![Sueño o realidad](https://s2.ppllstatics.com/ideal/www/multimedia/2024/08/20/Imagen%200820%20SUEO%20O%20REALIDAD-krPG-U220101650897930F-1200x840@Ideal.jpg)
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Manuel Sánchez Alfonso
Lunes, 19 de agosto 2024, 23:35
Estimado Bernabé, esta mañana como todas, la aurora se ha levantado temprano, de nuevo las tórtolas han venido a posarse en la baranda del balcón; te lo cuento porque, aunque no te lo creas, yo sigo pensando que se están enamorando, tengo la sensación de ... que cuando deciden venir desde tan lejos tal vez sea para intentar descubrir ese secreto, esa extraña emoción interior que se esconde detrás de un cortejo. No sé tú, pero en lo que a mí respecta hace ya tanto tiempo que no lo siento que prácticamente no lo recuerdo, por mucho que trato de seguir aquel hermoso rastro que algún día el amor dejó en mi memoria, y mira que lo intento, jamás lo encuentro. Tengo la ligera impresión, y lo digo sin temor a equivocarme, de que aquella niña de ojos verdes que conocí hace tantos años en la playa del poniente, como una bofetada de aire, se llevó el amor para siempre.
Te cuento todo esto porque esta mañana he hablado con Antonio; no sé si lo recuerdas, aquel periodista bajito y locuaz que siempre estaba en el candelero. Me ha informado —sigue como antes, siempre está a la última— de que una empresa del pueblo ha convocado un concurso se relatos y chico, no sé que hacer. Ya sabes que yo nunca he creído demasiado en estas competiciones absurdas, te incitan a escribir algo bello —como si a la creatividad le importase algo eso que llaman éxito— y luego, después de jugar con las ilusiones de tantos ingenuos escritores, pasa lo mismo de siempre, resulta que el premio se lo dan al primo del alcalde. En fin, tampoco es nada nuevo, se trata de otra de esas mezquindades que llevan ocultas los trueques, el pago de los favores. Así que, aquí me tienes, devanándome los sesos tratando de decidir si involucrarme en esas cosas del contar, ya sabes, esas que dirigen el mundo de los hombres, o seguir hurgando en mi memoria a ver si consigo sentir esas emociones que sienten hasta las tórtolas.
En realidad, tampoco sé con exactitud qué podría narrar en un relato que parezca tan meridianamente creíble como para que el premio, esa banal recompensa, lo reciba alguien que no sea amigo de los de siempre. Por ejemplo, he pensado que podría escribir un compendio de los pasos a seguir para salir del vehículo si uno tiene la inmensa fortuna de 'aterrizar' en un pantano, pero me estoy desanimando, no creo que este tipo de relatos sea tan seductor como para convencer a ningún jurado que tenga la decisión tomada de antemano, además, para serte sincero, estoy convencido de que si alguien se atreviese a seguir esos pasos –absténgase de abrir las puertas, no baje las ventanas, extraiga el cabecero del conductor, rómpase el cristal posterior y salga al exterior– se ahoga seguro, claro que, bien pensado, algunos necesitan estar ahogándose para aprender a nadar. ¿De qué otra cosa podría escribir para dejar boquiabiertos a esos chorizos de guante blanco? ¡Ya lo tengo! Les contaré el cuento de aquellas hermosas palomas que hasta antes de ayer se despertaban cada mañana trazando un arco en el cielo y que ahora, sí, ahora, cuando ya es demasiado tarde incluso para los reconocimientos, viven en un desierto. Espero poder contarlo con tal veracidad como para que crean que es cierto, aunque probablemente sea demasiado tarde. Verás, amigo, dice así:
Yo vivía en un valle plagado de olivos, sí, desde bien pequeño cabalgaba cada noche entre sus calles bajo esa luna gigante de junio, aún recuerdo los atardeceres cuando las sombras de aquellos árboles se dejaban caer suavemente sobre las laderas de arcilla a la hora del crepúsculo. Era un lugar tan bello, tan inefable, que tan solo de nombrarlo en estas letras temo que se ofenda al instante. Recuerdo aquellos noviembres de granizadas púrpuras, yuntas de mulas –«¡Soo, Marquesa! ¡Vamos, Capitana!»– cargadas de sacos, subiendo laderas, y gañanes en los balates recogiendo aceitunas… Aquellas mañanas de humo, chimeneas y niebla posándose en las albercas y en los barrancos. En aquellos años, en aquel lugar, todo era tan mágico. Durante los meses de invierno, cuando los charcos se helaban y la escarcha te congelaba hasta el alma, de cada plantón salía un zorzal y era raro no ver alguna bandada de perdices batiendo sus alas al alba (dulce aurora de dedos rosados). Después llegaba la primavera –joven, tierna, embaucadora– tan bella, tan verdes sus ojos de niña traviesa en aquel mar de olivos, tan enamorada de la vida, ¡tan agazapada en mis recuerdos!
Los veranos en aquellas lides también eran distintos, de parrales dando frescor en la puerta del cortijo y gatos ronroneando entre las piernas, de acequias de aguas cantarinas y luciérnagas. Añoro tanto aquellas noches infinitas —cuando el tiempo aún encontraba un instante para detenerse— tumbado en la era con ese manto estrellado crepitando allá en lo más alto y el canto cadencioso del autillo quebrando el silencio; rompiendo tus besos y mi corazón en mil pedazos.
Sí, aquel cuento era tan veraz como para llegar a creer que algún día fue real. Pero no, no es real, los cuentos nunca lo fueron, la realidad es otra cosa, la cruda realidad es una ciénaga de algo extraño que llaman Placa Solar. La realidad es un devastador desierto en lo que hasta hace cuatro días era un mar, la realidad es ver cómo corren mis lagrimas enfurecidas de rabia de saber que ya nunca jamás veré a las palomas trazar un arco en el cielo cada mañana y que tal vez las tórtolas no volverán a arrullarse posadas sobre la baranda de mi alcoba.
A fin de cuentas, a quién le importan los premios, ni las palomas, si no le salen las cuentas. Quién le va a hacer caso a los poetas ni a los borrachos, esos imbéciles melancólicos, que piensan que detrás de unas letras o un trago de vino se puede ocultar lo que no es más que un fracaso.
Buenas noches, Bernabé.
PD.: Te engañaría si no te digo que de mis ojos brota llovizna de chispas y amor. Es mi única esperanza.
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