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José Antonio Muñoz
Granada
Domingo, 19 de abril 2020, 00:53
El 19 de abril de 1980, España era un país muy distinto del que es hoy. Las calles no estaban vacías, ni los bares cerrados. Hasta cinco años antes de esa fecha, nuestro país estaba en manos de un autócrata que murió en la ... cama. La cultura se desperezaba, y la vida buscaba su sitio. Unos años antes, Horacio 'Tato' Rébora había llegado a España tras pasar por Suecia desde su Argentina natal (nació en Córdoba en 1948), y plantó su tienda en ese campo abonado para la cultura que siempre ha sido Granada. Aquel 19 de abril de 1980 abrió sus puertas La Tertulia, la primera 'red social' de las Artes, con mayúsculas, en esta ciudad.
Rébora recuerda ese día con una mezcla de nostalgia y alegría. «No teníamos ni bebidas. Abrimos con las que nos dejaron en depósito, de un bar que había cerrado. El primero en subirse al escenario fue el bandoneonista clásico Alejandro Barletta, que estaba de visita en Granada».
El fundador de La Tertulia conocía algo de la vida cultural española tras su paso por Madrid, y allí observó que la inmensa mayoría de las personas que la integraban había conspirado contra Franco, pero la democracia les había disgregado. «Abrir un bar cultural podría ser una buena forma de reunirles de nuevo», afirma. Este local de la calle López Mezquita lo consiguió rápidamente, convirtiéndose en lugar de referencia para todos ellos. Devino así en una especie de 'red social' de la cultura, en unos tiempos en que cuando alguien estaba en casa solo, lo estaba objetivamente, ya que no había aparatos electrónicos para conectar los unos con los otros. «Si alguien quería encontrar a personas con sus mismas inquietudes, debía venir al bar. Hoy, ya no entramos en un local sin saber a quién nos vamos a encontrar, quizá hemos quedado previamente. Pero entonces, se producía esa magia», recuerda.
El periodista cultural granadino Guillermo Busutil opina que La Tertulia «fue en los años 80 la Isla de la Tortuga de la progresista cultura en tango, de otra sentimentalidad cómplice de noches y de géneros transversales como la música, la plástica, la política siempre de madrugada y la vanguardia experimental de La Carpeta, que hacía de la ciudad un poema acción. Refugio, laboratorio y alcoba de besos alrededor de la cultura, de la amistad, de la vida y de Tato». La Otra Sentimentalidad nació en La Tertulia. Sus impulsores ocuparon el escenario para darle aliento y cuerpo. El poeta y profesor granadino Álvaro Salvador recuerda que «entré por primera vez de la mano de un amigo a finales de abril del 80. Durante cinco años, fue mi casa, casi pasaba más tiempo allí que donde dormía. Incluso estuve a cargo del negocio unos meses. Teníamos reuniones continuas, con Luis García Montero, Javier Egea, Juan Carlos Rodríguez, Mari Carmen Chacón… Traíamos amigos de fuera para que leyeran después de participar en el Aula de Poesía de la UGR, y se divirtieran. Hice muy pronto amistad con Tato, quien para mí, es el 80% del éxito en La Tertulia. Él supo convertir un local en una casa familiar». Salvador destaca la capacidad de Rébora para albergar a las distintas generaciones de literatos y artistas. La generación de los 90 con Alfonso Salazar, la del 2000 con Daniel Rodríguez Moya y Nieves Chillón… Hasta ahora, con la gente más joven.
La canción de autor encontró posada en La Tertulia. Al amparo de grandes como Paco Ibáñez, Krahe, Aute, Luis Pastor y tantos otros, fue creciendo una generación de 'pobres cantores', primero en torno al Núcleo de Nuevos Autores y luego del Festival 'Abril para vivir', del que el bar sigue siendo sede ineludible. El máximo exponente de ambas iniciativas, Juan Trova, vio a La Tertulia como un gigante que crecía a ojos vista: «Recuerdo, siendo un adolescente, ver desde el balcón de casa de mi abuela, justo enfrente, el letrero, que me llamaba profundamente la atención. Apostado en aquel balcón observaba la gente que entraba y salía, y sentía una profunda atracción y curiosidad por saber que era lo que ocurría allí dentro, pero mi edad no me lo permitía», afirma.
«Pasó el tiempo y cuando por fin traspasé las puertas de aquel local, mis expectativas se vieron cumplidas con creces: poesía, música, arte… Vida. Vinieron muchas noches de cantos, de amigos, de compartir ideas y pensamientos y de trasmitir lo que sentíamos. Hicimos de aquel Universo nuestro espacio vital y las canciones volaban y se expandían desde allí sin límites ni fronteras». La gente le paraba por la calle y le preguntaba: «Tú eres de los cantautores de La Tertulia, ¿verdad? ¿De los del Núcleo de Nuevos Autores?». Responde que «lo era, y sigue siendo un orgullo eso de que me reconocieran como 'cantautor de La Tertulia'. Hoy, en este confinado 40 aniversario de la que es nuestra casa, no puedo más que mandar un abrazo a todos, y desear vernos pronto».
Tato ha abierto la puerta de La Tertulia a personajes imprescindibles, como Rafael Alberti, a quien se homenajeó; a Mario Benedetti, quien hizo escala en La Tertulia durante su viaje a Granada; a ese Luis Eduardo Aute que se fue hace tan poco… Un día entró un hombre de pelo ensortijado, jondura en la mirada y gesto cabal. «No le conocía de nada. Se me presentó. Se llamaba Enrique Morente. Ahí comenzó una de las relaciones más fieles que ha tenido La Tertulia», recuerda Tato. «Enrique lo ha sido todo para nosotros; cada vez que llegaba era el catalizador de un lleno. Para sus admiradores, estar a su lado era una ocasión única». Otras fueron las de Juan Carlos Rodríguez, Javier Egea, Mariano Maresca y muchos más. «En mi reciente padecimiento del Covid-19, me he dado cuenta del inmenso patrimonio de afectos que hemos generado en todo este tiempo», comenta Rébora.
En las sillas del bar se sentó la práctica totalidad de la Generación del 50, y en la barra uno podía coincidir con Gil de Biedma, acompañado por Javier Egea y Enrique Vázquez de Sola, un habitual. O a Paco Rabal, que un día inopinadamente entró, provocando que todas las cabezas se volvieran hacia él. «Yo no conocía físicamente a Gil de Biedma, ni a Goytisolo, a pesar de haber oído su poesía en algunos recitales. Fueron algunas de las gratas sorpresas que La Tertulia me ha deparado en estas cuatro décadas».
La vida ha evolucionado con los años, como el ansia y la oferta cultural. «Antes, todo ocurría, muy raras veces se programaba. Ahora, queremos saber qué vamos a ver, no nos aventuramos tanto. Por eso, hemos creado una programación cultural estable, y cada uno tiene su lugar. Sabemos que unos días hay tango, otros canción de autor, otros presentaciones de libros o recitales de poemas… Y cada cual se acomoda donde se siente bien. Antes, el público convocaba a los artistas. Hoy, son los artistas quienes convocan al público».
Con estos 40 años a las espaldas, se abre la puerta a otros 40. Tras este tiempo, Tato Rébora puede hacer un análisis crematístico de lo que ha supuesto La Tertulia, porque ahí está la clave de su futuro. «Hoy somos menos 'canallas'. En los primeros años, una caja de whisky 'caía' en una noche. Hoy, una botella puede durar una semana. Servimos mucha más cerveza. El margen es menor. Un bar como este, hoy, no es intrínsecamente rentable. Pero La Tertulia es mi vida», Quizá no sea un buen negocio en lo económico, y por eso pueda estar en peligro de extinción en el futuro. Como al lince, habrá que buscar formas de protegerlo.
Afirma el catedrático Francisco Sánchez-Montes, uno de los habituales de La Tertulia desde sus inicios, que el médico granadino Torres Valcárcel dijo en el siglo XVII, que tratar la picadura de la pestilencia con alcohol era preciso para aplacar bien a los malos humores de la enfermedad. Dice que «La Tertulia me enredó en la noche con la vida:en ella leí 'Olvidos', escuché el bandoneón de Barletta tocar el cielo y del gran Benedetti la lección de aprender de la realidad». Allí se jugaba al ajedrez, se hacían versos, se podía uno enamorar –como le ocurrió a Ángeles Mora y a Juan Carlos Rodríguez–, se forjaban amistades inquebrantables y se oía música. ¡Qué más se puede pedir!
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