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Marina Navas
Granada
Sábado, 21 de septiembre 2019, 01:38
Nació en Orense en 1949, pero habla y bromea en un andaluz que podría ser sevillano, cordobés o granadino. Entre los cambios de acento y bajo la mirada de quien lleva 35 años entre tablas, el cómico se sincera y expone su descontento con los ... monologuistas actuales, el panorama político y la educación teatral. El artista vuelve a Granada para presentar 'Borrajo Perdido', hoy a las 20.30 horas en el Teatro Isabel la Católica, un espectáculo de comedia improvisada en el que el público es el protagonista.
–¿Qué es 'Borrajo Perdido'?
–Es un espectáculo que pretende ir en contra de lo políticamente correcto. En contra de la tendencia de que no se puede opinar sobre nada y que si lo haces, eres un 'facha'. El humor no es insultar, es el ingenio para usar la ironía y dar la vuelta a las cosas, de cómo lo digas. El espectáculo pretende divertir y hacer pasar un buen rato. Además, como yo no soy el humorista típico que hace monólogos en televisión y me influye mucho el teatro, llevaré escenografías y vestuarios diferentes. En 'Borrajo Perdido hago menos uso de la política que otras veces porque la gente está cansada y los políticos no dan mucho de sí. Los hemos convertido en estrellas del rock y se les ha olvidado que son nuestro empleados, no nuestros jefes.
–¿Por qué ha decidido que el público tenga un papel tan importante?
–Siempre he trabajado mucho con personas en directo y ahora quería darle una oportunidad a estas nuevas modas de lo interactivo. Yo me sitúo en el patio de butacas antes de que llegue el público y ellos, antes de entrar tienen que votar en una urna (como las elecciones) el tipo de monólogo que quiere oír en el espectáculo. Durante toda la obra interactúo con ellos y esto me permite saber cómo es el público de esa noche; pero en Granada hay un problema, y es que en el Isabel la Católica el patio de butacas está bastante lejos del escenario... ja, ja, ja.
–¿Cómo le ha recibido el público en las demás ciudades?
–Estoy encantado. La gente se ríe mucho, me tendrían que pagar desde la Seguridad Social porque soy como una medicina. Y al final, cuando recito una poesía con un fondo musical de guitarra andaluza que versa sobre la responsabilidad de votar y de hacerlo con cabeza, la gente se pone en pie y aplaude muchísimo. A la salida me felicitan y me dicen cosas como «por favor no cambie» o dice usted en alto lo que todos pensamos».
–¿Qué espera de los granadinos?
–Los granadinos son muy peculiares. Como les guste algo se aplauden y se vuelven locos, pero si no les gusta no vuelven más. Son el público más serio entre el resto de andaluces, que no es que sean 'malafollás', pero sí que mantienen una distancia al principio de la obra. Están a la espera de lo que vaya a hacer el cómico y es un público muy respetuoso.
–¿Le gusta venir a Granada?
–Granada es una ciudad bellísima en la que me encanta pasear. Sobre todo en cualquier callejuela del casco antiguo que te dirigen a la Catedral sin saber cómo lo has hecho. Es una ciudad a la que le tengo mucho cariño y en la que me siento muy a gusto. Tengo muy buenos amigos gitanos del Sacromonte y disfruto mucho con ellos. Además la ciudad tiene un ambiente juvenil muy bonito y alegre gracias a la Universidad. Y por supuesto las tapas, que son como un banquete para los catalanes, ja, ja, ja.
–Volviendo a la comedia, ¿ha cambiado el humor?
–Sí, ha cambiado. El tipo de humor de antes era más machista. Luego en los ochenta la política fue un tema muy importante.
–¿Y cómo es el humor actual?
–Ahora los monologuistas han cambiado el concepto de humor para los jóvenes; hacen un humor muy autonómico con bromas muy locales, a lo que se le suma el idioma. Por eso los del norte no bajan al sur y viceversa. Pienso que este formato va a tener su tiempo y que luego pasará porque hay algunos muy malos, ja, ja, ja. Hacer humor no es coger treinta chistes y juntarlos; además, se nota mucho cuando el guión está hecho por otra persona. Por otra parte, hemos llegado a un punto que con la tendencia de lo políticamente correcto solo se hace humor político en una dirección. Lo políticamente correcto ha cortado mucho el humor con el miedo al racismo o xenofobia. Hace poco conté un chiste sobre gays y me llamaron homófobo, a mí, que crucé la acera cuando tenía quince años y no la he vuelto a cruzar más, ja, ja, ja.
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