Edición

Borrar
Irene López de Castro, en la sala donde expone en el Palacio de los Condes de Gabia. J. A. M.
Tombuctú, la ciudad perdida, en Granada

Tombuctú, la ciudad perdida, en Granada

La artista Irene López de Castro, granadina de adopción, muestra una tierra que la guerra casi ha destruido en Condes de Gabia

Domingo, 27 de octubre 2024, 00:01

Pocas ciudades hay en el mundo más evocadoras que Tombuctú. Cercana, lejana, inalcanzable antes por unos motivos y ahora por otros muy distintos. Cercana para valientes como Villar Raso, capaces de ver más allá del mito para allegarnos una realidad única. Cercana para personas, como Irene López de Castro, madrileña con raíces granadinas –que se remontan a 1661– que mira al mar desde Salobreña, y quien muestra hasta el próximo 10 de noviembre en el Palacio de los Condes de Gabia su nueva exposición 'El sueño de Tombuctú', una visión del ahora convulso Sahel –por mor del fundamentalismo– con ojos de mujer y con un argumentario en el que las féminas son las grandes protagonistas. Este proyecto, tras pasar por Granada, irá a Las Palmas y luego continuará su periplo en Málaga.

«Esta exposición forma parte de mi vida. He viajado con ella y se ha convertido en mi compañera casi inseparable», afirma la artista. 'El sueño de Tombuctú' está integrada por algo más de una veintena de obras, que se exponen junto a cuadernos de viaje y alguna obra escultórica que completa el discurso de la muestra. López de Castro no solo ha expuesto en España –en la Casa Árabe de Madrid y en el Centre Artistic de Bacelona–, sino en Italia –en la emblemática Piazza Navona, en Roma, Verona y Milán–, y comenzó su historia de amor con el Sahel cuando estudiaba Bellas Artes en la Escuela de la Real Academia de San Fernando. Porque esta es, como el bolero, la historia de un amor, hacia las mujeres de esta región africana y a su papel como preservadoras del legado ancestral concentrado en la cuenca del río Níger.

No le fue fácil a la artista alcanzar la ciudad de Tombuctú, ese bastión perdido en mitad del desierto al que hoy solo se puede acceder con garantías, cuenta, a través de un puente aéreo que hace llegar los suministros a la ciudad a un precio exorbitante. Diez años tardó en poder entrar por la histórica Puerta del Fin del Mundo, que los yihadistas acabarían derribando en 2012. «La primera vez que quise llegar no pasé de un puesto de control que estaba situado a 15 kilómetros. Al año siguiente volví y me vi en medio de una rebelión tuareg por lo que tampoco pude llegar...». Todas estas circunstancias y muchas otras aparecen en el libro 'Memorias del río Níger. El sueño de Tombuctú', que se puede adquirir en la propia exposición. Cuando por fin logró alcanzar la ciudad, esta se convirtió en su modelo, ha vuelto en cinco ocasiones, y ha recorrido la región en 15. «Son ya 30 años los que he dedicado a pintar este paisaje y sobre todo a sus gentes», asegura. En el libro, reconoce con humor a la 'pequeña Irene' que con 21 años sucumbió a la pasión del desierto, y admite que su camino sería imposible sin la inspiración africana.

Retratos de mujeres plasmados por la autora. J. A. M.

«Pensar que nosotros conquistamos África es una pretensión absurda. Es África quien nos conquista. Tombuctú, en realidad, es un nombre de mujer. Buctú era una esclava anciana tuareg que cuidaba de las mercancías que dejaban los caravaneros. El nombre de la ciudad significa 'lugar de Buctú', de hecho», comenta. El rostro de esa mujer abre la puerta a un recorrido por muchos otros.

Las obras que integran la exposición han sido realizadas con técnica mixta, con un procedimiento de preparación del lienzo que otorga a sus obras una verosimilitud difícilmente igualable. El visitante casi puede tocar la arena que la tormenta desliza, sintiéndose herido no solo por lo que ve, sino por ese azote minúsculo que percibe en carne propia. «Uso el acrílico artesanal y el óleo al agua, porque no me gusta que los cuadros brillen», dice. Pinta sobre tela y a veces sobre lino, papiro e incluso piedras. De hecho, en Condes de Gabia se puede ver una pieza que solo puede exhibirse en lugares secos, como Granada o Madrid: una piedra maliense infiltrada de sal, partida de una forma natural, donde se representa un horizonte africano bañado por el sol.

Pionero

La artista ancla su propia conexión con Tombuctú a la que tuvo como protagonista a Abu Isaq Es Saheli, el alarife y poeta accitano, pionero de la arquitectura sudanesa, quien acabó muriendo en Tombuctú, trabajando para el emperador Mansa Musa, aquel que poseyó tanto oro que cuando fue a La Meca en peregrinación devaluó el valor de este metal precioso al entregar como ofrenda una cantidad como nunca antes se había visto. Sin embargo, la ligazón principal de su exposición es la que le une a las mujeres, a esas luchadoras que convierten la ingente cantidad de plástico en que vienen envueltos los suministros que llegan a la ciudad sitiada en un pavimento de gran calidad. Sus ojos son los que, a través de los de López de Castro, nos miran e interrogan, preguntándonos si alguna vez habrá salvación para Tombuctú.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

ideal Tombuctú, la ciudad perdida, en Granada