algún imprevisto irrisorio, como que un invitado pasado de rosca acabara con la cabeza metida en la tarta de cinco pisos del banquete nupcial.
Publicidad
Un cálido y veraniego día de fuerte viento de poniente, paseando al atardecer por la costa, decidí que si iba a seguir dedicándome al noble arte de escribir con luz, quería poder desempeñar mi profesión de modo más creativo. Así que pasé a trabajar en exteriores, al aire libre, en contacto directo con la naturaleza. Mi yo aventurero se puso en marcha; rescaté un viejo sombrero panamá, los prismáticos olvidados en un armario y me eché la Leica al cuello. Empecé a recorrer el litoral, siguiendo la ruta de los faros. Las vistas al Mediterráneo son espectaculares; se divisan los acantilados escarpados, las torres vigía y atalayas que, siglos atrás, sirvieron para defender las costas de los piratas berberiscos. La brisa marina es muy inspiradora. Observar el vuelo de las gaviotas, patiamarillas y picofinas, o avistar cormoranes en el momento justo de entrar al agua a buscar pececillos, se convirtió en una nueva afición altamente satisfactoria. Jugar con las perspectivas, las luces, las sombras; utilizar el gran angular para captar el despuntar del sol al amanecer; inmortalizar los cielos teñidos de malva con el teleobjetivo; salir a contemplar el paisaje tras una tormenta y capturar las gotas de lluvia con el macro… ¡Qué delicia recrearse en la belleza natural que nos rodea!
Henchido de emoción por mis nuevas instantáneas, cada vez menos convencionales y más artísticas, una mañana, mientras me tomaba una humeante taza de café apoyado en el alféizar, se me ocurrió ir tras la pista de cabras montesas. Cogí el trípode, de nuevo la cámara al cuello, botas cómodas, y al monte que me fui. Subí hasta el faro de Sacratif y desde ahí anduve por un caminito hasta posicionarme tras unos matorrales, para ver pasar las cabras sin ser visto. Quiso mi destino, no obstante, no dejarme realizar ese reportaje de estilo montañés, pues una súbita ráfaga de viento de levante se llevó precipicio abajo mi trípode y –tonto de mí– por intentar alcanzarlo, perdí el equilibrio, di un traspié y me fui detrás, despeñándome desde el Cerro del Chucho. Las aguas del mar de Alborán nos engulleron con avidez.
Publicidad
En mi afán de emular a mis maestros, Robert Capa y Alberto Korda, y tratar de conseguir una imagen icónica para la posteridad (sí, ya sé que 'Cabra junto al faro sobre acantilado' no podrá competir nunca con «Muerte de un miliciano» o «Guerrillero heroico», pero ahí está el reto y el riesgo del fotógrafo, en probar, experimentar), en ese afán, digo, perdí la vida. Por lo menos, puedo decir que morí en mi ley y con las botas puestas. ¡Ah, 'ars longa, vita brevis'!
Y esta es mi historia, de cómo pasé a cambiar la cámara fotográfica por una cámara frigorífica. Y aquí estoy, esperando a que el forense acabe la autopsia. A ver si se apura, que me estoy quedando helado. Su ayudante se acerca y, con suavidad, me introduce unos algodoncillos en las fosas nasales. Acomoda mi cara, como si buscara mi mejor último encuadre. Pero ya no hay lentes y ópticas que me enfoquen. Ilumina mi cuerpo inerte un frío fluorescente que parpadea. En un tono casi reverencial, murmura: «Sonría, por favor».
Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.